La Pascua era una conmemoración que recordaba a los israelitas cómo Dios los liberó de la esclavitud por mano de Moisés, para luego llevarlos a la Tierra Prometida.
La palabra “pascua” viene del vocablo hebreo pesakh, que literalmente significa “pasar por alto” o “por encima”. Entonces, “Pascua” denota el acto de “pasar por alto”, así como Dios pasó por alto cada casa en Egipto y mató a todo primogénito que no tuviera la señal de la sangre sobre los dinteles de la puerta donde estaba.
De la misma manera, Dios pasa por alto nuestros pecados cuando aceptamos la sangre de Jesucristo — el Cordero de Dios— y nos bautizamos en su nombre.
Los principales pasajes bíblicos que narran la institución de la Pascua son Éxodo 12:1-28 y Deuteronomio 16:1-8. En la Pascua los israelitas conmemoraban su liberación física por medio de la intervención divina de Dios. Ese día recordaban que Dios los sacó de la esclavitud de Egipto por mano de Moisés para introducirlos a Canaán, la Tierra Prometida. Pero la Pascua no sólo recordaba la liberación, también representaba al cordero víctima del sacrificio, cuya sangre untada en los postes y dinteles de las puertas de los israelitas evitó la muerte de sus primogénitos.
En la primera Pascua hubo detalles únicos que luego sólo se practicaron simbólicamente, tal como las instrucciones en Éxodo 12:7 y 11. En tiempos posteriores, la sangre era rociada como símbolo de expiación.
La Pascua se celebraba a la puesta del sol el 14 del mes de Abib o Nisán (Éxodo 13:4; 34:18; Ester 3:7) —alrededor de marzo o abril. Éste es el primer mes del calendario judío.
El 10 de Abib cada familia debía apartar un macho sin defecto de entre los corderos o cabritos, y si la familia era pequeña podía compartirlo con otra. El cordero debía ser inmolado y su sangre untada en los postes y el dintel de las puertas; un recordatorio de que así se había evitado la muerte de los primogénitos de las familias que tuvieran la señal de la sangre.
El cordero debía asarse y había que comer su carne con hierbas amargas y panes sin levadura. El padre de familia presidía la celebración y, según las instrucciones precisas de Moisés, debía explicar el significado de la celebración a los hijos, enfatizando la amorosa y poderosa intervención de Dios al dar libertad a su pueblo (Deuteronomio 6:20-23). Los huesos del cordero no debían quebrarse y tampoco dejar restos de su carne, sino que debían quemarse esa misma noche (Éxodo 12:46; Números 9:12).
Si justificadamente alguien no podía celebrar la Pascua en la fecha establecida, debía hacerlo el mes segundo. Pero si la razón era por descuido o por voluntad propia el infractor era cortado del pueblo (Números 9:6-14).
En el Nuevo Testamento se mencionan varias Pascuas que Jesús celebró (Lucas 2:41-43; Juan 2:13), especialmente la última, en el aposento alto, la víspera de su muerte (Mateo 26:17-30; Marcos 14:12-16; Lucas 22:7-15; Juan 13:1-2).
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo da instrucciones para celebrarla: “Nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). Vemos que Cristo es el Cordero pascual.
Él es el Cordero de Dios (Juan 1:29) que fue inmolado por nuestro rescate “desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:18-20). Como el cordero del Antiguo Testamento, en Él no hubo mancha alguna (Hebreos 9:14; 1 Pedro 1:19), se ofreció voluntariamente (Juan 10:17-18; Hechos 8:32) y sus huesos no fueron quebrados (Juan 19:36).
Después de tomar su última Pascua con los discípulos, Jesús instituyó la Pascua del Nuevo Testamento mediante los símbolos del pan y el vino. El pan sin levadura simboliza la integridad que los cristianos debemos vivir (1 Corintios 5:8) y el vino, la sangre de Cristo derramada que nos limpia del pecado (Mateo 26:28). La sobriedad de la ceremonia de la Pascua, en la que participamos la noche del 14 de Abib, conmemora la muerte de Cristo. Es un recordatorio anual del doloroso sacrificio que nos libra del pecado y la muerte eterna, y que además hace posible la sanidad de todas nuestras enfermedades.
Comencemos hoy a meditar en la importancia que la celebración de la Pascua tiene para quienes hemos sido llamados por Dios.
—Por Lauro Roybal