Llegará el día en que la muerte terminará y cesará su amargo aguijón. Un miembro de la Iglesia comparte su camino para afrontar una serie de tragedias personales.
¿Alguna vez te ha picado una abeja o algún otro insecto? Las picaduras de la mayoría de estos insectos pueden resultar bastante dolorosas e irritantes. Según kidshealth.org, además del dolor agudo, también pueden experimentar hinchazón y picazón, debido a la toxina venenosa que inyectó el insecto.
Sin embargo, con el tratamiento adecuado de primeros auxilios, los síntomas suelen mejorar después de aproximadamente un día. Muchas veces podemos evitar encuentros no deseados con estas molestas criaturas, simplemente aplicando las medidas preventivas adecuadas. Cómo desearía que ocurriera lo mismo con otro tipo de aguijón.
Este aguijón deja tras de sí un dolor que ningún tratamiento de primeros auxilios puede remediar, y ningún consuelo o cuidado puede hacerlo desaparecer. Además, ningún ser humano, rico o pobre, podrá jamás escapar de él.
Estoy hablando del aguijón de la muerte.
La muerte no es un tema agradable para discutir para la mayoría de nosotros. La muerte, como todos sabemos, es una parte inevitable de la vida. Es tan natural como el nacimiento. La Biblia nos dice que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez” (Hebreos 9:27).
Me he enfrentado cara a cara con el dolor de la muerte, no sólo una vez, ni siquiera dos, sino cuatro veces en los últimos años. Cada vez he sentido el aguijón ardiente y penetrante de la muerte en lo más profundo de mi ser.
Lidiando con el dolor punzante del dolor
Hace poco más de un año, perdí a mi querido esposo, con quien estuve casada por 33 años. Él murió debido a una insuficiencia cardíaca. (Había tenido que lidiar con un corazón agrandado y débil durante años). Después de su muerte, mis dos hijos y yo todavía estábamos aturdidos por el dolor cuando tuvimos que llevar frenéticamente a mi hija mayor al hospital. Ella padecía un tumor cancerígeno en el riñón. Aproximadamente un mes después, ella también murió.
En ambas ocasiones, las palabras de los Salmos y de Job impactaron en mí:
- “Me rodearon ligaduras de muerte […] Me tendieron lazos de muerte” (Salmo 18:4-5).
- “Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído” (Salmo 55:4).
- “(Ando) por valle de sombra de muerte” (Salmo 23:4).
- “Mi rostro está inflamado con el lloro, y mis párpados entenebrecidos” (Job 16:16).
La muerte de un cónyuge es un golpe difícil y aplastante. Pero para mí, la muerte de mi hija fue insondable, casi insoportable, sobre todo porque no era la primera vez que la experimentaba. Once años antes, también había perdido a una hija adolescente a causa de una enfermedad repentina. Contando la muerte de mi amado padre, experimenté cuatro pérdidas importantes en aproximadamente una década.
Cualquiera que sea la edad o las circunstancias, la muerte de un ser querido es una de las ocasiones más terribles de la vida.
Cuando la muerte ha proyectado su sombra sobre nuestra morada, especialmente varias veces, nuestra fe es probada. Enfrentarme a esta situación fue un proceso lento y delicado para mí. Se me pasaban por la cabeza numerosas preguntas:
¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué, por qué, Dios?
Consuelo en la Palabra de Dios
Semanas antes de morir, como si nos estuviera preparando para lo que vendría, mi esposo dirigió a nuestra familia en una serie de estudios bíblicos acerca del libro de Job. Con las lecciones de Job todavía claramente grabadas en mi mente, yo sabía muy bien que no tenía derecho a cuestionar a mi Creador por todo lo que había sucedido.
Pero pensé: pedir respuestas con sinceridad es diferente a preguntar por dudar. Sabía que la única manera de obtener respuestas era profundizar en la Palabra de Dios.
Permítanme compartir algunas conclusiones en mi ardiente búsqueda de comprensión. Mientras estudiaba y contemplaba la muerte, una de las primeras cosas que me di cuenta fue que Dios no me debe nada, ni siquiera una explicación de lo que Él permite que suceda en mi vida.
