Junio fue un mes muy ocupado. Graduaciones, bodas, el día del padre, vacaciones y otras ocasiones especiales llenaron este mes —el cual también incluyó un aniversario que pasó casi desapercibido.
Fue el 6 de junio de 1944 cuando las Fuerzas Aliadas, bajo el mando del general Dwight Eisenhower, desembarcaron en las costas de Normandía dando paso a la mayor invasión por mar de la historia.
Sólo el primer día, 2.500 soldados aliados murieron y 8.500 resultaron heridos. Desde el día D hasta el 21 de agosto, un total de 2.052.299 soldados llegaron a Normandía, de los cuales 36.174 murieron, 153.475 resultaron heridos y 19.211 desaparecieron en combate. Además, 16.174 aviadores murieron cuando sus aviones fueron derribados.
Estas estadísticas fueron tomadas del libro Never Say Goodbye [Nunca digas adiós], de Robert Anstey. En él, Anstey describe lo que fue pertenecer al ejército que invadió Normandía con sólo 19 años. El padre y tocayo del autor, Bob Anstey, desembarcó el 9 de junio como un joven de 19 años de edad con la misión, en un grupo de otros 15 hombres, de disparar la artillería pesada que llegó a Normandía para proteger los aeródromos. El libro describe la euforia que los jóvenes sintieron cuando derribaron el primer avión. Sin embargo, la emoción se desvaneció cuando se dieron cuenta de que también habían matado al piloto.
“¡Matamos a alguien!”, exclamó uno de los hombres. Y el sombrío pensamiento se intensificó cuando sacaron el cadáver del avión, descubriendo que era un joven de 16 años en su primera misión. Todos guardaron silencio al darse cuenta de que habían matado a un adolescente con toda su vida por delante. Pero al mismo tiempo, el joven había participado en la expedición que había matado a uno de sus compañeros. Era difícil separar las emociones —la ira de que un piloto alemán hubiera matado a uno de sus amigos, y la tristeza de que este joven de 16 años ahora estuviera muerto, despojado de todo su futuro.
Los eventos que siguieron al día D fueron marcados por lo mejor de la valentía humana y las peores pérdidas de vidas jóvenes. Entre 50 y 80 millones de personas murieron durante la Segunda Guerra Mundial, siendo la edad promedio de los soldados 26 años. Y esto es cierto en la mayoría de las guerras. Las declaraciones de guerra son hechas por hombres y mujeres mayores y más “sabios”, pero la verdadera batalla la libran los jóvenes.
La historia de la humanidad está llena de una trágica guerra tras otra. Desde 1945, se han librado grandes batallas en Corea, Vietnam, Kosovo, Kuwait, Afganistán e Irak, por nombrar sólo algunas. La mayoría de los soldados, con sólo veintitantos años de edad.
Es cierto que el mundo está mejor sin una Alemania liderada por Hitler, pero la victoria de las Fuerzas Aliadas en el Segunda Guerra Mundial fue sólo un arreglo temporal.
Hoy en día, estamos más cerca de la destrucción total de la humanidad que aquel día de junio de 1944.
Aunque el mundo es ahora más oscuro y problemático que en cualquier otro momento de la historia, si escogemos el camino correcto, el camino angosto (Mateo 7:13-14), podemos estar seguros de que Dios cuidará de nuestros jóvenes.
A través de los años, he leído varios libros acerca de la invasión de Normandía y no hay nada que se le compare en la historia. Fue el principio del final de Hitler. Pero aun así, no resolvió el problema más básico de la humanidad: el rechazo a Dios y su camino de vida.
Como cristianos, nos oponemos a la guerra y las matanzas como un medio para resolver los problemas del hombre. Sin embargo, sabemos que la humanidad seguirá por ese ancho y desastroso camino hasta que Jesucristo regrese a la Tierra.
Si los jóvenes comprenden la importancia de tener a Dios en sus vidas desde temprana edad, ciertamente tendrán un brillante futuro por delante. Salomón escribió en Eclesiastés 12:1: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos”.
Desarrollar una relación con Dios mientras se es joven es extremadamente importante. Háganlo “antes que vengan los días malos”.