Por Matías Carvajal
¿Qué es la tentación? ¿Cómo funciona? ¿Es mala? ¿Cómo podemos vencerla?
Del latín temptatio, la tentación es la instigación que induce el deseo de hacer algo generalmente malo. Puede tratarse de una persona, una cosa, una circunstancia u otro tipo de estímulo. La tentación está asociada a la seducción y a la provocación. Como humanos podemos sentirnos tentados a comer un chocolate, nuestro plato de comida favorito o a comprar las zapatillas que vimos en el centro comercial. ¿Es correcto dejarnos llevar por la tentación? ¿Debe ser algo que nosotros los jóvenes cristianos debemos tomar en cuenta? Claramente, ya que, al ser una provocación mental, probablemente estará ligada con el pecado y las consecuencias que éste nos trae.
El origen de la tentación
El primer caso de tentación en la historia de la humanidad tuvo que ver con un pecado cuya consecuencia nos afecta hasta el día de hoy. Eva vio que el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal era bueno para comer, y era “agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (Génesis 3:6). La primera mujer fue tentada a comer del fruto prohibido, del cual Dios le había dicho que no comiese (Génesis 2:17). Ella se dejó llevar por las palabras astutas del tentador por excelencia, Satanás. Y luego, sus pensamientos dieron origen a la tentación.
En este ejemplo podemos ver que la tentación trabaja en dos vías, una después de la otra. Primero es la incitación manipuladora de Satanás. Luego, por el razonamiento humano, el pensamiento se desliza como si se tratara de un tobogán sin regreso.
Así como Eva, nosotros nos vemos tentados cada día a hacer cosas que bajo nuestro razonamiento pueden ser “buenas”, pero en su mayoría van en contra de la ley de Dios, y nos llevan directamente a un camino pecaminoso del cual es difícil salir si no se sabe lidiar con la tentación.
La Biblia nos dice que el “pecado es la infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Es decir, es ir en contra de Dios y de su voluntad. Por ello debemos resistir al pensamiento inicial para que podamos vencer el pecado, como dice el apóstol: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12).
Satanás el diablo conoce muy bien este proceso. Por ello, él busca con todas sus fuerzas hacer caer en tentación a aquellos que quieren obedecer a Dios. Él es el tentador, que ha logrado engañar a la humanidad, “la serpiente antigua que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9).
Debemos vencer al maligno y a las tentaciones, pero ¿es posible hacerlo? Y si se puede, ¿cómo podemos hacerlo? Para responder estas preguntas analizaremos algunos ejemplos en la Biblia.
José y la esposa de Potifar
Luego de haber sido vendido por sus hermanos y haber servido de forma excepcional a Potifar, un jefe de la guardia egipcia, a José le fue confiada la administración del hogar de su amo, y ahí tuvo que pasar por una situación muy difícil. En Génesis 39:7-12 se encuentra el relato: “Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: duerme conmigo”. Aquí se le presentó a José la incitación de Satanás. Veamos cómo reaccionó: “Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: he aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” José tenia claras sus ideas, estaba fuerte mentalmente. Demostró su lealtad a Dios y a su amo.
Pero la tentación no acabó ahí, la mujer le insistía cada día para que él se acostara con ella, y el siguió negándose. Luego se le presentó la tentación más grande: “aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí. Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió”. Ese día la tentación fue muy fuerte, y José tuvo que tomar medidas drásticas: correr y huir lejos del deseo carnal.
José demostró una firmeza y una convicción enormes, siendo consciente de la lealtad que le debía a Potifar y aún más a Dios. No se dejó llevar por razonamientos humanos. Tampoco se detuvo “dándole vueltas” al pensamiento. En el momento crítico y difícil, supo cortar de raíz la tentación y huyó corriendo.
El ejemplo de Jesús
Antes de comenzar la predicación del evangelio, Jesús ayunó por 40 días y 40 noches, mientras estaba en el desierto. Satanás vio que Jesús tenía hambre: “Y vino a él el tentador, y le dijo: si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. Pero ante esto Jesús respondió: “Escrito está: no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Jesús también se mostró fuerte mental y espiritualmente, recordando algo muy importante al igual que José: obedecer a Dios es prioridad ante cualquier deseo e incluso ante cualquier necesidad física.
Cristo dijo antes de morir: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mateo 26:39, énfasis añadido). Aunque Jesús no quería ser sacrificado, rápidamente recalca que Dios, su palabra y su voluntad están por encima de todo.
Volviendo a la tentación de Jesús en el desierto, Satanás intentó hacer caer a Jesús en otras dos oportunidades. Pero Jesús termina diciendo en Mateo 4:10: “Vete, Satanás, porque escrito está: al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.
Jesús y José vencieron al diablo y a la tentación. Ellos primero se fortalecieron mental y espiritualmente con una relación cercana a Dios. Fueron responsables de sus decisiones, y supieron poner en la balanza y escoger lo más importante: obedecer a Dios antes que a sus propios deseos.
Velad y orad
Jesús, antes de ser arrestado, les dijo a sus discípulos que se ocuparan en vencer la tentación. En Mateo 26:41 dice: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.
Podemos tener la disposición y la decisión de vencer el pecado, pero como humanos, somos débiles. Nuestra mente es frágil. Por lo tanto, es necesario que velemos, que estemos atentos a las situaciones en que Satanás nos busca para hacernos caer. Además, estemos firmes y fieles a Dios, para que Satanás huya de nosotros. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
Es necesario pedir a Dios, en continua oración y ayuno, como José y Jesús lo hicieron, que nos de las fuerzas suficientes para hacer frente a las tentaciones y al pecado.
Finalmente, acatemos el consejo del apóstol Pablo cuando dijo: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14). Podemos vencer al maligno y a la tentación, para alcanzar las promesas de Dios. CA