Bajo el resguardo de los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl, los miembros de la congregación del Distrito Federal nos dirigimos muy cerca de la comunidad de Amecameca, en el Estado de México, a la Hacienda Panoaya para tener una convivencia familiar, con el firme propósito de estrechar los lazos entre los integrantes de la Iglesia y seguir aprendiendo unos de otros.
Fue así como el pasado 16 de marzo, un total de 26 personas —entre niños, jóvenes y adultos— iniciamos, alrededor de las 9:00 horas, el camino rumbo a una zona recreativa que se caracteriza por tener animales que uno puede acariciar, como los venados, por poner un ejemplo, para convivir directamente con cada uno de ellos.
Una vez que arribamos al lugar indicado e instalamos los accesorios y utensilios de comida —y todos nuestros artículos de juego— iniciamos las actividades recreativas con una oración, antes de recorrer el parque.
La Hacienda Panoaya es un sitio que cuenta con un área de venados acariciables, llamas, emús, cerdos, borregos, cabras y un dromedario que comen de la mano de los visitantes, por lo que a los niños les resultó muy divertido tocar y jugar con estos animales.
Asimismo, tuvimos la oportunidad de subirnos a una tirolesa alpina en la que tras colocarnos el equipo de seguridad, subimos a una altura de 12 metros para después ser “arrojados al vacío” y recorrer una distancia de 200 metros.
Una de las actividades más concurrida por todos los miembros, fue el paseo en lanchas de pedales para dos o cuatro personas, en las que se puede navegar por un lago artificial muy tranquilo, sin embargo, organizamos involuntariamente una “guerra naval” que se extendió por casi media hora, y es que a lo largo del pequeño lago puedes encontrar pelotas de plástico muy ligeras que se recogen con la finalidad de “atacar” otras lanchas u obligar a “caer” en un chorro de agua a los pasajeros de las mismas; y fue ahí donde los niños, jóvenes y varios adultos nos divertimos bajo un sol incesante.
Además de estas zonas de juego, el lugar también cuenta con un aviario con cientos de ejemplares de pericos australianos que comen de tu mano, ya que a la entrada te entregan una pequeña ración de alimento especial para que las aves se acerquen a comer, una experiencia maravillosa para quienes disfrutan el canto y los colores de estos animalitos. Además, en el aviario también cuentan con un par de coloridas guacamayas.
Entre las actividades que se organizan están los espectáculos de águilas, serpientes y felinos, así como un cachorro de tigre o jaguar con los que puede uno tomarse una fotografía, además de la fiesta de espuma en la que uno queda cubierto de espuma fresca y blanca. Toda una experiencia para chicos y grandes.
Una de las actividades que más se disfrutaron y que ponen a prueba tus sentidos de orientación es el laberinto inglés de más de cinco mil metros cuadrados, en el que por media hora tuvimos que recorrer sus pasillos naturales —muy idénticos unos de otros— para, al final, salir airosos, no sin antes habernos extraviados un par de veces… o más, en algunos casos.
Tantas actividades nos produjeron hambre, así que disfrutamos de carne asada, acompañada principalmente por quesadillas y frijoles charros, que las damas de la congregación prepararon, todo amenizado por la plática y el compañerismo cristiano.
Además de recorrer el museo denominado Centro Cultural Panoaya y el Museo de los Volcanes, los varones organizamos, ya por la tarde antes de partir, un partido de futbol americano, en el que las mujeres se dispusieron encantadas a aplaudir y animar a cada uno de los participantes.
Al terminar el día, concluimos la actividad en casa de una de las miembros de la Iglesia, la Sra. Margarita García, donde estuvimos de acuerdo en que pronto se debería repetir esta experiencia, ya que esto es lo que produce unidad en el pueblo de Dios, como lo expresa el Eterno en el Salmo 133:1: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”.
Es así como los integrantes de la Iglesia de Dios de la Ciudad de México convivimos en diversas actividades, a fin de fomentar la unión familiar y el compañerismo como grupo cristiano, impulsando el amor y compromiso que tenemos con Dios y nuestra familia espiritual, primordialmente.
—Por Jorge Iván Garduño