Por Patricio Muñoz
Hace algún tiempo decidí imitar al rey David y meditar en la ley de Dios. En esa oportunidad elegí un mandamiento simple para no complicarme en mi primer intento serio de navegar en las profundidades de la sabiduría del Eterno. Comencé con el Octavo Mandamiento: no robarás.
Empecé preguntándome: ¿por qué robar es un pecado? Pero, para poder responder a la pregunta, necesité saber primero qué es robar.
En nuestra legislación humana, en la de la mayoría de los países, existe una diferencia entre robar y hurtar. Según esta legislación robar es: “quitar o tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno”, mientras que hurtar es: “tomar o retener bienes ajenos contra la voluntad de su dueño, sin intimidación a las personas ni aplicación de la fuerza”. Como se ve, la diferencia entre robar y hurtar está únicamente en si se ejerce o no violencia o fuerza para tomar lo ajeno. Se roba cuando se quita algo con violencia o con aplicación de la fuerza, y se hurta cuando no se usa fuerza o violencia. En ambos casos, la pena es totalmente diferente.
Por ejemplo: si para apropiarme de un teléfono inteligente dentro de un vehículo golpeo al conductor o rompo el vidrio para sacarlo, entonces cometo robo. Si para sacar el teléfono del auto sólo meto la mano por una ventana abierta, entonces cometo hurto… eso dice la legislación. La pena en ambos casos varía grandemente.
Por otro lado, según la legislación humana podríamos definir “robar” como quitar o tomar algo a alguien, sin su voluntad, y “contra derecho”. ¿Por qué contra derecho? Porque existen casos en nuestra sociedad en donde quitar algo a alguien, sea con violencia o no, es permitido por la ley humana, es decir, “conforme a derecho”. Así ocurre, por ejemplo, cuando la policía le quita a un delincuente las cosas que acaba de robar. El policía está cometiendo robo, pero “conforme a derecho”. No hay pena legal para el policía.
En el mandamiento de Dios están incluidas ambas modalidades: robo y hurto. No hay diferencia. Aun el policía que quitó las cosas a un delincuente “conforme a derecho”, estaría cometiendo robo si no entrega las cosas al verdadero dueño.
Ahora que sabemos qué es robar, podemos volver a preguntarnos: ¿por qué robar es un pecado?
Sabemos que el pecado es infracción a la ley de Dios (1 Juan 3:4) y, por ende, todo pecado es un hecho opuesto al carácter de Dios. Así que, si robar es pecado, lo es por ser un hecho opuesto a alguna característica de Dios. Y, ¿qué es lo opuesto a robar? Dar.
Ahora, para poder entender por qué robar es pecado, necesitamos saber qué es dar.
Como ya definimos lo que es “robar”, y “dar” es lo opuesto a “robar”, necesariamente la definición de “dar” debería ser la opuesta a la definición de “robar”. Así, humanamente podríamos decir que dar es: donar una cosa a alguien, que acepta la donación, y con derecho a tenerla. Pero esta definición adolece de un problema: si le doy algo a alguien que tiene “derecho” a tenerlo, entonces no estoy dando, estoy pagando.
Ejemplo: cuando un padre muere y se reparten sus bienes entre sus herederos, no se les está dando nada, sólo se les está entregando lo que tienen derecho a recibir por mandato de la ley. Es decir, si la persona tiene derecho a exigir la cosa que le entrego, entonces no estoy dando, estoy simplemente pagando, y pagar no es dar.
Podríamos humanamente también definir el “dar” como: “donar una cosa a alguien que no tiene derecho a tenerla, pero esperamos tener algo a cambio”. Por ejemplo: si yo invito a mi casa a una persona a cenar, esperando halagarla, para que así esa persona se sienta obligada a favorecerme en el futuro de alguna manera, ¿estoy realmente dando una invitación? O, si yo invito a alguien a mi casa porque esa persona me invitó a mí la última vez, ¿estoy sinceramente dando una invitación? Evidentemente la respuesta es negativa, pues en ambos casos estoy pagando un favor, en el primer caso por adelantado, y en el segundo caso, como retribución.
Entonces, ¿cómo debe ser mi actitud de “dar” para que sea realmente “dar” a los ojos de Dios? Cristo nos dio el ejemplo. En Mateo 6:2-3 leemos: “Cuando pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres… mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto…” (énfasis añadido). Fíjense que en esta exhortación Jesús dice que los hipócritas dan limosna “para ser alabados por los hombres”, es decir, no están dando, sino que están “Siendo remunerados” por la honra y alabanza que los demás les den. Y aquí tenemos entonces el último ingrediente de nuestra definición correcta del “dar”: debe ser anónimo, sin esperar nada a cambio.
Entonces, podemos definir “dar” a la manera de Dios de la siguiente manera: “donar una cosa a alguien, que no tiene derecho a tenerla, y sin nosotros esperar nada a cambio”. Esto, querido lector, es el verdadero camino del dar. Dar algo a alguien que no tiene ningún derecho y sin nosotros esperar nada a cambio. Dar por el gusto de dar. Ésta es la característica esencial de Dios.
Por eso robar es pecado. Simplemente porque es lo opuesto a dar. Robar se opone al carácter de Dios. Él es el dador universal. Dios nos da la vida, el alimento, el sol, la lluvia, la salvación, y aun a su propio Hijo… sin esperar nada a cambio. ¿Qué derecho tenemos a que Dios nos de la vida o la salvación? Ninguno. No hay mérito alguno en nosotros. ¿Qué podemos darle a Él a cambio de nuestra vida eterna? Nada, absolutamente nada. Así, Dios da sin que tengamos derecho a nada y sin que podamos darle nada a cambio. Él nos da de gracia, gratis, sin interés personal. Ése es el verdadero camino del dar.
Con esto en mente podemos entender por qué Cristo nos mandó caminar una milla extra, entregar también la capa en el pleito o poner la otra mejilla. Pues si sólo andamos la milla que nos pidieron, entregamos por nuestra deuda sólo el manto exigido, o recibimos sólo la bofetada que merecemos por nuestra ofensa. En tal caso estamos sólo pagando una obligación y no estamos dando nada a nuestro contendor. Estamos solamente entregando lo que debemos, y Dios nos dice que tenemos que aprender a dar como Él da.
Dios quiere que aprendamos a darle al bueno y al malo, porque Dios hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5:45). Eso es lo que Él hace… porque ése es su carácter. Dios quiere que usted y yo tengamos ese mismo carácter. Eso nos hace cristianos de verdad. CA