El mundo que nos rodea es un mundo enfocado en el materialismo. Todas las personas basan su éxito en las cosas que poseen. El problema con esta forma de pensar es que los seres humanos nunca tienen lo suficiente para poder estar en paz. Entre más dinero se tiene y entre más comodidades físicas se tienen, tal parece que se esfuma más la posibilidad de tener paz y tranquilidad mental. La realidad es que muchas veces, con la prosperidad material también vienen la competencia y el deseo incesante de obtener aún más. Esta forma de vivir se convierte en un círculo que no tiene final.
Dentro de este mundo de competencia sin freno, Dios propone que sus seguidores aprendamos a vivir en fe. La fe que Dios propone trae paz mental, trae la satisfacción de las necesidades básicas y traerá vida eterna en el Reino de Dios.
En Hebreos 11:6 se mencionan tres cosas importantes para los creyentes de todos los tiempos:
1. Sin fe es imposible agradar a Dios.
2. Es absolutamente necesario creer que Dios existe.
3. Es absolutamente necesario creer que Dios es el galardonador de los que le obedecen.
Si queremos agradar a Dios tenemos que basar nuestras convicciones y nuestras acciones en estas tres premisas. Todo lo que hacemos debe tener como fundamento estos tres aspectos. En otras palabras, en este mundo materialista debemos tener la fe que Dios propone. Lo bueno de esta forma de vivir es que, en efecto, esta fe sí trae tranquilidad y paz mental. Además, Dios sí provee de lo necesario para vivir y servirle.
La fe que Dios propone
La fe que Dios propone es la fe que obedece. Esta fe se demuestra cuando obedecemos a Dios. Es fácil tener la fe que solamente cree en Dios. Pero la fe verdadera es creerle a Dios y actuar en consecuencia. Es aquí en donde me gustaría hacer una relación entre el patriarca Abraham y nosotros los creyentes del siglo XXI. La realidad es que los creyentes de todos los siglos han tenido como padre a Abraham. Él ha sido un ejemplo de fe para todos lo que pretendemos agradar a Dios. “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:28-29).
¿Cómo se aplican algunos eventos principales de la vida de Abraham a nuestra vida actual, y específicamente a nuestra responsabilidad de guardar la Fiesta de los Tabernáculos? Los eventos en la vida de Abraham afectan en general toda nuestra forma de vivir y de pensar como cristianos, pero en esta ocasión me gustaría aplicar estos eventos específicamente a la Fiesta de los Tabernáculos.
Vete de tu tierra y de tu parentela
Abraham era un hombre próspero en lo material. A través de los años, en la tierra de Ur de los Caldeos, el patriarca había logrado tener muchas posesiones. Debido a esta prosperidad material, lo más probable es que también tuviera muchos amigos y fuera alguien respetado y emulado en su sociedad natal. Lo más probable es que Abraham nunca se imaginara que sería llamado por Dios y menos llegar a pensar que ese llamamiento incluiría literalmente dejar su lugar natal. Pero sucedió.
“Pero el Eterno había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y se fue Abram, como el Eterno le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán” (Génesis 12:1-4).
Si Abraham obedecía, recibiría dos tipos de bendición: una material y la otra espiritual. Debido a que Abraham obedeció en fe, él y su descendencia recibieron también las bendiciones prometidas. Abraham obedeció y como consecuencia Dios cumplió sus promesas. Dios nunca deja de cumplir sus promesas cuando nosotros cumplimos nuestra parte.
Como cristianos del siglo XXI, nosotros no recibimos la orden de cambiar nuestro lugar de habitación de manera permanente, pero sí recibimos la orden de parte del mismo Dios de Abraham, de cambiar de habitación por ocho días cada año, para guardar la Fiesta de los Tabernáculos. Dios espera que nosotros seamos como nuestro Padre Abraham, como dice la Escritura: “Y se fue Abram, como el Eterno le dijo…”
Hace muchos años un miembro de la Iglesia le hizo una pregunta a mi padre, quien también era miembro. La pregunta fue: “¿irás a la Fiesta de Tabernáculos este año?”. Mi padre contestó de la siguiente manera: “no me hagas esa pregunta. Mejor pregúntame cómo me iré a la Fiesta.”
