Una voluntaria en la Fundación de Ayuda Internacional nos cuenta de su experiencia de voluntariado en Jordania.
Por Jennifer Bowman
Atravesé corriendo el aeropuerto de Chicago en busca de mi conexión a Jordania. Al llegar al final del pasillo, un hombre me detuvo y me preguntó por qué tanta prisa.
“¡Tengo que tomar mi vuelo a Jordania!”, le dije.
“Tranquila, el avión está ahí”, me dijo señalando hacia el montón de gente que comenzaba a abordar. “Aún tienes tiempo. Bienvenida a Jordania”.
Fue una bienvenida apropiada -amigable, no tan preocupada por la hora- y la línea parecía más una masa de gente que una línea. Lo único que cambió cuando realmente estaba en Jordania es que el “Bienvenida a Jordania” casi siempre estaba en árabe (ahlan wa sahlan), y las líneas no sólo eran desordenadas, sino que simplemente no existían.
Más que una turista
Jordania. Me tomó algún tiempo asimilar que realmente estaba viviendo ahí.
Siempre me había llamado la atención la idea de viajar por el mundo y vivir en un país en desarrollo prestando servicio a la comunidad, pero el Medio Oriente nunca estuvo en mi lista de lugares por visitar. De hecho, era uno de los pocos lugares en los que habría evitado vivir, hasta que supe de la oportunidad en Fundación de Ayuda Internacional.
El programa trabaja con dos escuelas en Ammán, una de escasos recursos para niños con necesidades especiales y la otra, una escuela internacional para la clase privilegiada. El trabajo de los voluntarios puede variar tanto como las escuelas. Mi compañera de cuarto y voluntariado, Chelsea Murphy, por ejemplo, trabajó en la escuela de necesidades especiales como profesora de arte, mientras que yo trabajé en el departamento de Relaciones Exteriores de la Escuela de Bachillerato de Ammán. Mi tarea principal era crear el anuario escolar, pero también participé en muchas otras áreas: di clases en el jardín de niños, ayudé en los programas de teatro y música, y trabajé con los alumnos en un jardín escolar, entre otras cosas.
Vivir en el extranjero es muy distinto a “turistear”. Aun teníamos que lavar platos, limpiar baños e ir al trabajo cada mañana (aun si era voluntario). Nuestras primeras salidas no fueron a los lugares turísticos, sino al supermercado. Recorrimos nuestro barrio, vimos la puesta de sol desde el techo y lavamos el piso del apartamento mucho antes de aventurarnos en Petra.
Metas por cumplir
Algunas de mis metas para el viaje eran las típicas: viajar, conocer la cultura, servir a la comunidad en Jordania, comprar algunos suvenires auténticos y aprender a cocinar comida jordana. Otras eran un poco más inusuales, como leer el Corán, lograr mantener una conversación en árabe, hacer una crónica de mi experiencia como mujer blanca en un país de Medio Oriente y ser luz para quienes me rodearan.
Las metas típicas fueron fáciles de lograr, pero las más inusuales requirieron de más esfuerzo y logré cumplirlas hasta cierto punto. Leí los primeros (y muy cortos) dos capítulos del Corán. Logré mantener conversaciones con los taxistas, siempre y cuando se trataran de direcciones o el clima. Aún estoy trabajando en la crónica, y sólo Dios puede decir qué tan brillante fue mi luz.
Jordania es un país islámico, por lo que parte de mi aprendizaje implicó conocer más de esta religión para poder “ser prudente como serpiente y mansa como paloma” en mis interacciones. Aprendimos mucho, tanto de las conversaciones como del solo hecho de estar ahí.
El llamado de la oración (que sonaba cinco veces al día desde las cuatro mezquitas que rodeaban nuestro apartamento) pronto se convirtió en sonido de fondo y dejó de despertarnos antes del amanecer. Su propósito es que la gente no se olvide de orar en los tiempos establecidos. Ramadán, que comenzó justo antes de irnos de Jordania, es una época en que la gente ayuna durante el día, ora más, se preocupa por ayudar a los necesitados, trabaja menos porque las horas de trabajo disminuyen, y festeja todas las noches tras la puesta de sol. También se abstienen del tabaco y el café, duermen poco y dejan que sus niños jueguen en la calle hasta tarde.
