Queridos hermanos:
No es usual que les escriba una segunda carta en menos de un mes, pero las circunstancias de las últimas semanas me convencieron de que era importante que lo hiciera. Según las estimaciones, 600.000 personas protestaron en varias ciudades en los Estados Unidos este último fin de semana. Pero no fue sólo en los Estados Unidos. Las protestas fueron provocadas por la muerte injustificada de George Floyd, un hombre negro que estaba desarmado, mientras estaba en custodia de la policía en Minneapolis, Minnesota. Esto fue el catalizador para demostraciones similares en las ciudades más grandes alrededor del mundo.
Como la Iglesia de Dios, estamos compuestos por miembros de más de 40 naciones y muchas razas diferentes. ¿Cómo deberíamos mirar los actos de injusticia en nuestro mundo actual? En muchos lugares de las Escrituras se nos exhorta a que salgamos de este mundo a nivel espiritual. Debemos vivir en el mundo, pero no ser parte de él. No estamos afiliados con ningún partido político ni con ningún movimiento social de ninguna nación. Pero esto no significa que no nos afecten sucesos como éste. Por supuesto que sí. Oramos por todos los que han sido víctimas del abuso, especialmente en el caso de aquellos que han sufrido este abuso sencillamente por su raza y oramos pidiendo que llegue la única solución verdadera de estos temas, el venidero Reino de Dios. Con estos principios en mente, la Junta Ministerial de Directores de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial, en conjunto con la administración de la Iglesia, ha preparado la siguiente declaración para todas nuestras congregaciones alrededor del mundo:
Ira, celos, prejuicios y discriminación de tantas formas, pero especialmente por el tema racial, han sido una de las plagas sin fin más dolorosas de la humanidad.
Sus raíces están muy adentro de la naturaleza humana. En Génesis 4, cuando Dios confrontó a Caín por haber matado a su hermano Abel, Caín respondió: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” En realidad, él estaba negando cualquier responsabilidad en el bienestar de su hermano. No hay registro de que Dios le respondiera, porque la respuesta debería haber sido evidente para Caín, y debiera serlo para todos nosotros. Vivir en paz y armonía, respetando y amando a todos nuestros hermanos y hermanas, es el mensaje de la Escritura. Es el segundo gran mandamiento (Mateo 22:39).
Como Iglesia, debemos tener muy claro que todos somos responsables del bienestar de nuestros hermanos y hermanas y nuestros vecinos. Dios no da lugar para el prejuicio racial, asaltos a la dignidad humana, ni para el maltrato de cualquier grupo racial por ninguna persona, en ningún nivel de la vida, en lo que escribimos, en lo que decimos, y en cómo nos comportamos. Entendemos que no podemos cambiar los corazones y acciones de la humanidad —esto requiere el regreso de Jesucristo y el Reino de Dios. Sin embargo, como cristianos, debemos ejercer un control de acuerdo con Dios sobre nuestras propias emociones, sentimientos y pensamientos acerca de nuestros hermanos y hermanas.
Siempre existen factores que mitigan un poco la situación en cada una de estas situaciones trágicas, haciendo que con mucha facilidad nos desviemos por personas o políticos que fallan en reconocer el meollo de los problemas de la humanidad, que ha existido desde que Caín mató a su hermano Abel. El entendimiento de estos problemas nos llevará a las causas espirituales subyacentes y más tarde a ver que la injusticia, el odio, el racismo y la violencia no tienen lugar en la Iglesia de Dios, su familia o su reino. Nuestras palabras y acciones deben erigirse como un ejemplo, como Pablo dijo: “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).
Somos embajadores de Cristo y del Reino de Dios (2 Corintios 5:20), y debemos permanecer en estos principios, no importa lo que haga la sociedad o lo que puedan decir los líderes de este mundo. Debemos salir de este mundo, de los políticos que rehúyen la responsabilidad y los movimientos políticos y vivir por el ejemplo de Jesucristo —el estándar descrito en las Escrituras.
Gracias hermanos por su amor y su respaldo. Como Pablo escribiera en 2 Timoteo 3:1 “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos”. En los Estados Unidos, en el mes de noviembre, tendremos lo que se perfila como la elección presidencial más amarga y más cargada de emociones, en nuestra historia moderna. Hay un gran potencial de violencia y disturbios, pero no debemos ser arrastrados hacia esta maldad. No debemos participar en política, movimientos políticos, insultos o palabras de desprecio en contra de un grupo o persona, cualquier cosa que sea contraria al segundo gran mandamiento —amor al prójimo como a nosotros mismos. Espero y le oro a Dios que todos tomemos en serio estos asuntos y nos analicemos. Analicemos nuestros motivos, nuestras palabras y el impacto que éstas puedan tener en otros. En realidad, no hay nadie al que usted pueda influenciar más que a usted mismo.
Sentimos empatía con aquellos que han sido heridos y ciertamente con las familias de los que han sido muertos. Las soluciones del hombre, en el mejor de los casos son algo temporal y sin un cambio total de los corazones de los seres humanos, no veremos el fin de la injusticia hasta que Jesucristo regrese. Los eventos de estas últimas semanas debieran convencernos de orar más fervientemente: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
Cordialmente, su hermano en Cristo,