Vi una noticia de Alemania, en la que decía: “en ese país existen más de 350 mil empresas familiares, las cuales producen muchos bienes de exportación. Un ejemplo: ADIDAS y PUMA”.
Es curioso, Alemania ha crecido económicamente mientras el mundo experimenta crisis. ¿Qué es lo especial de un negocio familiar?
Se hace todo con pasión, esmero y dedicación. El cliente recibe una atención especial cuando es tratado directamente por los propietarios.
Nosotros, en la Iglesia, tenemos el negocio familiar más importante del universo. Nuestro Salvador, cuando estuvo en la Tierra, lo dejó muy claro cuando dijo a sus padres, que lo buscaban afanosamente y lo hallaron en el templo, en medio de los doctores de la ley: “en los negocios de mi Padre me es necesario estar” (Lucas 2:49).
Dios tuvo un amigo llamado Abraham, y en una ocasión, Dios mismo se refirió a él como alguien de mucha confianza, a quien no podía ocultarle lo que iba a hacer. “Y el Eterno dijo: ¿encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en el todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de el Eterno, haciendo justicia y juicio, para que haga venir el Eterno sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:17-19). Dios sabía que Abraham tomaría las cosas en serio, transmitiendo a las futuras generaciones el mejor camino a seguir.
Cuando Moisés envió doce espías a reconocer la tierra, hubo dos individuos que le creyeron a Dios: Josué y Caleb (Números 14:6-9). Uno de ellos fue elegido como sucesor de Moisés para introducir a Israel a la Tierra Prometida. Cumplió con energía, entusiasmo, dedicación y obediencia a Dios. Al final de su vida exhortó al pueblo a seguir al Eterno como el único Dios verdadero, y lo hizo de una manera convincente y sincera. “Esforzaos, pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a diestra ni a siniestra” (Josué 23:6). “Y si mal os parece servir al eterno, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; PERO YO Y MI CASA SERVIREMOS AL ETERNO” (Josué 24:15).
Josué ejerció un liderazgo positivo desde que fue enviado como espía, y ahora lo vemos hablando por su familia; para él, obedecer las leyes de Dios era lo más importante en esta vida, por consiguiente lo inculcó en su familia. Él no dijo mi casa y yo, sino mas yo y mi casa; nos deja claro que los jefes de familia somos responsables por la guía de nuestra familia.
Nuestro Dios y Padre recomendó a Israel que en todo tiempo les recordara a sus descendientes de sus leyes y caminos: “Por tanto, pondréis éstas mis palabras en vuestro corazón y vuestra alma… y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes” (Deuteronomio 11:18-19).
Sí, en todo tiempo y en cualquier circunstancia, el glorioso Reino de Dios es la prioridad número uno en nuestra vida, es la perla de gran precio; lo mejor que podemos hacer es inculcar en nuestra familia este conocimiento: “Para que sean vuestros días, y los días de vuestros hijos, tan numerosos sobre la tierra… como los días de los cielos sobre la tierra” (Deuteronomio 11:21).
Dios nos ofrece un maravilloso Reino, pero también nos ha dado como herencia a nuestros hijos, y el mayor triunfo que podemos lograr con esmero y dedicación es contribuir a llevar a nuestros hijos a la gloria.
Durante su primer sermón, el apóstol Pedro fue inspirado a decir: “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos” (Hechos 2:39).
Es necesario que nos dediquemos de tiempo completo, con todo nuestro ser, nuestra mente, corazón y alma; atendamos el llamado: es necesario estar en los negocios de nuestro Padre.
—Por Jaime Ortiz