La Pascua es tal vez la más importante de las siete fiestas santas de Dios. ¿Realmente comprendemos el significado y la importancia de tomar la Pascua cada año? ¿Entendemos la importancia de los símbolos y la seriedad de la ceremonia que pronto observaremos?
En la última Pascua, Jesucristo estableció la ceremonia del pan y el vino como los nuevos símbolos que representarían su cuerpo y su sangre. “Tomó el pan; y habiendo dado gracias lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis en memoria de mí” (1 Corintios 11:23-25).
Ignorantes de la verdad
En el primer siglo, algunos en Corintio no comprendieron el significado de la Pascua. Peor aún, algunos tomaban la ocasión para tomar y comer en exceso, por lo que el apóstol Pablo los amonestó duramente diciéndoles que la estaban observando “indignamente”, “sin discernir el cuerpo del Señor” (1 Corintios 11:27-29). También les dijo que por ello algunos estaban enfermos y otros habían muerto.
Comprender la sobriedad de la Pascua es vital, no sólo para renovar nuestro compromiso incondicional con Dios, sino para conservar la salud y la vida. Podemos perder ambas cosas por no tomar la Pascua o por tomarla de forma indigna, quedando culpables del cuerpo y la sangre del Señor.
El pan y el vino tienen su propio significado. Analicémoslos por separado para comprender lo que cada uno representa y así estar más capacitados para tomar la Pascua dignamente.
El pan
“Mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos diciendo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (Mateo 26:26). El pan representa el cuerpo de Cristo que fue dado como ofrenda perfecta por todos los pecados de la humanidad. El comer un pequeño trozo de pan durante la ceremonia de la Pascua representa que Jesucristo pagó la pena por nuestros pecados, que han sido borrados “por el sacrificio de sí mismo” (Hebreos 9:26).
Cristo nunca fue culpable de pecado y por esto es el único sacrificio que puede salvar a toda la humanidad. Además, su vida, que es eterna, vale mucho más que todas las vidas humanas combinadas. El sacrificio que Cristo hizo por nosotros borra nuestros pecados y nos santifica ante el Padre, dándonos también acceso a la vida eterna (Hebreos 9:26).
Debemos acercarnos a la Pascua sumamente agradecidos porque Cristo, como dice el apóstol Pedro: “Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24).
Jesús fue brutalmente torturado durante muchas horas antes de morir. Con ese sufrimiento llevó sobre su cuerpo el sufrimiento de las enfermedades. Cada vez que enfermamos podemos acudir delante del trono de Dios y pedirle, por medio de la unción e imposición de manos, que nos aplique el sacrificio de Jesús para que podamos ser sanos y nuestros pecados pasados sean perdonados (Santiago 5:14-15).
Viviendo una vida diferente
El sacrificio de Cristo nos da la oportunidad de tener una vida diferente; una vida llena de propósito, y más importante, con la esperanza de obtener vida eterna de parte de Dios.
El pan es símbolo del verdadero pan que bajó del cielo de parte del Padre para darnos vida eterna: “…mi padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo… Yo soy el pan de vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:32-33, 35).
El vino
El vino, aunque parte de la misma ceremonia de la Pascua, tiene un significado diferente. Representa la sangre derramada de Jesús por nuestros pecados. “Tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio diciendo: Bebed de ella todos; porque éste es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:27-28).
El apóstol Juan nos recuerda que la sangre de Cristo limpia todos nuestros pecados: “Nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (1 Juan 1:7 y Apocalipsis 1:5). Bajo el Antiguo Pacto los pecados del pueblo no podían ser realmente perdonados (por el sacrificio de animales), pero servía como símbolo temporal del verdadero sacrificio que Cristo haría con su muerte (Hebreos 10:1-4). La muerte de Jesucristo era representada por los corderos sacrificados. Él vino a ser el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Juan 1:29).
