Uno de los argumentos más sonados en la actualidad gira alrededor de lo que se llama “el derecho de vivir”. Si bien asociamos en gran parte este término con el movimiento a favor de la vida y/o en contra del aborto, también puede incluir eutanasia, la pena capital y el infanticidio.
En medio de esta acalorada disputa acerca de a quien le pertenece el control del derecho de la vida, como pueblo de Dios, debemos enfocar nuestra mente en esta época del año a una situación muchísimo más importante que “el derecho de vivir”.
Si ha habido alguien que no merecía morir, ¡éste era Jesucristo! Sin embargo, Él voluntariamente renunció a su “derecho a vivir”, sacrificándose por todos nosotros. Dios desea que en esta época del año reflexionemos profundamente, por medio del recordatorio, en la vida y muerte de Cristo y que consideremos seriamente lo que esto significa para la forma en que vivimos y por lo que vivimos.
Este proceso con frecuencia nos lleva al momento en que estábamos siendo conducidos al arrepentimiento y al bautismo. Personalmente, para mí han pasado 42 años, pero todavía recuerdo como si fuera ayer, la experiencia tan dolorosamente devastadora que viví al comprender la magnitud del efecto de mis pecados, viendo personalmente: “Que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Una cosa es admitir que Cristo renunció a su vida, pero es un sentimiento desgarrador cuando Dios lo ayuda a uno a darse cuenta que “Yo tomé la vida de Cristo”. ¿Se acuerda cuando usted entendió que debido a sus pecados, merecía morir?
Pero Dios no se detuvo ahí. Por medio del proceso del arrepentimiento, bautismo, perdón y recibir el Espíritu Santo (Hechos 2:37-39), Él nos dio el derecho de vivir. Recordemos todo esto cuando participamos anualmente en el pan de la Pascua y el vino y analicemos el profundo significado de estos símbolos.
Hay dos “derechos de vivir” explícitos en la Biblia que debemos tener en cuenta a medida que nos preparamos para la Pascua y los días de Panes Sin Levadura. El primero lo encontramos al comienzo del evangelio de Juan, a medida que él introduce el concepto del Verbo, al explicar el propósito de su venida: “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Después, cerca al final de este libro, nuevamente se reitera este principio. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
“Vida” y “creer” son dos temas que Dios inspiró a Juan para que hiciera énfasis en ellos. En el evangelio de Juan (sin mencionar las tres epístolas y Apocalipsis, dónde el tema continua), “vida” es mencionada más veces que en Mateo, Marcos y Lucas combinados. Él habla de “creer” (o “creía”, “creyendo”) casi tres veces tan frecuentemente como en los otros tres evangelios juntos. Yo les recomiendo que estudien las referencias que Juan hace de la “vida” y “creer” como parte de su preparación para la Pascua—“vida abundante” es en realidad la esperanza de la vida eterna.
¿Cuán importante es lo que creemos? Bueno, ¿no es acaso el acto de tomar la pascua, en sí mismo, una expresión de nuestra fe—nuestra firme creencia—en la muerte reconciliadora de Jesucristo?
Aunque no estuvimos allí para verlo, ¿no creemos que Jesucristo vino y vivió en la carne?
¿No creemos que mientras estaba agonizando su cuerpo fue quebrantado para nuestra sanidad espiritual y física y su sangre fue derramada para perdón de nuestros pecados?
¿No creemos que Él sigue trabajando pacientemente con nosotros y nos perdona nuestros pecados?
¿No creemos que estamos aquí porque hemos sido llamados milagrosamente por Dios?
¿No creemos que Él que ha comenzado la buena obra en nosotros la va a terminar y nos dará la vida eterna al regreso de Cristo?
Sí, nosotros creemos y estas creencias fundamentales conforman la base de nuestra fe en la promesa de Dios de la vida eterna.
El segundo “derecho a la vida” de las Escrituras nos lleva a un entendimiento adicional: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14).
Dios nos recuerda que con los derechos se adquieren responsabilidades. Si al quebrantar los mandamientos tomamos la vida de Cristo, entonces, ¿cómo podremos continuar haciéndolo? Por lo tanto, entendemos que “creer” no es solamente reconocer el ofrecimiento que Jesús nos ha hecho de la vida eterna, sino comprometernos a vivir “por cada palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
La primera temporada del ciclo de fiestas santas nos recuerda el movimiento del “derecho a la vida” más importante de todos—el de Dios. Por nuestros pecados, nosotros tomamos la vida de su Hijo, y al hacerlo renunciamos a cualquier derecho a vivir. Sí, como la Pascua nos lo enseña, Dios nuestro Padre y Jesucristo nuestro hermano, en su increíble amor y misericordia, ¡nos lo han devuelto!
Con esto en mente, entramos inmediatamente a la fiesta de Panes Sin Levadura, que nos enseña cómo debemos responder. Dicho en pocas palabras, Dios nos dio el derecho a vivir, pero debemos comprometernos a vivir una vida correcta.
Al final de su vida, Juan todavía continuaba señalando esto. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creaís en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:13).
En esta Pascua y fiesta de Panes Sin Levadura, ojalá todos recordemos con humildad lo que ha implicado darnos el derecho a la vida eterna y que debemos volver a dedicarnos a vivir la vida correcta.
—Por Clyde Kilough