Uno de los mayores dilemas que enfrentan los jóvenes en el mundo es respecto al mantener relaciones sexuales
“Si nos queremos, por qué no hacerlo”, dice un joven. “Es mejor iniciar nuestra actividad sexual ahora para conocer lo que vamos a experimentar cuando vivamos juntos”, dice otro muchacho a su novia, quien por temor a perderlo acepta moviendo afirmativamente la cabeza.
¿Acaso es esto correcto sólo porque muchos creen que lo es? Uno de los mayores dilemas que enfrentan los jóvenes en el mundo es respecto al mantener relaciones sexuales, y ese dilema no debería de existir, ya que Dios es muy específico respecto a la sexualidad del ser humano, pero la presión ejercida sobre los jóvenes sin carácter en una sociedad secuestrada por Satanás da como resultado millones de adolescentes embarazadas, madres solteras, padres excesivamente jóvenes, enfermedades venéreas y una cicatriz en la mente de cada muchacha y muchacho con la que deben vivir el resto de sus vidas.
Embarazos fuera del matrimonio
El mantener relaciones sexuales ilícitas es un grave riesgo para los adolescentes, uno de esos problemas –aunque no el único– es un embarazo ilegítimo, que se vuelve algo inapropiado e inoportuno dentro de la etapa de vida que están experimentando, ya que como la mayoría supone, imaginan que a ellos no les va a suceder, pero la realidad muestra todo lo contrario.
Según datos proporcionados en 2013 por el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés), México ocupa el primer lugar entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) por embarazos en adolescentes y jóvenes de entre 15 y 19 años de edad. Asimismo, esta nación latinoamericana tiene la tasa de natalidad más alta en este sector de la población ya que 64.2 nacimientos de cada mil partos las madres son adolescentes de entre 15 y 19 años.
Los números son alarmantes, pero este fenómeno no es exclusivo de México o de Latinoamérica, sucede en todo el mundo, en diferentes escalas, pero es una realidad producto del mundo en el que vivimos que degrada a los involucrados, porque el embarazo fuera del matrimonio genera una serie de problemáticas producto del pecado y que exigen respuestas profundas de parte de los jóvenes.
A la joven embarazada le surgen preguntas como estas:
- ¿Debo tener al niño?
- ¿Debo abortar y que él pague con su existencia mis malas decisiones?
- ¿Cómo pagaré las cuentas del hospital?
- ¿Estoy dispuesta a formar una familia sólo con mi hijo y yo, y que mi bebé crezca sin padre?
- ¿Estoy dispuesta a hacerme responsable de mi hijo siempre asumiendo mi responsabilidad?
- ¿Estoy consciente que como madre debo tratar de educar al niño sin el apoyo material, económico y emocional del padre?
- Finalmente, ¿Estoy dispuesta a asumir mi responsabilidad, porque el hijo que tendré es mío y no de mis padres, independientemente de lo mucho que puedan y quieran ayudarme con el bebé?
De parte del muchacho las siguientes preguntas surgen en su cabeza:
- ¿Debo casarme con ella?
- ¿En verdad la amo?
- ¿Tendré que mantenerla?
- ¿De qué viviremos?
- ¿Tendré que dejar mis estudios?
- ¿Estoy listo para asumir la responsabilidad de una familia?
Por su parte, los padres de ambos también se enfrentaran a cuestionamientos como estos:
- ¿Cómo le pudo ocurrir a mi hija o hijo?
- ¿Sería mejor aconsejarles que se casen?
- ¿Debemos llevarla a que le practiquen un aborto?
- ¿Qué explicación le daremos a nuestros familiares y conocidos?
- ¿Debemos hacernos cargo de esa niña o niño y que nuestra hija o hijo continúen su vida como si nada hubiera sucedido?
Y en cuanto al niño… las preguntas suyas vendrán más tarde, y de acuerdo a esas decisiones cada involucrado deberá asumir su responsabilidad.
Cuando una adolescente soltera queda en estado de embarazo, todos los problemas de la vida se multiplican. El matrimonio tiene escasas probabilidades de éxito, pues ¡el 90 por ciento de tales casos terminan en divorcio! Además del conflicto causado por el embarazo mismo, es preciso afrontar la reacción de familiares y amigos. Y aunque la actitud hacia las relaciones sexuales se torna cada vez más permisiva, la presión social sigue condenando los embarazos ilegítimos, entre otras razones por el mal que se hace a un niño que no pidió nacer de unos padres adolescentes que actuaron sin medir las consecuencias, pero sobre todo sin tomar en cuenta las leyes de Dios.
Concubinato
Hoy muchos jóvenes, y también parejas mayores, llevan una vida de concubinato como si estuvieran casados. Pero también esto plantea dificultades y dolores que no siempre se prevén. Muchas sociedades han dado su aprobación tácita a la moda de “vivir juntos”, como la llaman algunos. Es algo que va en auge.