Notemos la orden específica que Dios nos ha dado a los creyentes de todas las edades: “la fiesta solemne de los tabernáculos harás por siete días, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar. Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. Siete días celebrarás fiesta solemne al Eterno tu Dios en el lugar que el Eterno escogiere; porque te habrá bendecido el Eterno tu Dios en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre” (Deuteronomio 16:13-15). Si buscamos ser descendientes de Abraham, debemos guardar la Fiesta de los Tabernáculos.
Debemos buscar el bienestar del otro
Cuando Abraham y su sobrino Lot iban de camino, llegó el momento en que ellos tenían que separarse. Después de muchos años de conocerse y de vivir juntos en la misma tierra y andar en la misma aventura peregrina, una separación entre ambos familiares podría ser muy traumática. Para poder reducir al mínimo el trauma de la separación, Abraham hizo una sugerencia que solamente la harían personas de alta gama espiritual. Todos conocemos la propuesta:
“Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra. Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda (Génesis 13:7-9).
Abraham dejó que su sobrino Lot hiciera la primera elección, lo dejó escoger primero, le dio el primer lugar, le dio la preferencia. ¡Qué decisión más difícil para Abraham, pero qué maravillosa forma de expresar su forma de vivir al dar preferencia al otro! Esta forma de actuar es característica sólo de los grandes en lo espiritual. De hecho, tal vez la forma más obvia de expresar la madurez espiritual es cuando genuinamente se busca el bienestar del otro. Necesitamos muchísimo de esta forma de pensar y de vivir en este mundo egocéntrico y competitivo. También necesitamos de esta forma de vivir en la Iglesia de Dios. El apóstol Pablo expresó esta forma de pensar de una manera magistral:
“Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:2-4).
En cuanto a la Fiesta de los Tabernáculos tengo una pregunta, ¿por qué Dios dice lo siguiente en Deuteronomio 16:11? “Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones”. Dios quiere que nosotros seamos artífices de la alegría de todas las personas mencionadas en esta escritura y la única manera de lograr que todas estas personas estén alegres en la Fiesta de Tabernáculos es que nosotros busquemos genuinamente el bienestar de los demás. El ejemplo de Abraham nos enseña esta forma de vivir.
Las mayores pruebas vienen debido a nuestros hijos
A ninguna persona le gusta pasar por una prueba y menos si viene de Dios y aún menos si esta prueba es a través de uno de nuestros hijos. Sin embargo, Dios probó a Abraham a través de su hijo. Ésa fue la prueba más grande que alguien pudiera enfrentar.
“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo” (Génesis 22:1-3).
La historia parece sencilla, pero para aquellos que tenemos hijos es la prueba más fuerte que se pueda tener en esta vida. El señor Armstrong dijo alguna vez que el amor de una madre por un hijo, aunque es carnal, igual es el más grande que existe en esta vida física. De hecho, si alguien es capaz de poner a su hijo en segundo o tercer lugar, después de Dios, esta persona está lista para servir a Dios sin ninguna barrera. Como bien lo dijera el apóstol Pablo: “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
Nuestro hijo, nuestra hija o nuestra familia no deben ser un impedimento para que nosotros sirvamos a Dios. ¿Cuántas personas han dejado la Iglesia de Dios porque su hijo o su hija fueron ofendidos? ¿Cuántas personas han dejado de congregarse porque su esposo o esposa ya no quiso hacerlo? ¿Cuántas personas han dejado de guardar la Fiesta de los Tabernáculos porque el esposo no pudo viajar al lugar de la Fiesta? Creo que es fundamental entender y practicar que el llamamiento que Dios nos hizo fue particular, individual, personal.
Cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo, Abraham no se amargó ni pensó mal de Dios. De hecho, el patriarca pensó en algo positivo: que Dios era poderoso para resucitar a Isaac, para tener descendencia por medio de él.
Cuando Abraham obedeció a Dios, las promesas del Creador se cumplieron, porque Él no puede mentir. La promesa física se cumplió y aún se está cumpliendo (Hebreo 11:12). La promesa espiritual empezó a cumplirse cuando Cristo vino de la propia estirpe de Abraham y el Mesías aún regresará a la Tierra para establecer su Reino.
Dios ha dicho que si nosotros somos sus hijos, entonces somos también descendientes de Abraham en lo espiritual. Usted y yo tenemos la responsabilidad de esforzarnos por ser como Abraham, nuestro padre en la fe. Que Dios nos ayude a aplicar las lecciones de Abraham en nuestra vida diaria y en nuestra decisión de guardar la Fiesta de los Tabernáculos que ya se acerca. CA
—Por Saúl Langarica