Controlar nuestras palabras puede ser una tarea muy difícil, pero es muy importante usarlas bien para no ofender a otras personas.
Por Ariel Rosales
Cuando algún tema se menciona en la Biblia más de una vez, generalmente es porque se trata de un tema importante. Si buscamos versículos en la Palabra de Dios relacionados con las palabras que salen de nuestra boca, o al uso de nuestra lengua, podemos con seguridad encontrar decenas de ellos.
Por una parte, esto se debe a que es muy fácil para todo ser humano pecar con sus palabras, pero además, estos pecados podrían herir las emociones o sentimientos de otras personas. Es sencillísimo herir a los demás con lo que decimos.
Controlar lo que decimos puede ser una de las tareas más difíciles que tenemos en nuestra vida como hijos de Dios. Nuestra lengua, en muchas ocasiones, es más rápida que nuestra mente. La realidad es que es mucho más fácil hablar que pensar.
Nuestra tendencia natural, y quizá cultural, es darles más importancia a pecados “grandes”, como el asesinato o el robo, que a pecados “pequeños”, como los que cometemos con nuestras palabras, quizá porque las consecuencias físicas inmediatas tienden a ser menores cuando se trata “solamente” de lo que decimos.
Pero nosotros no debemos restarle importancia a ningún pecado, ya que todos tienen la misma importancia ante los ojos de Dios y cualquiera de ellos puede dejarnos fuera de su Reino.
A veces es mejor callar
Podemos leer en uno de los Salmos de David: “Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; Guardaré mi boca con freno…” (Salmos 39:1). David sabía que podía pecar fácilmente con sus palabras. Él también dice: “Enmudecí con silencio, me callé aun respecto de lo bueno…” (Salmos 39:2).
David, siervo conforme al corazón de Dios, temía mucho pecar con su lengua, de tal manera que prefería callar incluso respecto de las cosas buenas, con tal de no correr el riesgo de cometer un pecado.
¿Cuidamos nuestras palabras con el temor que lo hacía David? ¿Entendemos que estamos pecando cuando usamos palabras incorrectas o de más? ¿Nos sentimos mal cuando decimos algo ofensivo y lo corregimos?
En el libro de los Proverbios podemos encontrar una gran cantidad de consejos y advertencias respecto a las palabras que salen de nuestra boca. Analizar estos consejos es un excelente ejercicio para nuestra vida cristiana. Debemos preguntarnos seriamente si acaso necesitamos esos consejos.
¿Por qué es tan importante cuidar nuestras palabras? La respuesta también la encontramos en la Biblia: “La muerte y la vida están en poder de la lengua…” (Proverbios 18:21). Alcanzar la vida eterna que Dios nos ofrece puede depender de las palabras que decimos o dejamos de decir durante nuestra vida.
Como bien lo dice la Biblia: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:35-37).
Pensar antes de hablar
¿Cómo puedo yo controlar mis palabras? Una práctica fundamental que debemos esforzarnos por llevar a cabo es la de pensar antes de hablar.
Existen muchas situaciones en las que esto puede ser sencillo, pero hay otras en las que no es tan fácil, como por ejemplo cuando nos enojamos. Generalmente cuando estamos enojados la reacción normal es hablar sin control, sin importar que ofendamos a quien sea.
Si alguien dice algo que nos molesta, o con lo que no estamos de acuerdo, generalmente no nos tomamos unos segundos para pensar con claridad qué vamos a responder, sino que nos dejamos llevar por la emoción y respondemos sin pensar y obviamente ofendemos con la respuesta.
Leemos en Eclesiastés 5:2: “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras”.
Dios está atento a cada una de las palabras que utilizamos en cada momento del día. Si tenemos presente en nuestra conciencia que con cada palabra podemos cometer un pecado, entonces, antes de que salgan de nuestra boca debemos meditar en ellas y estar seguros de hablar sabiamente. Si no estamos hablando sabiamente, será mejor callar. Alguien sabiamente dijo alguna vez: “Sean tus palabras mejores que tu silencio, de lo contrario, calla”.
Otra manera que tenemos de controlar nuestras palabras es hablar menos y escuchar más.
La Palabra de Dios es certera cuando dice: “Aún el necio, cuando calla, es contado por sabio; El que cierra sus labios es entendido” (Proverbios 17:28). Cuantas menos palabras digamos cada día, menor será el riesgo de cometer un pecado, de ofender a alguien, lastimarlo o faltarle el respeto.
Incluso cuando tenemos algo bueno que decir en una conversación, pensemos: “¿Es realmente necesario lo que tengo para decir? ¿Aportaré en algo si digo lo que pienso, o sólo estaré hablando por hablar? Bien lo dice Dios en Proverbios 10:19: “En las muchas palabras no falta pecado”.
Por último, busquemos que nuestras palabras sean siempre palabras de aliento y para edificar a alguien.
Así como tenemos el potencial de lastimar y desanimar a nuestro prójimo con nuestras palabras, también tenemos un gran potencial para animar y ayudar a un amigo. Inclusive podemos evitar que un hermano en la fe se desvíe del camino de Dios. Nuestras palabras podrían llegar a alguien en el momento justo y ser la herramienta que Dios utilice para que uno de sus hijos no se desanime.
Utilicemos sabiamente nuestras palabras cada día porque por ellas seremos juzgados. CA