Al derramar Cristo su sangre sobre la cruz fue muriendo poco a poco (Lucas 22:20 y Colosenses 1:20). La vida se le fue desvaneciendo hasta que murió (Isaías 53:12), entregando así su vida por nosotros.
Dejando la culpa atrás
La sangre derramada de Cristo borra también la culpabilidad de los pecados cometidos. El libro de Hebreos nos dice que la sangre de Cristo hizo esto posible (Hebreos 10:4). Qué gran bendición saber que no tenemos que cargar para siempre con el remordimiento por los pecados que cometemos, sabiendo que Cristo nos limpia del pecado y la culpa por medio de su sangre.
Al arrepentirnos y bautizarnos estamos confiando en que el sacrificio de Cristo por nuestros pecados y transgresiones nos lavó completamente. Ahora, después del bautismo, sólo debemos recordar este inmenso sacrificio durante la ceremonia de la Pascua cada año, para vivir con una consciencia limpia y una vida libre del pecado que nos condena. Tanto los pecados como la culpabilidad son borrados.
¡Qué inmensa paz y cuán grande bendición!
Al tomar el vino en la ceremonia de la Pascua demostramos nuestra fe en que por medio de la sangre de Cristo nuestros pecados han sido totalmente perdonados. Celebramos la Pascua con la misma fe de los patriarcas y todos los verdaderos cristianos a través del tiempo. Recordemos que no estamos condenados ante Dios porque Cristo ya pagó por nosotros (Juan 3:18). Esto es lo que significa lo que escribió el autor del libro de los Hebreos acerca de tener “purificados los corazones de mala conciencia” (Hebreos 10:22).
La sangre del pacto
Cristo, por medio del derramamiento de su sangre, hizo un Nuevo Pacto con nosotros. “…Esto es mi sangre del nuevo pacto” (Mateo 26:27-28), Cristo entra en una relación nueva con cada uno de nosotros.
La sangre derramada de Cristo, simbolizada en la pequeña copa que tomamos durante la ceremonia de la Pascua, representa los términos del pacto que absuelve nuestros pecados (Hebreos 9:11-12,15). La Pascua sirve como recordatorio y como una renovación de este pacto.
El perdón de los pecados nunca se podía lograr por medio de la sangre de animales que Israel sacrificaba en el Antiguo Pacto. Sólo la sangre de Dios mismo hace posible el total perdón de los pecados para siempre.
Las leyes escritas en nuestros corazones
El pueblo de Israel jamás tuvo un corazón dispuesto a guardar fielmente los mandamientos de Dios y Él ya se los había dicho (Deuteronomio 5:29). Pero ahora, bajo el Nuevo Pacto, estas leyes quedan grabadas en nuestros corazones y nos enseñan la verdadera adoración a Dios (Romanos 7:12).
Al tomar el vino del Nuevo Pacto reconocemos que tenemos un acuerdo con Dios que se ratificó por medio de la sangre de Cristo. Confesamos delante de Dios que estamos dispuestos a vivir una vida nueva, purificada y apartada del pecado, por medio del poder del Espíritu Santo en nuestras mentes.
La Pascua nos recuerda que ahora somos hijos de Dios, “elegidos para obedecer y ser rociados con la sangre de Cristo” (1 Pedro 1:2).
La Pascua es, para nosotros los llamados y elegidos ahora, una renovación anual de nuestro pacto con Dios. Por esto es el suceso más importante del año en la vida de un cristiano. Acerquémonos con acción de gracias y profundo entendimiento del verdadero significado de sus acciones. Permitamos que esta Pascua produzca un cambio permanente y duradero en nuestras vidas que nos ayude a profundizar más que nunca en la magnitud y las implicaciones espirituales que encierra para nosotros (1 Corintios 11:27-29).
Participemos este año en la ceremonia de la Pascua cabal y dignamente, porque el significado espiritual y nuestra participación en ella tienen consecuencias y son de una trascendencia eternas.
—Por Lauro Roybal