Recuerdo un año cuando aún era niño y mis papás me llevaban al campamento (de colado), el último día mi papá en las palabras de cierre del campamento pidió a todos los jóvenes que levantaran su mano para comprometerse a estudiar la Biblia todos los días aunque fuera 15 minutos cada día hasta el próximo campamento. Absolutamente todos los jóvenes de aquella época levantaron su mano sin dudar, segurísimos de que podrían cumplir con el compromiso. Después de todo iban con las pilas cargadas, motivadísimos a cambiar y a acercarse más a Dios después de un hermoso campamento.
Al año siguiente, el primer día del campamento, mi papá preguntó quiénes sinceramente habían cumplido con el compromiso que habían adquirido el año anterior. Para mi sorpresa y decepción tan solo un joven levantó su mano. ¡Dentro de un grupo de más de 80 jóvenes que habían adquirido el compromiso tan solo uno había cumplido su palabra!
Yo, como niño, me decepcioné completamente de la juventud y puse en mi mente no hacer lo mismo que habían hecho los jóvenes de aquella época. Sin embargo, cuando llegué a la edad de campamento, después de cada campamento, motivadísimo con las cosas aprendidas, me proponía realizar cambios profundos en mi vida. Pensaba que ese era el momento para cambiar, ¡el momento de empezar mi transformación! Era el momento de dejar de ser tan flojo y ayudar más en la casa, de empezar a estudiar la Biblia todos los días, de hacer el hábito de orar cada mañana y cada noche. Era el momento de tomar decisiones importantes como el bautismo. ¡Estaba seguro de que había llegado mi momento de cambiar!… Pero al cabo de un par de semanas volvía siempre a lo mismo y en el mejor de los casos lograba cambiar una o dos cosas de un conjunto de cambios que me había propuesto después del campamento previo. Terminé formando parte de aquel grupo de jóvenes que no pudo cumplir sus compromisos hechos consigo mismos, con los demás y con Dios después de cada campamento.
Estoy seguro que a muchos de nosotros nos ha pasado la misma situación. Llegamos a nuestra casa motivadísimos después del campamento, pero al cabo de un par de semanas no nos damos ni cuenta y volvemos a caer en la rutina a la que estábamos acostumbrados, olvidándonos de todo lo que pretendíamos cambiar. Se nos olvida que estamos literalmente en una batalla contra Satanás y contra el mundo y que al salir del campamento empieza el día “D”. Lo que recibimos en el campamento son las armas que nos pueden llevar a alcanzar la victoria. Sin embargo, Satanás es muy astuto y sabe que con lo que hemos recibido no puede vencernos, por lo que nos llena de ocupaciones, de cosas “más urgentes” y “más importantes” para que no concretemos los cambios que teníamos planeados, para que no saquemos de su funda las armas recibidas.
Satanás busca que bajemos la guardia y que nunca utilicemos las armas que se nos han dado en el campamento, busca que las dejemos guardadas y eventualmente las perdamos.
Y es ahí cuando el enemigo nos ataca con las malas influencias de los compañeros del colegio, con actitudes de rebeldía hacia nuestros padres, con pensamientos egoístas de sólo pensar en nuestro beneficio, etcétera. Nos ataca cuando estamos indefensos por decisión propia, haciéndonos tomar malas decisiones y sufrir más de la cuenta por descuido propio.
Entonces, ¿Qué podemos hacer para mantenernos constantes durante el año y cumplir con los compromisos que nos hemos propuesto después del campamento?
- Hagámonos compromisos, pero que sean realistas y realizablesNo podemos pretender cambiar en todo aspecto de nuestra vida de la noche a la mañana, ni siquiera de un año a otro. Si nos ponemos metas demasiado altas no podremos cumplirlas, lo que terminará desanimándonos y luego pensaremos que no somos capaces de cambiar. Debemos ponernos metas y compromisos realistas y realizables, algunas a corto plazo para mantenernos motivados al ver los resultados. También debemos ponernos metas más importantes a más largo plazo, pero debemos mantenernos avanzando.
- Comentemos nuestros compromisos con nuestros padres o amigos de la iglesiaCuando nuestros compromisos los guardamos sólo para nosotros, es muy fácil fallar y auto justificarnos. Al comentar nuestros compromisos a nuestros padres o amigos, el compromiso se hace más sólido y ellos pueden ayudarnos a recordar lo que hemos dicho y hacérnoslo notar cuando estamos fallando.
- Pidamos a Dios su ayudaHay cambios que por muy motivados que podamos estar, simplemente no podemos hacerlos por nosotros mismos, como empezar a servir a los demás genuinamente. No es natural hacer este tipo de cambios, por lo que es indispensable pedir a Dios su ayuda para que nos permita mantenernos constantes en la decisión y avanzando en la meta a pesar de que pudiéramos desmotivarnos.
¡El día “D” ha empezado! ¿Cuál será nuestra estrategia? ¿Tomaremos las armas que se nos han dado en el campamento y las desenfundaremos para luchar, o las dejaremos guardadas esperando indefensos a que Satanás ataque primero? ¡Decidamos bien y mantengámonos luchando hasta el próximo campamento!