Hace unos días conversé con una antigua amiga que yo no veía hacía ya mucho tiempo y me sorprendió cuando comenzó a contarme acerca de su trabajo como docente universitaria, ad portas de titularse como Doctora en Literatura Hispanoamericana. Su trabajo requiere de un constante perfeccionamiento, infinitas horas de lectura y análisis literario de los más variados autores. Me dijo que además de sentirse muy cansada por estar a estas alturas del año académico. De pronto sinceramente reflexiona y me confiesa que hay veces en que está tan cansada que siente que nada de lo que hace tiene un propósito. Incluso se ha llegado a preguntar: ¿por qué hago lo que hago? ¿A quién le importa? ¿Quién me lo reconoce? ¿A quién ayuda?
¿Qué propósito tiene el saber y conocer tanto acerca de la literatura hispanoamericana y a la vez saber tan poco de otras cosas? El conocimiento crece cada día y también a diario hay buenos escritores que publican libros que en un futuro próximo se transformarán en textos de estudio en universidades y casas de estudios diversas.
La reflexión de mi amiga me sorprendió grandemente, tomando en cuenta que no muchas personas llegan a pensar en el propósito de las cosas que hacen, pues nuestros egos y motivaciones por querer figurar y ser reconocidos públicamente nos hace esforzarnos por un galardón físico, concreto, finito.
¿Qué tiene que ver esto con nosotros en la Iglesia de Dios? Todo, pues en este mundo es muy fácil caer en el hacer cosas sin propósito, perder el tiempo, sumergirnos en conversaciones de trivialidades y banalidades sin fin, con nada constructivo de por medio. Esto finalmente puede hacernos olvidar o alejarnos de aquello que debería ser nuestro principal propósito: crecer en conocimiento y sabiduría de las cosas de Dios.
El apóstol Pablo nos dice: “Evita las discusiones profanas e inútiles, y los argumentos de la falsa ciencia. Algunos, por abrazarla, se han desviado de la fe” (1 Timoteo 6:20-21).
El mismo apóstol en Colosenses 3:2 nos invita a poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, para que nos vaya bien, para que nos acerquemos un poquito más a nuestra meta espiritual.
Con esto no estoy animando para que los jóvenes no estudien en la universidad. Más bien les estoy animando a que pongan sus prioridades en el orden correcto. ¡Se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo! Se puede estudiar en la universidad, pero se puede también poner primero el conocimiento del verdadero Dios.
Sabemos que la verdadera sabiduría viene de Dios. Job en el capítulo 28 se pregunta: “¿De dónde pues vendrá la sabiduría? ¿Y dónde está el lugar de la inteligencia?” (v. 20). En el mismo capítulo nos entrega la respuesta: “He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y apartarse del mal, la inteligencia” (v. 28).
Este mundo se afana en la obtención del conocimiento humano a cualquier precio, dejando hijos, familia y todo lo importante. Las personas no escatiman el ocupar todo su tiempo en acrecentar sus conocimientos, que tal como mi amiga reflexionaba, muchas veces ni siquiera tienen un propósito más allá de sólo la vanagloria personal y temporal.
Con respecto al carácter de los hombres en los postreros días, Pablo en su segunda carta a Timoteo dice que estos son los hombres que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:7).
Esto también nos debe hacer reflexionar: el avanzar en el conocimiento de las cosas de Dios, ¿tiene provecho? ¡Claro que sí! Seamos sabios, pero no como el mundo se esfuerza en serlo, sino teniendo presente que: “El principio de la sabiduría es el temor del Eterno; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos” (Salmos 111:10).
El mundo se esfuerza por obtener un premio y nosotros también, pero el nuestro es uno muy distinto, es un galardón imperecedero que nadie allá fuera conoce y por lo tanto nadie persigue. ¿Usted quiere vivir por siempre en el Reino de Dios gozando de toda la paz y toda la justicia que pueda imaginar? Yo sí.
Instruyámonos y seamos doctores de la Palabra de Dios. Sin duda ese conocimiento sí tiene el propósito que estoy segura un día mi amiga encontrará y ella también estará feliz.