Él es el Alfarero y nosotros somos un trozo de barro en sus manos (Isaías 64:8). Cuanto más reflexionaba sobre ello, más entendía lo que Pablo quería decir cuando escribió que “por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7) y lo que el autor del libro de Hebreos quiso decir con “la fe es… la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). No podemos creer sólo cuando Dios ha intervenido positivamente en cada aspecto de nuestra vida y nos ha protegido de sufrir.
Pienso que debemos seguir creyendo y confiando en Él incluso cuando parece estar en silencio o cuando aparentemente no ha respondido de la manera que queríamos. Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. Construir este tipo de fe lleva muchos años, tal vez toda una vida.
Dios tiene el poder sobre todas las cosas
Dios es Dios. Él tiene el derecho soberano de hacer cualquier cosa, según su voluntad. Esa afirmación puede parecer tiránica, pero Dios hace todas las cosas con amor. Pero, increíble como parezca, Dios nos ama tanto como amó a Jesucristo (Juan 17:23).
Se me ocurrió que Dios sabe cuánto dolor podemos soportar. Si bien 1 Corintios 10:13 no trata específicamente del dolor, aún nos muestra el cuidado y la preocupación de Dios por nosotros: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
¿Creeré en la Palabra de Dios de todas maneras o elegiré dudar de Dios?
Una vez escuché a un ministro decir algo que necesitaba escuchar: “Muchos tienen la fe para ser sanados pero, ¿cuántos de nosotros tenemos la fe para no ser sanados? Cuando Dios dice: “No, todavía no te voy a sanar”, ¿cuántos de nosotros tenemos la fe para seguir teniendo fe en Dios? Cuando el pánico y el miedo se apoderaron de mí al ver a mi ser querido dejando de respirar, recordé esas palabras.
Ésta es la fe viva.
Hace no mucho, una amiga me contó sus pruebas. Me dijo que cada vez que sus oraciones reciben respuesta, su fe se fortalece. Le pregunté: “¿Qué pasaría si tu oración no fuera respondida?”
Ella me dio una respuesta que me hizo pensar: “Eso es más difícil. Ahí es cuando tener fe es más crucial”. De hecho, la fe es algo de lo que no podemos prescindir cuando afrontamos las pruebas más duras de la vida.
¿Puede el duelo ser un regalo?
Podemos extraer algunas ideas útiles del rey Salomón. Él escribió en Eclesiastés 7:2-3: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón”.
Cuando nos enfrentamos a la realidad de nuestra transitoria existencia física, reflexionamos sobre el valor y el propósito de la vida: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).
El duelo nos ayuda a participar en una introspección de la seriedad y solemnidad de la vida. Eso debería afectar positivamente la forma en que vivimos. Cuando lidiamos con la aflicción, la tristeza, el dolor, la pena y otras adversidades, tenemos una oportunidad de crecer. Debemos decidir qué lecciones podemos sacar de nuestras experiencias.
A veces la gente me pregunta cómo sobreviví a la pérdida de mis seres queridos. Todavía estoy en ese proceso y todavía tengo mis momentos altos y bajos. En verdad, la única explicación que puedo ofrecer es que no se debe a ningúna fuerza innata en mí. Es a través de “Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13) que puedo seguir viviendo y haciendo cosas.
Tampoco puedo descartar la tremenda ayuda que he recibido a través del amor, apoyo y aliento de hermanos, amigos y familiares.
Además de eso, numerosos pasajes de la Biblia han sido una fuente de consuelo.
- 1 Tesalonicenses 4:13-18
- 1 Corintios 15:51-58
- Colosenses 3:1-4
- 1 Juan 3:1-3
La muerte será derrotada
En la Iglesia de Dios sabemos que la muerte no es el fin de todo. La muerte es como el sueño. Su victoria es sólo temporal.
Saber que los seres queridos que han muerto en realidad duermen profundamente y que su espíritu ahora está bajo la custodia de Dios (Eclesiastés 12:7) nos permite aceptar la muerte con esperanza y consuelo.
Entendemos la esperanza de la resurrección (Juan 6:40). La intención de Dios es que todos pasemos la eternidad con Él (Eclesiastés 3:11). El conocimiento del plan maestro de Dios nos permite mirar más allá de la muerte y anticipar la vida eterna con nuestros seres queridos resucitados, en el Reino de Dios.
Esa esperanza es el consuelo más increíble de todos.