Por Saúl Langarica Jr.
Gracias a Dios y a los esfuerzos de mis padres, nací teniendo prácticamente todo: comida, vestido, muchas comodidades, tiempo para jugar, recrearme, salir con mis amigos, aprender a tocar un instrumento e incluso con tiempo para perder: pasaba tardes enteras en mi niñez jugando videojuegos o viendo partidos en la televisión. Nací en una época en la que la tecnología resuelve muchos de los problemas con los que las generaciones anteriores tuvieron que lidiar.
Vivimos probablemente en la época en que existe más tiempo libre en la historia. Entré a estudiar y gracias a Dios, nunca tuve que trabajar por necesidad y, si bien me ha tocado trabajar en ciertos periodos, ha sido para ahorrar dinero para comprar cosas que no son de primera necesidad.
Estoy seguro de que muchos de los jóvenes en nuestro mundo occidental han vivido una situación similar a la mía, en la que sus padres, o a lo más sus abuelos, tuvieron que vivir en situaciones extremadamente precarias. Con mucho esfuerzo lograron salir adelante para que las generaciones que les han seguido —nosotros— tengamos muchas comodidades y podamos tener una calidad de vida mejor que la de ellos.
Nacimos en una época en que, como ya dije, la tecnología ha resuelto una gran cantidad de problemas que antes se tenían. Eso, en general, ha permitido que vivamos con más comodidades que cualquier generación en la historia. Estas características no están presentes sólo en la Iglesia, sino que se repiten en todas partes, al grado que ha marcado a nuestra generación. Nuestra generación ha recibido el nombre de los “mileniales”. Este término es bien conocido por todos los sociólogos y prácticamente por toda la gente.
Se llama “mileniales” a los jóvenes que nacimos entre el año 1990 y el año 2000. Nuestra principal característica es haber sido criados en una época en la que tenemos acceso a todos los avances tecnológicos del siglo XX. Somos la primera generación que desde niños tuvimos acceso a los celulares, la primera generación con acceso a prácticamente todo el conocimiento del mundo a través del internet y la primera generación en ser criados en un mundo tan globalizado, en que casi de manera instantánea podemos saber lo que está ocurriendo en cualquier parte del mundo, con cualquier persona.
Pero aquí es donde surge la paradoja. A pesar de ser la generación que ha vivido con más comodidades y con más educación de la historia y que ha crecido con toneladas de información de todo lo que queramos saber, también se nos ha caracterizado por ser la generación más floja, egocéntrica e indisciplinada de la historia.
Pareciese ser que mientras pasa el tiempo, generación tras generación, los caminos del mundo se separan cada vez más de los caminos de Dios. Satanás, siendo lo astuto que es, ha hecho que esta desviación haya sido gradual, cada año un poquito más, cada década un poquito más y cada generación un poquito más. Ahora está de moda la “generación Z”, que tiene características aún más problemáticas que la generación de los “mileniales”.
Por supuesto que esta descripción no incluye a todos los jóvenes mileniales ni de la generación Z. Pero estoy hablando aquí de una tendencia.
Por eso me dirijo a nosotros, los jóvenes de Dios. Les animo a evitar tres características comunes de nuestra generación que menciono a continuación:
1. Narcisistas
El narcisismo es un trastorno de la personalidad que consiste en un amor excesivo por uno mismo. Estadísticas recientes confirman que la cantidad de personas diagnosticadas con narcisismo, que tienen entre 15 y 24 años de edad, triplican a los casos diagnosticados en la gente de 50 años o más. Jean Twenge, profesor de psicología en San Diego State University, realizó un estudió en que se compararon los resultados al aplicar un test de personalidad a 16.000 estudiantes de la universidad entre 1982 y 2009. Los resultados indicaron que en 1982 el 15 por ciento de los estudiantes tenían el “síndrome narcisista”. En 2009 esta cifra se duplicó al 30 por ciento.
Se ha encontrado que la gente que ha tenido puntajes más altos en narcisismo es a su vez la gente que más publica en redes sociales su “estado” y los “detalles de su vida” y que publican más fotos de ellos mismos. Pero al mismo tiempo los estudiantes más narcisistas son los que tienen mayor índice de deserción de la universidad y peores notas, quizás porque son “demasiados listos”, según su punto de vista, como para tener que estudiar para los exámenes.
2. Poco esforzados
Si bien se ha comprobado que el esfuerzo y la disciplina son la clave del éxito en cualquier tarea que emprendamos, al parecer muchos de nosotros seguimos sin creerlo así. Somos una generación que cree que la clave del éxito está en la confianza en uno mismo, en la personalidad demasiado extrovertida y en la influencia social de nuestros familiares y amigos. De hecho, según estudios, el 40 por ciento de los mileniales cree que debería ser ascendido en su trabajo cada dos años independientemente de sus capacidades.
Este tipo de pensamiento hace que los jóvenes cambien de trabajo muy seguido (en promedio cada tres años), si las cosas no se dan como querían. Esto no tan sólo se ha manifestado en los trabajos, sino también en los estudios. Dos de las asociaciones estudiantiles de las universidades más prestigiosas de Chile han empezado a manifestar su descontento por la gran exigencia de las universidades y piden disminuir la carga académica de la educación. Sin embargo, la realidad es otra, como diría una famosa frase: “La única parte en que el ‘éxito’ viene antes que el ‘trabajo’ es en el diccionario”. Primero viene el esfuerzo o el trabajo duro y después viene la recompensa. Nunca es al revés.
De hecho, los hijos mimados a quienes se les regalan los buenos trabajos debido a la influencia social de sus familias, generalmente hacen quebrar a las empresas. Esta idea del poco esfuerzo y mucho éxito es totalmente contraria a las enseñanzas de la Biblia. Eventualmente sólo las personas que se esfuerzan tendrán verdadero éxito en esta vida física y en la espiritual.
3. Erróneamente tolerantes
Muchos jóvenes creen que todo es relativo, que no existe un bien o un mal absoluto y piensan que cada quien puede ser lo que decida ser. De hecho, un estudio de la Asociación Estadounidense de Juventud y Religión reveló que el 60 por ciento de los jóvenes cree que dejarse llevar por lo que siente su corazón, está bien. Vivimos en una generación en que “cada quien es lo que quiera ser y hacen lo que bien les parece” y nadie puede decirles ni corregirles nada. Si alguien quiere corregir el problema, es tildado de intolerante, racista y fanático. La “tolerancia falsa”, el liberalismo y la “relatividad” de lo que es bueno o malo, han sido algunos de los mayores males de esta época. Y las nuevas generaciones parece que no van a mejorar.
Hermanos jóvenes: hemos nacido en una época llena de avances tecnológicos, con muchas comodidades y grandes bendiciones. Muchos hemos sido criados en la Iglesia, con la bendición de que al menos uno de nuestros padres ya ha avanzado un largo trecho en el camino de Dios. Ahora tenemos dos opciones: dejarnos llevar por la fuerte corriente de los jóvenes mileniales, es decir, irnos por la puerta ancha y ser narcisistas, poco esforzados y falsamente tolerantes… o bien, irnos por el camino estrecho, ese camino difícil y totalmente opuesto a los caminos del mundo, pero que traerá una gran recompensa.
¿Desaprovecharemos todo lo avanzado por nuestros padres en la Iglesia o nos pararemos sobre “hombros de gigantes” para continuar su legado? ¿Veremos las ventajas de nuestro tiempo y las desaprovecharemos, o las utilizaremos positivamente para seguir construyendo y preparando el camino para las siguientes generaciones? Depende de nosotros.