Por Daniel Sepúlveda Solís
He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día del Eterno, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Malaquías 4:5-6).
El libro de Malaquías fue escrito hace más de dos mil cuatrocientos años y, aunque hemos leído sus últimos versículos en muchas oportunidades, el libro completo es el contexto para estos dos versículos. En otras palabras, para poder entender estos versículos, debemos estudiar el libro completo.
Es probable que durante mucho tiempo hayamos creído que la única forma de volver nuestros corazones hacia nuestros hijos o que ellos vuelvan sus corazones hacia nosotros, depende mucho de la relación que tengamos con ellos, de nuestra cercanía con ellos, de lo bien que hagamos nuestra tarea como padres. Esto, sin lugar a dudas es cierto, pero Malaquías nos dice que no basta con intentar humanamente tener una buena relación con nuestros hijos. Este libro establece que hay otras cosas que podemos y debemos hacer para volver el corazón de padres a hijos y viceversa.
El libro de Malaquías es un libro muy especial. Es crudo y lleno de dolor. Es una carta que anuncia divorcio, y expresa cuáles son los comportamientos que, si no son cambiados, traerán dolor y separación en los matrimonios. Dios expresa con claridad algo maravilloso: “Yo os he amado, dice el Eterno” (Malaquías 1:2). Luego vuelve a confirmarlo indicando que Él no cambia: “Porque yo el Eterno no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Malaquías 3:6). Dios está dando una oportunidad al pueblo de Israel y reclama lo superficiales que ellos han sido en su relación con Él.
En este contexto donde incluso Dios hace mención de los tiempos del fin: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho el Eterno de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1). Casi al final del libro, Dios dice: “He aquí, yo os envío el profeta Elías. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (vv. 5-6).
Es importante notar que el versículo último de este libro, dice: “Él hará”. Aquí queda claro que “volver el corazón” no depende solamente de lo que nosotros hagamos humanamente en nuestra relación con nuestros padres o con nuestros hijos. Depende en gran medida de Dios que lo hagamos correctamente. Cuando dice: “yo os envío al profeta Elias”, no se refiere necesariamente a que Elías tenga que resucitar para ayudarnos en nuestras relaciones familiares, sino más bien se refiere al Espíritu Santo que moraba en Elías y que mora también en los arrepentidos y bautizados de la Iglesia. Es Dios, a través de su Espíritu Santo, quien hará que nuestros corazones vuelvan a los hijos y viceversa.
El libro de Malaquías está hablando mayormente a los adultos del pueblo de Dios: está diciendo que ofrendemos a Dios correctamente, que honremos a Dios con todo nuestro corazón, que le obedezcamos con todas nuestras fuerzas, que diezmemos apropiadamente, que seamos fieles a nuestra esposa, etcétera. En otras palabras, cuando hacemos las cosas de Dios, entonces Él nos ayudará a tener familias estables y a volver el corazón a nuestros hijos y viceversa. La familia entera se ve fortalecida cuando Dios es verdaderamente el centro de la relación.
¿Por qué causa esta promesa de bendición a la familia está escrita en un libro tan doloroso como el de Malaquías? Éste es un libro que tiene varios saltos en el tiempo, un libro donde advierte cómo será el “día ardiente” del fin. ¿Qué relación tienen nuestras familias con lo descrito en el libro? La respuesta es sencilla. Es imposible tener buenas relaciones familiares si antes no tenemos una buena relación con Dios. Es Él quien nos regala esta hermosa bendición de que nuestros corazones estén unidos en la familia.
Es incluso sorprendente leer lo siguiente: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel” (Malaquías 4:4). Dios aquí hace una relación directa entre sus mandamientos y lo que promete para nuestras familias. No podemos pensar que tendremos buenas relaciones familiares si descuidamos los mandamientos de Dios. No podemos pensar que tendremos una familia fuerte, si no ponemos a Dios en el lugar que se merece, el primer lugar.
Debemos entonces cambiar nuestra forma de ver nuestras relaciones dentro de la familia, con nuestros hijos y con nuestros padres. Primero, que nuestros corazones “vuelvan a los hijos”, implica que están por defecto desunidos. El estado natural del ser humano no es el amor de Dios. Segundo, el volver los corazones a los hijos y viceversa no debe ser un propósito en sí mismo. Nuestro propósito principal e inicial debe ser obedecer a Dios y probablemente Él hará que nuestros corazones se vuelvan a nuestros hijos y el de ellos hacia nosotros.
Es imposible terminar el artículo sin pensar en que Dios, para que su plan funcionara, dejó que su propio Hijo fuera sacrificado. Dios el Padre vio a su hijo sufrir y morir de la manera más terrible. Abraham también, para perfeccionar su obediencia a Dios, tuvo que estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. Incluso Job, para perfeccionar su carácter justo, tuvo que perder a todos sus primeros hijos. En todos estos casos es evidente ver el primer lugar que Dios quiere ocupar en nuestras vidas… antes de la relación con nuestros propios hijos. Cuando demostramos esto, Él mismo se encarga de que nuestros corazones se vuelvan a nuestros hijos y viceversa.
Dios el Padre “recuperó a su Hijo”. Abraham también “recuperó” a su hijo. Job “recuperó” a sus hijos —aunque no necesariamente los mismos. Es así como funciona: ponemos a Dios primero en nuestras vidas realmente y Él hará que nuestros corazones se vuelvan a los hijos y viceversa.
La humanidad completa ha rechazado a Dios y su ley, y las consecuencias son obvias y claras para nosotros. Este mundo está destruyendo a los matrimonios y a las familias.
Si queremos tener familias unidas, si deseamos tener una familia fuerte, si queremos tener la bendición de hijos unidos a nosotros, unidos por el corazón, debemos primero obedecer a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas y entonces “Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”. CA