Por Lauro Roybal
Una joven viuda moabita que vivió en el siglo XII antes de Cristo y habitó con el pueblo de Dios sigue siendo un ejemplo para nosotros.
El hambre reinaba en Judá en aquel tiempo y la lluvia había cesado de regar la tierra. La siega había sufrido y las anticipadas cosechas de la cebada y el trigo sólo eran recuerdos en la mente de los habitantes. Sin embargo, se había escuchado que existían regiones donde la tierra estaba produciendo abundantes frutos.
A veces pareciera que cuando llegan los problemas, llegan doblemente difíciles. Así le pasó a Noemí de Belén y a sus nueras. Tanto Elimelec, el esposo de Noemí, como sus dos hijos murieron dejándolas viudas y sin recursos para sostenerse en un ambiente hostil.
Un futuro oscuro
Para Noemí el futuro se vislumbraba verdaderamente amargo y lleno de incertidumbre. La viuda de Elimelec ya no era joven y su preocupación ahora era buscar sustento para ella y sus nueras. El único lugar donde sabía que podría recibir ayuda era Judá, la tierra de sus ancestros.
Noemí le comunicó a sus nueras Rut y Orfa sus intenciones de regresar a Judá. Ella exhortó a sus nueras a que se quedaran con su pueblo, sus costumbres y sus dioses. Orfa vio claro el incierto futuro, besó a su suegra y regresó con su familia. Pero Rut se negó a dejar a su suegra y pronunció las palabras que aún suenan en nuestros oídos como un ejemplo de fidelidad y constancia: “A dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1:16).
Buscando una patria y al verdadero Dios
Rut se había comprometido a mucho más que cuidar a su suegra. Se comprometió a seguir al verdadero Dios de Israel y su camino de vida. Sin duda había escuchado mucho acerca de Él viviendo con su esposo y sus suegros durante más o menos 10 años. Había llegado el día en que debía decidir entre regresar a los dioses de su pueblo o confiar en aquél que le contaron había salvado a Israel de Egipto con milagros portentosos, y que bendecía a su pueblo por su obediencia.
Con todas sus fuerzas, Rut puso manos a la obra. Noemí y Ruth llegaron a Judá en plena cosecha del grano de primavera; un período de siete semanas que comienza al día siguiente del sábado semanal que cae durante la Fiesta de Panes Sin Levadura.
Rut se dedicó a seguir a los segadores recogiendo grano para alimentarse ella y su suegra. Su labor no era fácil. Además del arduo trabajo que por largas horas debía realizar, sin duda había discriminación hacia ella; por ser mujer, y por ser extranjera. A pesar de todo, su ejemplo de integridad, de trabajo duro y perseverancia fueron notorios para las personas que diariamente la veían.
El pariente rico
Su impecable ejemplo le dio a Rut una muy buena reputación que llegó a los oídos de Booz, el propietario de los campos donde ella trabajaba. Booz, un prominente agricultor y pariente cercano de Noemí, había escuchado del amor de Rut por su suegra. Le habían contado cómo trabajaba desde muy temprano espigando en sus campos. Esto hizo no sólo que Rut ganara el favor de Booz, sino que él la mirara con ternura y deseo de ayudarle. Booz ordenó a sus trabajadores que no la molestaran y que dejaran caer espigas en su camino para facilitar su labor. Booz reconoció la intervención de Dios en la vida de estas mujeres y cuando tuvo la oportunidad de platicar con Rut le dijo: “El Eterno recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte del Eterno Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2:12).
La bendición de Dios
Con el tiempo, la comunidad entera acogió a Rut, aunque no era israelita. Booz mismo reconoció su fidelidad a Dios y no dudó en darle su nombre cuando Rut le pidió que la redimiera, aplicando la costumbre hebrea del “levirato”.
Esta costumbre amparaba a las viudas no dejándolas solas y desposeídas si eran desposadas por un pariente cercano. Cuando moría un esposo en Israel, su hermano podía casarse con su viuda para que no se perdiera el nombre y patrimonio del difunto. Y, de no tener un hermano, el pariente más cercano podía cumplir la costumbre convirtiéndose así en el protector. Luego, cuando tenían un hijo varón, éste heredaba las tierras en nombre del difunto esposo.
Booz, sabiendo que no era el pariente más cercano habló con aquel al que correspondía realizar esta acción de misericordia para con Rut y Noemí. Sin embargo, ese pariente no quiso desposar a Rut, por lo que Booz gustosamente tomó a Rut como su mujer. Fue así como ella llegó a formar parte de su familia y su pueblo.
Un ejemplo extraordinario
Rut se convirtió en un maravilloso ejemplo de fidelidad hacia Dios, amor a su suegra y amor hacia su protector y quien había fungido como su redentor. Lo más extraordinario de su ejemplo ni siquiera se encuentra en el libro de Rut, sino en el Nuevo Testamento; en el libro de Mateo donde Rut forma parte de la genealogía de Jesucristo mismo. Mucho tiempo después, nuestro redentor nació de esta extraordinaria historia de amor, fidelidad y confianza.
El gran ejemplo de Rut también nos da esperanza de ser redimidos por Jesucristo, nuestro protector y redentor, aunque no seamos parte física de su pueblo Israel. Su historia nos recuerda el gran amor de Dios y su fidelidad para con todo aquel que se comprometa a seguirlo a Él y la forma de vida que representa.
Nuestro pariente más cercano
Si usted está dispuesto a dejarlo todo por seguir al verdadero Dios sin ver lo difícil del camino ni lo complejo de los argumentos contradictorios, usted también, igual que Rut, podrá llegar a escribir su propia historia de amor con su redentor. Si es fiel a Dios, Él siempre le será fiel a usted —recuerde que Él es nuestro pariente más cercano. CA