Esta costumbre comenzó en la segunda mitad del siglo XX con la generación de los “hippies” y de allí se extendió a otros sectores de la sociedad. Pero el concubinato va en contra de las leyes de Dios, además de que no es una solución feliz. La falta de compromiso en los concubinatos hace que tales parejas rompan su relación mucho más a menudo que las parejas de casados. El impacto emocional de tales separaciones produce, sin embargo, tensiones emocionales profundas.
Las parejas que viven juntas tienen los mismos problemas de las casadas, con la desventaja adicional de su falta de compromiso pleno en los aspectos económico, sexual, familiar y ante la sociedad. Los casados se inclinan más a tratar de resolver sus problemas; los no casados no ven en esto una necesidad tan apremiante.
El propósito de la sexualidad
Las relaciones sexuales fuera del matrimonio se pagan con penas que pueden dejar huellas físicas y mentales permanentes. Además, las relaciones sexuales fuera de los confines del matrimonio son totalmente contrarias a las leyes superiores de Dios. Nuestro Creador ama a los seres humanos, pero no los creó para que actuaran como animales, teniendo sexo aquí y allá con quien se les dé la gana en fornicaciones (Jeremías 5:7-8). Dios ordenó que las relaciones sexuales fuesen relaciones matrimoniales, relaciones de familia. La sexualidad ¡es sólo para el matrimonio!
En el principio Dios unió al primer hombre y a la primera mujer y les dio una orden inequívoca: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”, (Génesis 2:24). Uno de los Diez Mandamiento permite las relaciones sexuales solamente dentro del matrimonio (Éxodo 20:14). El pecado es la transgresión de esa ley. El pecado trae penas y dolores, pero el cumplimiento de la ley trae felicidad.
Jesús amplió aquella ley dada al antiguo Israel en la siguiente forma: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”, (Mateo 5:27-28). Para nuestra dicha, cualquier error o pecado que hayamos cometido, Dios está dispuesto en todo momento a perdonarlo siempre y cuando nuestra actitud sea recta y sincera (1 Juan 1:7,9); pero advierte que para quienes persisten en las relaciones sexuales fuera del matrimonio les espera la muerte eterna (1 Corintios 6:9-10).
La sexualidad tiene varios propósitos; Dios la creó para que fuera un lazo de amor que uniera en la intimidad al esposo y la esposa. Cuando cada cónyuge está motivado por el deseo de mostrar amor verdadero, la relación sexual se convierte en uno de los goces físicos, espirituales y mentales más grandes que pueda haber. Es una fuerza unificadora que afirma y acerca a los dos… algo que ellos comparten, que gozan conjuntamente, algo único y exclusivo entre marido y mujer. Asimismo, la sexualidad nos permite traer hijos al mundo y criarlos, dándoles no sólo vida humana sino la oportunidad de llegar a compartir la existencia divina.
¡Jóvenes!, hombres y mujeres: Manténganse con rectitud en el camino cristiano. No crean que la virginidad es motivo de vergüenza, al contrario, ¡es algo honroso! Vale la pena conservar la intimidad sexual para su futuro cónyuge (Malaquías 2:15). Mantengan su integridad. No hay porqué transgredir las leyes de Dios. No hay que ceder a las presiones de los amigos, la novia o el novio. Con el tiempo se alegrarán de haber actuado así. Dejen el noviazgo para cuando estén en edad de casarse. A menudo los noviazgos conducen a relaciones sexuales prematuras; comúnmente los novios comienzan a ceder poco a poco, hasta que acaban por involucrarse en relaciones sexuales ilícitas.
Varones jóvenes: Ustedes son quienes dirigen el sentido de las relaciones interpersonales. No se aprovechen de las jóvenes sino mas bien respétenlas. Den el ejemplo de una conducta recta, sin transigir las leyes de Dios. La mujer no es la única que debe decir “no”, recordemos el ejemplo de José y cómo salió huyendo ante la propuesta sexual de la esposa de Potifar (Génesis 39).
Mujeres jóvenes: Ustedes No cedan. No se enreden en una relación romántica prematura. Tiempo habrá para el romance cuando llegue su hora. No hay que transigir los principios bíblicos.
Padres: Nosotros enseñemos a nuestros hijos lo que deben saber acerca de la sexualidad para que no lo tengan que aprender en las calles con amigos mal informados y con poca rectitud. Respondamos a sus preguntas con franqueza y sin vergüenza. Advirtámosles que deben conservar la virginidad hasta que se casen. Demos muestras de amor a nuestro cónyuge en público y en el hogar, esto además de que refuerza la relación de pareja, muestra a nuestros hijos lo que es vivir en pareja en una relación bendecida por Dios. Recordemos que: “El temor de el Eterno es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”, (Proverbios 9:10). Y concluyo, jóvenes, con esta cita bíblica: “Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis” (Proverbios 8:33).