Por Saúl Langarica Jr.
Cuando los comerciantes europeos empezaron a viajar al sudeste de Asia, alrededor del siglo XVII, muchos de ellos se percataron que, durante la noche, una luz intermitente y poderosa guiaba sus caminos para llegar a la costa. Al consultar con los habitantes locales de esta región, pudieron darse cuenta de que no eran los humanos los que producían esta luz particular, sino que eran las luciérnagas. Estas luciérnagas se sincronizaban perfectamente, de manera que sumando sus pequeñas luces se creaba una luz poderosa que evitaba que los viajeros se desviaran de la costa durante la noche.
Durante más de 300 años, debido a lo sorprendente de la historia y a la mala memoria que tenían los comerciantes que viajaban al sudeste de Asia, este relato fue considerado como ficción. Hasta que en 1917 un científico llamado Philip Laurent escribió de este fenómeno que había visto con sus propios ojos en uno de sus viajes a Asia, en la revista Science —la revista de divulgación científica más prestigiosa de aquella época.
A partir de la publicación, el fenómeno empezó a ser estudiado concienzudamente por varios científicos que plantearon distintas teorías de cómo estos pequeños insectos, cada uno iluminando a su propio ritmo en forma separada, al juntarse empezaban a alumbrar al unísono con un ritmo constante y una sincronía perfecta. Hasta el día de hoy no se puede explicar completamente el fenómeno, sólo se sabe que son las luciérnagas macho las que se sincronizan con sus luces para atraer a las hembras, pero no se sabe cómo pueden hacerlo, miles y miles de luciérnagas, a varios metros de distancia una de la otra, para sincronizarse de una manera tan perfecta.
Si pensamos cuál es el rol de un joven cristiano en el mundo, una luciérnaga sería una buena analogía para explicar qué somos y lo que debemos hacer. Desde luego que podemos aprender algunas lecciones importantes de este particular insecto.
1. Todos tenemos la capacidad de alumbrar
Como miembros de la Iglesia, especialmente los jóvenes, tenemos la capacidad de alumbrar en este mundo de oscuridad. Podemos influir positivamente con nuestros buenos modales, con el respeto, con la pureza y con el conocimiento que se nos han inculcado en la Iglesia. Los jóvenes podemos influir mucho, en especial en este tiempo, porque en la sociedad se ve claramente el gran contraste entre el comportamiento a la manera de Dios y el del mundo. La juventud en el mundo es cada vez más contraria a Dios, sin embargo, las exigencias de Dios para los jóvenes de su Iglesia no han cambiado: debemos ser luces de todas maneras.
“Vosotros sois la luz del mundo, una ciudad asentada sobre el monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que están en casa” (Mateo 5:14-15).
2. Iluminar debería ser nuestra característica principal
Cuando pensamos en las luciérnagas, lo primero que se nos viene a la mente no es su forma, su aspecto, cuántas patas tiene o de qué tamaño son. En lo primero que pensamos es en que son capaces de emitir luz. Es su característica principal y es lo que las hace destacar por sobre un mosquito común y corriente.
Como jóvenes de la Iglesia de Dios, deberíamos esforzarnos por ser diferentes al mundo y nunca incomodarnos si otros piensan que somos distintos a ellos. Es más, deberíamos intentar actuar de tal manera que cuando se piense de nosotros, se piense en alguien que actúa diferente, que piensa diferente y que vive diferente al resto, poniendo un buen ejemplo a los demás y demostrando que sí es posible vivir a la manera de Dios en los tiempos actuales. En definitiva, tal como las luciérnagas, deberíamos esforzarnos para que cuando alguien piense en nosotros, sepa que nuestra característica principal, no es nuestro carisma, ni nuestra simpatía, tampoco es nuestro buen humor o qué tan buenos somos para algún deporte. Debemos esforzarnos para que se sepa que nuestra característica principal es emitir luz mediante nuestro buen ejemplo.
3. Las luciérnagas juntas producen una gran luz
Una luciérnaga macho, si bien puede alumbrar por sí sola, emite una luz demasiado débil para ser vista a la distancia. Por otro lado, si esta luciérnaga se junta con otras y cada una de ellas alumbra a su propio ritmo, sin armonía, su mensaje no sería efectivo, entre ellas se estorbarían y entorpecerían el escenario. Las luciérnagas saben que la única manera de que su mensaje sea efectivo, se potencie miles de veces más y sea visto a kilómetros de distancia, es trabajando juntas en sincronía y a un ritmo común.
Al igual que las luciérnagas, todos nosotros tenemos un mensaje que transmitir a los demás por medio de nuestro ejemplo, que es lo que nos hace luces en este mundo. Sin embargo, cada uno de nosotros no puede alumbrar o ser ejemplo a su propia manera. Debemos aprender, tal como lo saben las luciérnagas, que la mejor forma de transmitir nuestro mensaje y hacer que nuestro ejemplo sea realmente efectivo, es trabajar en conjunto, en sincronía y siguiendo todos un mismo ejemplo. El ejemplo que debemos seguir y que establece el ritmo con que debemos alumbrar, es nada más y nada menos que el ejemplo perfecto: Jesucristo. Él lleva un ritmo quizá muy rápido para poderlo seguir y se requiere de mucho tiempo poder alcanzarlo, pero Dios no nos lo pediría si pensara que no podremos lograrlo. Es un esfuerzo que vale la pena hacer y que tarde o temprano traerá recompensas para todos nosotros en conjunto y para cada quien en lo individual.
Aprendamos del ejemplo de estos pequeños insectos, que al igual que nosotros, tienen la capacidad de alumbrar. Ellos son reconocidos por su luz y aunque son débiles por sí solos, cuando se juntan su brillantez es mucho más potente y efectiva. CA