Jennifer y Charlene Bowman llegaron a Zambia el 26 de julio de 2013, para asumir una gran tarea. Durante una semana, las dos hermanas procedentes de Ontario, Canadá, enseñaron inglés a los hermanos de Lusaka y otros lugares remotos, utilizando himnos como una forma de introducir el idioma.
La Iglesia ha enviado voluntarios a Zambia casi cada año desde 2009; y como resultado de sólo una semana de instrucción del idioma, los hermanos locales han mejorado su inglés más allá de lo esperado.
En 2009 casi todos los estudiantes aprendieron sólo el vocabulario básico. Este año Jennifer y Charlene dividieron el grupo en tres niveles, lo que les dio a los estudiantes más avanzados la oportunidad de enseñar a los principiantes. Los estudiantes no sólo practicaron vocabulario con juegos y actividades, ellos también se entrevistaron entre sí, escribieron artículos, dieron discursos y aun tradujeron sermones.
De Común Acuerdo (CA): ¿Cuál fue su primera impresión de la congregación de Lusaka?
Jennifer Bowman (JB): Nunca me habían recibido tan cálidamente en mi vida. Cuando fuimos al edificio de la Iglesia (que sería nuestro salón de clase durante la semana próxima), tuvimos que esperar varios minutos para poder sentarnos porque había muchas personas que se acercaron a estrecharnos las manos y darnos la bienvenida. A muchos de ellos les enseñaremos inglés y no saben decir nada excepto: “Hola. ¿Cómo está usted?”, y se presentan, pero su bienvenida hizo la diferencia.
Luego cantaron el primer himno y yo dejé de hacerlo para poder escucharlos. Su convicción, aunada a su gran armonía, hizo que cantar himnos alcanzara otro nivel. Saber que la mayoría de ellos no entendía a cabalidad lo que estaba cantando hizo que mi trabajo de enseñarles inglés fuera más importante y me sintiera muy humilde.
Charlene Bowman (CB): Mi primera impresión de la congregación de Lusaka fue: “¡Qué impresionante! Son muy amables, amistosos y alegres!”. Y a medida que pensaba esto, estaba también pensando en que ellos son un grupo numeroso. ¡No estamos acostumbrados a tener tantas personas para reunirnos el sábado semanal y es algo fantástico!
CA: ¿Cuál fue el reto más grande?
JB: Uno de los retos más grandes fue preparar el plan de estudios. No somos profesoras, y aunque hablamos con profesores antes, diseñar un plan de estudios para tres niveles diferentes de estudiantes fue algo difícil. El primer día comenzamos tarde la clase y aun así logramos cubrir la mayor parte del material que teníamos para todo el día, antes del almuerzo. Inventamos juegos y otras cosas para la tarde, pero estuvimos un poco estresadas el día siguiente. Las cosas salieron bien; y al final del día tuvimos que planear bien nuestro tiempo para poder estar seguras de que lograríamos hacer todo lo que queríamos. Sentí que para el cuarto día estaba lista para empezar porque conocía a los estudiantes, sabía cuál era su nivel y qué estaban esperando. Finalizamos con discursos y un bingo.
CB: Mi mayor reto fue saber todo lo que ellos estaban buscando en nosotros y confiando en que les íbamos a enseñar, y no estaba segura de cómo empezar. Tratar de adivinar cuál era el nivel de inglés de cada uno para que pudieran aprender lo máximo posible fue un reto, pero todo salió muy bien.
CA: ¿Cuál fue el momento más inspirador de su viaje?
JB: Es imposible elegir sólo un momento inspirador; todo el viaje fue inspirador. Pero hay varios momentos que resumen un poco esta inspiración. A los hermanos en Zambia les encanta cantar y en varias ocasiones me hicieron llorar con su música tan conmovedora. Ellos cantan los mismos himnos en inglés que nosotros, pero con frecuencia no sabemos lo que están cantando por la barrera del idioma, así que la mayor parte de nuestro plan de estudios estaba basado en enseñarles a ellos algunas de las palabras de los himnos que cantamos en la iglesia.
Saber que les estábamos ayudando a ellos a entender más profundamente y a valorar más lo que tanto aman, y hacen de una forma tan maravillosa, fue algo conmovedor. Varios mencionaron que la parte favorita de las clases de inglés era que ahora podían entender lo que estaban cantando. Esto me hizo reevaluar el celo con el que canto los himnos o leo la Biblia. ¡Ellos están tan sedientos de esto!
El segundo sábado fuimos a visitar la iglesia rural en Mapoko, en donde viven muchos estudiantes, a tres horas de donde nos estábamos quedando en Lusaka. Ellos tuvieron que esperar cinco horas para que llegáramos porque tuvimos problemas al alquilar un auto. A pesar de la tardanza, recibimos la misma cálida bienvenida que tuvimos en Lusaka.
