Por Roxanna Hernández de Soto
Ese niño es incorregible, ¿quiénes serán sus padres?”.
“Ese niño maneja a sus padres y éstos no lo saben controlar, está muy mal educado”.
“A mis hijos, yo los eduqué derechitos desde chiquititos”.
“Castígalo de inmediato, para que entienda”.
“Debes llevarlo al doctor, es posible que necesite que lo mediquen. Lo va a necesitar para su mejor desarrollo”.
“Déjamelo una semanita y yo te lo entrego derechito, veremos si conmigo se va a portar así”.
Todo esto me han dicho acerca de mi hijo.
Él es bueno, cariñoso, inteligente, original y tiene una memoria excepcional, pero tiene dificultad para jugar con otros niños de su edad. Llora y tiene rabietas con frecuencia y a veces se comporta, sin mala intención, de forma no apropiada, poniéndome en evidencia.
Mi hijo no para de hablar en un tono alto y peculiar acerca de lo que a él le interesa, especialmente de cómo opera una computadora, la economía del país, los planetas… y felizmente pregunta mucho acerca de la Biblia.
En el colegio los profesores se quejan a menudo de que no está atento y que parece estar en otro mundo. En el recreo juega solo. No tiene amigos.
Mi hijo tiene siete años y padece TEA —Trastorno del espectro autista de alto funcionamiento, comúnmente conocido como “Síndrome de Asperger”.
El próximo domingo se cumplen 12 años desde que mi vida cambió al conocer al Dios verdadero. Este cambio me hizo conocer a una persona a la que amo y que ha seguido el camino de Dios en su Iglesia por muchos años. Me refiero a mi esposo.
Con el tiempo me di cuenta de que mi compañero de vida solía tener una personalidad diferente. Era un adulto con TEA. Mi esposo nunca tuvo un diagnóstico ni se trató médicamente como se hace hoy. Sin embargo, al pasar los años, pudo ir superando aspectos de su personalidad que le impedían relacionarse adecuadamente con los demás, especialmente con alguien del sexo opuesto… hasta que el Eterno decidió cruzar nuestras vidas.
Vivir con una persona con esta condición y que se ha superado día a día, de la mano de Dios, no se me ha hecho tan complicado. Pero recibir la noticia de tener un hijo con esta condición, cada vez se me hacía cuesta arriba, no sólo por lo complejo del síndrome, sino por tener que lidiar con la ignorancia e indiferencia de los demás con respecto a este tema.
A veces los juicios de las personas son duros, rápidos y sin fundamento: “no, tu hijo no tiene nada”, “no se le nota”, “¿y qué es eso?”, etcétera. No ha sido fácil lidiar con los juicios de los demás.
El Síndrome de Asperger es un trastorno cerebral muy frecuente que se da, mayoritariamente, en varones. La persona que lo padece tiene un aspecto externo normal. Suele ser muy inteligente y habla con normalidad, pero presenta problemas para relacionarse con los demás y muestra comportamientos inadecuados. Los padres pueden percibir esta enfermedad en sus hijos entre los dos y siete años de edad.
He aquí algunos síntomas:
- Le cuesta trabajo entender un texto o el enunciado de un problema y necesita que le ayuden explicándoselo por partes.
- A menudo no comprende la razón por la que se le riñe, se le critica o se le castiga.
- Interpreta literalmente el lenguaje.
- Habla en tono alto y peculiar, cantarín o monótono como un robot.
- Habla mucho.
- No entiende las reglas implícitas de los juegos.
- Le es difícil entender cómo debe comportarse en una situación social determinada.
- A veces su conducta es inapropiada y puede parecer maleducado.
- Puede realizar comentarios ofensivos para otras personas, sin darse cuenta.
- En el colegio es fuente de conflictos con compañeros y es fácil objeto de burlas.
- Tiene poca tolerancia a la frustración.
- Cuando quiere algo, lo quiere inmediatamente.
- Posee una pobre coordinación motriz.
- Tiene problemas al vestirse, se suele poner la camiseta al revés o no encuentra el canal del pantalón para meter sus pies.
- Le cuesta abrocharse los botones y hacer un lazo con los cordones de los zapatos.
- Suele hablar mucho de los temas de su interés sin darse cuenta si el otro se aburre.
Todo esto se puede ir superando con la ayuda de los padres, con terapias de ayuda con fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, educadores, neurólogos y por supuesto la ayuda de Dios.
Las personas ajenas pueden considerar que el niño es grosero, desconsiderado o mimado. Pueden lanzar a los padres una mirada desdeñosa y considerar que el comportamiento inusual es el resultado de la incompetencia de la educación en casa. Pero, ¡cuántas veces emitimos juicios rápidos porque ignoramos el fondo de un problema!
Yo era una de las personas que criticaba la mala educación de los hijos de otros, cuando yo no tenía hijos. Cuando tuve a mi hijo con el Síndrome de Asperger, tuve que aprender, con dolor, a lidiar con el tema y a tener misericordia de los padres cuando enfrentan problemas con sus propios hijos. Estoy aprendiendo a no juzgar tan rápido a los demás.
He aquí las cosas que he aprendido con la enfermedad de mi hijo:
- Cultivar la paciencia.
- Analizar las situaciones y a las personas antes de juzgar.
- No tener prejuicios.
- Levantarme una y otra vez de mis desánimos.
- Aceptar y entender a la gente diferente.
Sobre todas las cosas he aprendido a consolarme e instruirme en Dios. Sé que como madre tengo la gran responsabilidad de cuidar de mi hijo y educarlo a la manera de Dios. Como dice Él: “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
Gracias a Dios tengo el ejemplo de mi esposo convertido, que ha sabido ir resolviendo el mismo problema de mi hijo, con la ayuda de Dios. Siento que tengo la obligación de mostrarle a mi hijo el camino de Dios y su justicia. Como cristiana no tengo alternativa.
Que Dios nos ayude a todos los cristianos verdaderos a impregnarnos del amor de Dios para con nuestros hijos, pero también para con los que no son nuestros hijos. Apreciemos este Camino y mantengamos nuestras esperanzas puestas en la meta del Reino de Dios. CA