Las dificultades
Como sucede en cualquier aventura o viaje, me encontré con desafíos y victorias inesperados.
Algunos de los desafíos surgieron por estar aislada de mi familia, amigos y congregación, la falta de acceso a la naturaleza, y tener que ajustar mis expectativas del trabajo que haría a la realidad.
Sin embargo, los momentos de mayor gozo y victoria también llegaron a medida que superaba los desafíos. Formé lazos con la gente del lugar yendo a cenar a sus casas, y pude reconectarme con mi familia en una larga conversación por Skype. En enero me uní a un grupo de senderismo, lo que me permitió conocer muchos lugares hermosos de Jordania y ver la puesta de sol en el Mar Muerto tras una larga caminata por un cañón desértico (también aprendí que flotar no es tan fácil como parece). Hice trabajo extra dentro y fuera de la escuela para ampliar mi papel como voluntaria, y hasta les enseñé a los pequeños del jardín de niños cómo hacer jarabe de arce. Me encantó ver su emoción ante la foto de mi casa en Canadá y el bosque donde ayudamos a hacer jarabe de arce.
Las sorpresas
También hubo otras sorpresas. Dos tormentas de nieve paralizaron la ciudad por algunos días, había basura y humo de cigarrillo por todos lados, y Jordania estaba colmada de diversos paisajes hermosos y una sensación de seguridad generalizada.
Lo más inesperado fue la sensación de seguridad, pues llegamos en una época de conflicto entre israelitas y palestinos. Descubrí que Jordania vive y respira a la sombra de los guardias de seguridad que vigilan las calles desde pequeñas cabinas ubicadas a lo largo de las veredas. También están en los caminos deteniendo buses para inspeccionar a todos los pasajeros hombres y atrapar criminales, y están monitoreando los detectores de metales en las entradas del centro comercial y la escuela donde trabajé. Al principio me sentí intimidada, pero luego, tenerlos ahí me hizo sentir segura. Entendí que (aun si algunos parecen desatentos) los guardias son parte de la seguridad del país.
Mi experiencia en Jordania cambió mi perspectiva del lugar de formas inesperadas. Ahora cuando leo noticias acerca de los problemas en Medio Oriente, recuerdo la seguridad que sentí. También recuerdo a la mujer libanesa que conocí y me contó cuán seguro sería visitar ciertos lugares del Líbano que no han sido directamente afectados por los conflictos, especialmente siendo una mujer blanca. Siento mucha más empatía hacia los inmigrantes que intentan ganarse la vida, aun si no puedo entender lo que dicen. Y tengo mucha más confianza en mí misma luego de tantas experiencias nuevas, aunque todavía me pongo nerviosa al tomar un taxi en una ciudad pequeña.
De vuelta a casa
Cuando la gente me pregunta cómo fue mi experiencia en Jordania, lo único que puedo decir es “increíble”. ¿Cómo resumir un año de vida en un país donde todo es tan diferente y a la vez tan igual? ¿Cuando cosas que hace un año parecían extrañas y ajenas ahora parecen tan normales que ni siquiera vale la pena mencionarlas? ¿Cuando ni siquiera he terminado de asimilar la profundidad de mi experiencia?
Hace un mes que volví a Canadá y aún me emociona abrazar a mi familia, nadar en el lago, comer donas de Tim Horton’s y conducir mi propio auto; aunque también extraño a mi familia y amigos de Jordania, las largas caminatas por el desierto, la comida árabe y los interesantes viajes en taxi.
Pero es tiempo de pasar la batuta a los nuevos voluntarios. De hecho, escribo esto mientras vuelo a Minnesota para orientarlos en su aventura que comienza pronto en Jordania. Cuando me acerqué a la puerta de abordaje para subir al avión, automáticamente le agradecí al guardia con un shukran en lugar de “gracias”, y supe que Jordania siempre sería parte de mí. CA