Los miembros allí raramente comen carne, excepto en ocasiones especiales—ésta era una ocasión especial. Esa mañana sacrificaron seis pollos—cada familia trajo uno—que cocinaron durante todo el día y lo sirvieron con el tradicional nshima, arroz y verduras para una cena especial después de los servicios. La experiencia estuvo enmarcada con el atardecer que podíamos ver a través de la ventana de la choza de barro con techo de paja, dónde comimos rodeados del pueblo de Dios. Sus acciones predicaron el mejor sermón acerca de la mayor paciencia, gratitud y generosidad que he recibido alguna vez.
(Como no tienen refrigerador para guardar la carne, por eso tuvieron que sacrificar los pollos esa mañana.)
Una dama, llamada Mary, impulsa su silla de ruedas cinco kilómetros por una carretera polvorienta, para poder asistir a los servicios (a nosotros nos tomó media hora recorrer ocho kilómetros en nuestra camioneta). Otros caminan hora y media, en tanto que algunos más van en bicicleta.
Hay 35 sillas en la pequeña edificación con techo de paja de la iglesia, pero había 65 personas. Los niños compartían la silla o se sentaban en un ladrillo o se sentaban al frente, en el suelo. No tenían juguetes y no había ruido excepto cuando sonaba el curioso baño.
CB: Lo que ellos tienen que hacer diariamente para sobrevivir, lo que tienen que hacer para ir a los servicios el sábado cada semana y las actitudes que tienen son asombrosas. Me sentí sobrecogida al ver cómo viven sus vidas con tan poco, pero observar su felicidad y cómo se ayudaban entre sí fue realmente animador. Me ayudó a poner las cosas nuevamente en perspectiva y hacer un esfuerzo para poner primero las cosas importantes.
En el mundo occidental hemos sido muy mimados. Sentimos que siempre necesitamos tener más cuando en realidad esto no es la medida del éxito ni es lo que verdaderamente importa. Son las personas con las cuales uno comparte, las lecciones que aprende de las experiencias de la vida y cómo crece a partir de estas experiencias lo que lo hace a uno una mejor persona, con más carácter que antes.
CA: ¿Cómo cree que este viaje la va a cambiar o va a cambiar su perspectiva?
JB: Me han hecho varias veces esta pregunta y no sé cómo contestarla. Sé que va a cambiarme, pero no sé cómo. Una parte de mí ahora está en Zambia. La experiencia me reafirmó lo conectados que estamos como pueblo de Dios, y cómo su familia está alrededor del mundo. De súbito, el mundo se convirtió en un lugar más pequeño.
También me hizo entender, nuevamente, que cuando usted trata de servir a Dios y a su pueblo, las cosas funcionarán bien de algún modo. No tenía el dinero para ir, pero hice la aplicación y de alguna forma Dios proveyó. Y además, en el último momento pudimos tomar un vuelo para conocer las Cataratas Victoria justo antes de salir de Zambia.
CA: ¿Cómo se relacionaron con los hermanos?
JB: Los hermanos eran tan hospitalarios, amables y comprometidos con la verdad, que era fácil relacionarse con ellos. Una noche varios de nosotros nos sentamos alrededor de una fogata a charlar; y, aparte de su inglés rudimentario y mi tonga balbuceante, me sentí como si estuviera en una fogata en casa. Hablamos de todo, desde lo que es vivir en Canadá y lo que es la nieve hasta la agricultura en Zambia y los tabúes culturales, de la mortalidad de los niños y la necesidad de tener mejor medicina.
Muchos entienden algo de inglés, aunque no lo hablen tan bien; pero cuando surgía un problema grande, uno o dos de nuestros estudiantes más avanzados traducían para nosotros. Las sonrisas y las señas también ayudaron muchísimo.
Aunque existen diferencias culturales obvias, pude relacionarme con los miembros mucho mejor de lo que me había imaginado. Ellos se educan lo mejor que pueden y buscan aprender más, sabiendo que hay muchas cosas que no saben. Al mismo tiempo, ellos nos enseñan muchas cosas que no sabemos. Las diferencias culturales permiten tener una conversación interesante y estimulante que nos lleva a un entendimiento más profundo en lugar de sentirnos frustrados o aislados en un lugar tan diferente de nuestra propia cultura.
Una de sus preocupaciones es que las personas de Norteamérica ven al África como una zona de guerra, un continente azotado por la pobreza porque sólo le ponen atención cuando sucede algo malo. Fue un honor poder ver el otro lado de la moneda, la vida diaria que no se parece para nada a esto. Estas personas abrieron su corazón y compartieron todo lo que tenían con nosotros, incluyendo su forma de vida sencilla y relajada.