El pasado domingo 19 de mayo hicimos una ceremonia formal para dedicar nuestro nuevo edificio de oficinas. En el sentido bíblico, la palabra dedicar significa apartar algo (ya sea un edificio, una persona, o un grupo de personas) para un propósito específico.
Antes de construir el edificio, tuvimos que hacernos varias preguntas: ¿es este edificio lo que necesitamos? ¿Será una herramienta efectiva para ayudarnos a predicar el evangelio al mundo? ¿Será un buen instrumento para servir al pueblo de Dios? Si las respuestas hubiesen sido no, nos hubiéramos conformado con alquilar un lugar en vez de lanzarnos a la ardua tarea de construir. Pero, después de mucho meditar y orar, todos llegamos a la conclusión de que construir era lo mejor. Así que tomamos la decisión de iniciar este proyecto, respiramos profundo y comenzamos a avanzar.
A lo largo de la historia de Israel, la Biblia describe la construcción de tres lugares de adoración: el tabernáculo en el desierto (aunque técnicamente no era un edificio) y los dos templos en Jerusalén. Todos ellos se transformaron de construcciones físicas a lugares de adoración debido a que la presencia de Dios estuvo en ellos. El templo de Salomón fue considerado uno de los edificios más grandiosos que jamás se hubieran construido, pero no se puede decir lo mismo del tabernáculo y el segundo templo. El segundo templo fue muy diferente del primero; el oro y la plata no fueron tan predominantes ahí como en el templo de Salomón.
A partir de Hageo, sin embargo, vemos que no se trataba de la cantidad de oro o plata que hubiera en un lugar, sino de la presencia de Dios. La mayor gloria que una estructura podría tener es estar asociada a la presencia del Creador de todo. Como ejemplo, la Biblia dice que cuando el Mesías entró en el segundo templo, lo hizo más glorioso incluso que el templo de Salomón (Hageo 2:9).
Cuando estábamos planeando la Conferencia ministerial internacional de este año, elegimos Salmos 127:1 como tema. El apóstol Pablo describe a la Iglesia como el “edificio de Dios”, y esta escritura también encajaba con la dedicación del edificio (1 Corintios 3:9).
Durante el proceso de construcción, ¡les puedo asegurar que algunas veces todos nos sentimos muy cansados! Había tantos detalles y tantas reuniones con los arquitectos y constructores. Durante varios meses, tuvimos reuniones semanales cada jueves, y luego reuniones cada dos semanas por varios meses más. La ciudad de McKinney nos hizo algunas peticiones extrañas, como por ejemplo construir una ciclovía.
Es extraño describir un edificio diciendo lo que no es, pero en este caso lo considero apropiado. El nuevo edificio no es un templo ni un lugar de adoración; y no es un lugar extravagante lleno de oro y plata. Más bien, es una herramienta para llevar a cabo el trabajo que fuimos llamados a hacer: predicar el evangelio al mundo y servir al pueblo de Dios dondequiera que esté. Es la nueva sede central de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial.
El edificio tiene las herramientas que necesitamos: un estudio más grande, una sala de clases más grande para el Instituto de la Fundación, una sala de conferencias mucho más grande, y algunas oficinas vacías que podemos usar para crecer. Es el mejor lugar de trabajo que hemos tenido desde que comenzamos en diciembre del 2010. Tenemos un propósito y un plan, y creemos que este edificio nos permitirá hacer mejor nuestro trabajo. ¡Todo valió la pena!
Jim Franks
Presidente
Iglesia de Dios, una Asociación Mundial