La misericordia de Dios es infinita cuando confiamos que Él es quien organiza nuestra vida.
Nací en la Iglesia de Dios y por cuestiones que no conozco en detalle, mis padres dejaron de asistir a la Iglesia cuando yo tenía 10 años. Estuvimos sin congregarnos algunos años que fueron de mucha adversidad. Con el tiempo comprendí que todo sucedió porque habíamos dejado de hacer la voluntad de Dios. Cuando cumplí 22 años de edad, creo que Dios en su misericordia puso en mi mente la inquietud de retomar aquellas enseñanzas que alguna vez habían hecho que mi vida tuviera sentido y viviera mis primeros años con alegría. Al retornar a la congregación, comencé nuevamente a experimentar la felicidad que casi se me había ido de las manos.
En aquel momento comencé a pedirle a Dios por un esposo, un compañero que también comprendiera este maravilloso camino y estuviera dispuesto a vivir una vida de obediencia a Dios. Hasta entonces nunca había tenido un novio, pero Dios me concedió el deseo de mi corazón. En mi segunda Fiesta de Tabernáculos de regreso en la iglesia, conocí a quien hoy es mi marido.
Pasó un año y empezamos a orar para tener un bebé, pero lamentablemente dicho bebé no llegaba y nosotros llegamos a impacientarnos. Fueron cuatro años de espera. Un sábado uno de los ministros dijo en su sermón que si había un momento ideal para pedirle a Dios algún deseo del corazón era en el tiempo de la Pascua cuando nos reconciliábamos con Dios y teníamos su perdón. Así que en una Pascua con todas mis fuerzas le pedí a Dios un hijo. Al año siguiente en la ceremonia de la Pascua tenía entre mis brazos a una hermosa bebé de tres meses de edad. Una vez más Dios me concedía el deseo del corazón.
Mi esposo y yo queríamos tener un segundo bebé. Pasaron otros cuatro años de espera hasta que nuevamente Dios nos concedió a nuestro segundo bebé. Lo que pedíamos a Dios es que se hiciera su voluntad, pero a la vez pensamos que es Dios quien conoce a su iglesia y Él está a cargo de los detalles más mínimos. Nosotros los padres deseamos que nuestros hijos crezcan en la iglesia, y por supuesto que ellos se casen con algún jovencito o jovencita dentro de la Iglesia. Entonces con mi esposo y yo pensamos que si hay más niñas en la iglesia, entonces que nuestro hijo fuera varón, y si hay más niños en la iglesia, entonces que nuestra hija fuera mujer. Una vez más Dios nos concedió el deseo de nuestro corazón y nos dio un varoncito, ¡porque hay más niñas en la Iglesia!
Miro hacia atrás en mi vida y lo único que veo es que todo cuanto he pedido a Dios, eventualmente Él me lo ha concedido sólo por misericordia. Dios nos concede los deseos del corazón solamente porque queremos hacer su voluntad y queremos sujetarnos a sus principios y mandatos, aunque no lo hacemos bien.
Permitamos que Dios guie nuestras vidas. Dejemos de lado la ansiedad, la duda y la incertidumbre. Dios sí contesta nuestras oraciones. Es un privilegio poder ser parte de la Iglesia de Dios, de la familia de Dios en este tiempo porque al ser sus hijos y al esforzarnos por obedecer a nuestro Padre en los cielos, Él sí nos concede los deseos del corazón. CA
—Por Verónica Pinilla