“Más ¿á quién compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, Y dicen: Os tañimos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Mas la sabiduría es justificada por sus hijos” (Mateo 11:16-19).
¿Hubiera usted podido reconocer al Mesías si hubiera tenido la oportunidad de formar parte de aquella generación? Todas las señales estaban allí para verse claramente, pero muchos no las reconocieron.
¿Qué sucedería hoy en día? ¿Cree nuestra generación en Dios, en sus palabras y en sus mensajes proféticos?
Hoy en día vivimos en uno de los tiempos más emocionantes de toda la historia de la humanidad. Son emocionantes porque son los tiempos del fin, y por ende son tiempos en que las profecías bíblicas se irán cumpliendo ante nuestros ojos.
Las profecías se irán cumpliendo en relación directa al tiempo que nos falta para el retorno de Jesucristo a la tierra, pero las personas de esta generación no lo ven y tristemente tampoco lo verán en el futuro cercano, al igual que no lo vio la generación del tiempo de Jesús.
¿Por qué no pudieron reconocer las señales de los tiempos si las profecías bíblicas revelaban claramente la primera venida del Mesías? No vieron ni creyeron la verdad de las Escrituras que los hubiera liberado del engaño y la apatía.
La verdad no es algo que se reconoce fácilmente. La razón es que nadie puede llegar a ella por iniciativa propia, sino que es Dios quien tiene que llamar a la persona y revelársela para que la pueda discernir (1 Corintios 2:14).
Las personas de esta generación están más dispuestas a creer en las mentiras borrosas y oscuras de Satanás que a aceptar la clara verdad de Dios. Sólo observe cuántas personas dudan que Dios haya creado al universo y cuántas aceptan sin chistar la teoría de la evolución. Es increíble que se acepte, sin gran oposición, que el hombre evolucionó, y sin embargo hombres y mujeres con mentes privilegiadas creen exactamente eso: que el hombre es sólo una especie de animal súper desarrollado. Para ello se requiere más fe que para aceptar a Dios como Creador de todo lo que existe.
Dios nos dice en la epístola de Pablo a los Romanos que este tipo de incredulidad es en gran parte responsable de llevar al hombre a una mente reprobada y alejada de Dios. ¡Con razón los ojos del hombre no pueden ver ni reconocer a Dios y sus palabras proféticas! (Romanos 1:22).
La verdad, es más difícil creer que la mentira. Muchas personas no desean aceptar la verdad, pues al hacerlo tendrían que obedecer a Dios, y para muchos esto es inaceptable. Es más fácil desear ser engañado que aceptar una difícil realidad que requeriría hacer cambios en nuestras vidas.
¿Qué tenemos entonces que hacer, para reconocer a Jesucristo y la verdad profética que nos revela? Primeramente estar dispuestos a dejarlo todo con el fin de seguirlo. En segundo lugar vivir nuestras vidas intentando agradarle, y finalmente hacer su voluntad de acuerdo a su palabra. Se requiere que guardemos sus mandamientos y que nos amemos como hermanos que somos.
¿Difícil? ¡Claro que sí! Como humanos que somos ninguna cosa espiritual nos resulta fácil de hacer, pero debemos recordar que nadie nos prometió que las cosas serían fáciles. De hecho, al convertirnos en cristianos debimos aceptar el costo, y todos sabemos que ese costo es nuestra propia vida.
Así que caminemos con Dios tratando de agradarlo todos los días y renunciando a ceder nuestras mentes carnales y corazones engañosos a la corriente de la presente generación incrédula. Jeremías describe bien al hombre cuando dice: “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9).
¡Este es el reto! Si deseamos apartarnos de esta generación incrédula que está ciega a Dios, a su verdad y a sus revelaciones proféticas, acerquémonos al Creador. Veamos con nuestros ojos, escuchemos con nuestros oídos y entendamos con nuestras mentes las cosas maravillosas que Dios tiene preparadas para todos los que le aman.
“Porque tengo por cierto que lo que en este tiempo se padece, no es de comparar con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada” (Romanos 8:18).
Esforcémonos, ¡nuestro galardonador pronto estará aquí!
— Por Lauro Roybal