El presidente John F. Kennedy fue baleado mientras transitaba con su vehículo en una caravana por la calle Elm, en el área de la Plaza Dealy, en el centro de Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. El ataque ocurrió a las 12:30pm, hora local, y unos pocos minutos después fue declarado muerto en el hospital en Parkland. Fue un día triste para nuestra nación y para la ciudad de Dallas. Ser conocida como la ciudad donde el presidente fue asesinado no es algo para vanagloriarse.
Una comisión especial, designada por su director, Earl Warren, Jefe de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, fue encargada para que investigara el asesinato. Después de varios meses de estudio, la comisión declaró que el presidente fue asesinado por un solo tirador, Lee Harvey Oswald, un empleado de 24 años del depósito de libros de la escuela de Texas. En los años de 1970, la Casa de Representantes de Estados Unidos, volvió a abrir el caso y llegó a una conclusión diferente, diciendo que había sido una conspiración, que probablemente incluía a otro tirador.
Con toda esta controversia, un historiador declaró que el asesinato de John Fitzgerald Kennedy era “el misterio más grande del siglo XX”. En verdad, ha sido uno de los sucesos más cuestionados y de los que más se ha escrito en el siglo XX.
La palabra “misterio” es utilizada en religión para describir algo que no puede ser entendido sin alguna forma de intervención divina. La Enciclopedia Católica, en su artículo acerca de la Trinidad, define “misterio” como “una verdad que no sólo somos totalmente incapaces de descubrir sin una revelación divina, sino que además cuando es revelada, permanece ‘escondida por cierto velo de oscuridad’”.
Según esta fuente, parecería que un misterio en teología es una verdad que usted es incapaz de entender sin una intervención divina. Si usted cree que lo entiende, usted está errado porque está encerrado en cierto halo de oscuridad. Varias creencias cristianas en este mundo caen en esta categoría de “misterio”. Una es obviamente la Trinidad, pero a finales de este mes seremos testigos de otra misteriosa costumbre religiosa. Parece que nadie creyera que Cristo nació el 25 de diciembre. Muchos reconocen que esta fiesta tiene costumbres paganas. Todos saben que no se encuentra en la Biblia y, sin embargo, muchos concluyen que debe ser celebrado como un día de fiesta religiosa. Por definición, yo llamaría esto un misterio.
En los últimos 50 años han surgido muchas dudas acerca de lo que pasó realmente ese día de noviembre en el centro de Dallas. ¿Había uno o dos pistoleros? ¿Qué se puede decir acerca de la bala milagrosa? ¿Fue Lee Harvey Oswald el que disparó? Para muchas personas, el asesinato del presidente Kennedy todavía es un misterio no resuelto.
Pero cuando se trata de nuestras costumbres religiosas, deberíamos saber por qué hacemos lo que hacemos. No debería ser un misterio. Declarar que un día es el cumpleaños de Jesucristo aunque no lo sea y luego argumentar que debemos celebrarlo ya que todos los demás lo están haciendo no son buenas razones para una celebración religiosa.
Podemos estar agradecidos porque Dios nos ha enseñado algo muy diferente —su plan en los días de fiesta. El mundo actual tiene sus engaños —días misteriosos y extraños, llenos de símbolos paganos. Pero Dios nos ha dado siete festivales anuales que delinean el propósito y el futuro de la humanidad en siete pasos. Podemos alegrarnos en el conocimiento de estos días mientras que el mundo está enredado en un misterio, algo que desafía la lógica, profesa ser cristiano, es aceptado virtualmente por todos y no tiene ninguna base bíblica. Para mí, ¡eso es un verdadero misterio!