Si alguien espontáneamente se acercara a usted y le preguntara qué aborrece, seguramente respondería que las arañas o las ratas son las que le causan repulsión, o quizás mencionaría que las cucarachas o las serpientes son repulsivas y que mientras más lejos estén de su vista, mejor.
Aunque le parezca extraña la pregunta y las respuestas giren en torno a nuestra realidad física y cotidiana, como verdaderos cristianos deberíamos preguntarnos si Dios aborrece algo y si nosotros aborrecemos eso mismo también.
En el mundo secular existe la idea de un Dios pasivo, siempre tolerante y que impávido ve desde “el cielo” el sufrimiento y el pecado del hombre y no hace nada. Esta idea ha dado origen a que se acuñen diferentes frases como “Dios es amor y Él no castiga a nadie” o “Él ama incondicionalmente al pecador”. Este tipo de dichos han levantado la idea de un Dios permisivo que no se molesta ni enoja.
Muchos creen que Dios es sólo amor y que Él no puede airarse y molestarse con nada. El concepto de que Dios puede aborrecer algo resulta ser una idea muy lejana. Sin embargo, como veremos, Dios está vivo y pendiente de cada cosa que hacemos. Él expresó su deseo de manera muy clara.
¿Qué es lo que Dios aborrece?
Si ahora le preguntara, ¿aborrece Dios algo? La respuesta es un rotundo: ¡sí! Lo invito a leer las siguientes escrituras que están dirigidas, como una flecha, directamente al blanco de nuestras conciencias. Vamos a ver que hay cosas que Dios aborrece.
Salmo 5:5: “Los insensatos no estarán delante de tus ojos; Aborreces a todos los que hacen iniquidad”.
Sí, Dios aborrece a los insensatos, aquellos que no muestran buen juicio o madurez en sus actos. Él prueba a su pueblo, a cada uno de nosotros Dios nos pide que analicemos nuestros corazones profundamente.
Salmo 11:5: “El Eterno prueba al justo; Pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece.”
Dios, en su esencia, nada tiene que ver con el pecado y la maldad. Él tiene un carácter perfecto y ama el bien y aborrece el mal y todo lo que de ello se deriva. Como sus convicciones son eternas, también dispuso dejar testimonio dentro de su Iglesia de las cosas que le enojan profundamente, al punto de aborrecerlas.
Proverbios 6:16-19: “Seis cosas aborrece el Eterno, Y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente, El corazón que maquina pensamientos inicuos, Los pies presurosos para correr al mal, El testigo falso que habla mentiras, Y el que siembra discordia entre hermanos”.
¿Aborrece usted lo mismo que Dios?
Ante la llegada de la primera temporada de fiestas santas, es muy útil tomar esta escritura y desmenuzarla frase por frase, para ver si pudiéramos estar desarrollando alguna de estas malas prácticas o actitudes incorrectas. La ceremonia de la Pascua nos invita a todos a hacer una profunda revisión de nuestra mente y también de nuestros caminos. ¿Caminaremos por veredas torcidas? ¿Nuestras mentes tendrán permiso para pensar mal del hermano, para ver cosas incorrectas o proferir palabras soeces?
¿Qué tanto aborrece usted el pecado y la maldad? Tome un minuto nuevamente y lea esta pregunta con plena conciencia y con detenimiento. ¿Aborrece usted el pecado tanto como Dios? Si siente que usted no aborrece el pecado, es tiempo de hacer algo.
La oración sincera inspira a aborrecer el pecado
La oración produce limpieza de corazón y apela a la pureza. Si nuestras conductas no son del todo buenas, es quizás por falta de oración, ya que el pecado se incuba y se desarrolla en nuestras mentes fácilmente cuando estamos alejados de Dios. ¿Cómo podríamos aborrecer el pecado si oramos poco?
Sólo si oramos de corazón tendremos más oportunidades de no pecar, ya que la oración verdadera y sincera produce repulsión hacia el pecado y transforma el corazón, produciendo rechazo por la maldad.
Es imposible que un verdadero cristiano se arrodille sinceramente delante de Dios, se acerque confiadamente al trono de Gloria, que vaya tras el oportuno socorro y aun así encubra su pecado. Es cierto que la oración debe hacerse en humildad, en sinceridad, con limpieza de manos y con pureza de corazón. La oración purifica, fortalece espiritualmente y nos inspira a aborrecer el mal.
La oración es un privilegio sagrado, instituido por Dios mismo para aquellos que desean vencer su naturaleza humana y deseen de corazón aborrecer el mal. Los verdaderos cristianos debemos ser los más interesados en orar con sinceridad y con humildad. Dios recibe estas oraciones como incienso aromático.
¿Quiere usted aborrecer el pecado? Si su respuesta es sí, ¡felicidades! Dios aborrece lo mismo. Si usted aborrece el pecado, entonces se está pareciendo a su Hacedor, “porque los ojos del Eterno contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Crónicas 16:9).
—Por Álvaro Matamala