Cuando somos jóvenes, solemos admirar a las personas por sus cualidades externas. Pero hay una cualidad que realmente debemos admirar en las personas y desarrollar en nosotros mismos.
¿A quién no le ha gustado alguna vez algún “famoso”? La mayoría de las mujeres, especialmente en la adolescencia, tendemos a admirar a algún personaje popular. Esa “admiración” nos hace comprarnos ropa, cuadernos, posters, fotos y todo lo que tenga que ver con ese cantante, banda o actor. Podemos llegar a ser tan fans de él que lo idealizamos, e incluso, llegamos al punto de pensar: “es perfecto” (léase con un suspiro). Lo bueno es que es algo pasajero, y a medida que vamos creciendo y madurando, esta admiración se vuelve más realista y objetiva, ya que nos damos cuenta de que, por más “lindo” que sea este personaje, no todo lo que haga estará bien ante todos y mucho menos ante los ojos de Dios.
Muchas veces se nos ha dicho que debemos tener a quien admirar para seguir su buen ejemplo y buena conducta, pero ¿será la “admiración”, como la de una fan, la que se nos pide? La respuesta es un rotundo no, ya que la admiración por un “famoso”, especialmente en la juventud, es una admiración cegada y sin discernimiento. Además, es superficial, porque nunca podremos saber cómo es realmente esa persona fuera de cámaras. Entonces, la pregunta que surge es: ¿a quiénes deberíamos de admirar?
¿A quién deberíamos admirar?
Admirar a alguien es tener una valoración positiva de una persona por sus cualidades. Por lo tanto, debemos admirar a quien sea un buen ejemplo en cuanto a su conducta (3 Juan 1:11).
Es de gran ayuda tener a alguien a quien admirar, ya que aprendemos de sus experiencias, y si compartimos con esa persona, nos impulsa a mejorar en lo que estamos fallando. Así también, lograremos desarrollar otras virtudes que no teníamos en mente y que son parte del carácter de aquel a quien admiramos.
Lo que deberíamos buscar en alguien a quien admiramos
Se puede querer imitar a alguien en muchos aspectos, pero uno de los más importantes (sobre todo para nosotras) es hacerlo a quien sirve en todo momento. Todos podemos desarrollar virtud, quizás a algunas personas se les da más fácil que a otras, y puede que, a nosotras, en un comienzo la ayuda a los demás sea de forma forzada, pero mientras más se practique la virtud a desarrollar, cada vez se hará mucho más fácil ponerla en práctica. Luego, con el tiempo, cuando se nos pida ayudar en cierta cosa, lo haremos no solo porque nos lo pidieron, sino también porque nos nace hacerlo.
¿El servicio está siendo parte de nuestra vida? ¿Lo hemos practicado últimamente? El servir debe ser una cualidad bien desarrollada en nosotras, las señoritas, ya que debemos ejercer esta virtud toda nuestra vida y en cada aspecto de ella. El hacerlo a los demás es hacerlo a Dios, y especialmente si asistimos a su pueblo (Mateo 25:45). El servir a Dios no sólo se les encarga a los ministros, diáconos y oradores, sino que se nos da a todos en toda ocasión; desde animar y aconsejar correctamente a alguien, hasta ayudar en lo que se nos pida para que se lleve a cabo alguna actividad. Para servir no es necesario estar “a cargo” ni ser nombrado. El motivo que nos debe llevar a servir es querer agradar a Dios, y el primer paso que debemos dar para hacerlo es tener una estrecha relación con él, para así poder discernir cuándo o cómo servir y ser humildes al momento de hacerlo.
Como jovencitas, debemos aprovechar cada oportunidad que se nos dé para servir a los demás y no quedarnos en nuestra zona de confort pensando en que “alguien más lo hará”. Tomemos cada oportunidad que se nos presente con una actitud de humildad, y así agradaremos a Dios.
Servir a los demás es una muestra de amor. ¿Nos hemos preguntado cuánto nos deben querer las señoras de la iglesia que van a cocinar a los campamentos de jóvenes? A ellas debemos imitarlas, ya que sin pedir nada a cambio, ellas cocinan y trabajan, solo por amor a nosotros. Este es uno de los ejemplos que podemos ver de cerca año tras año, pero por supuesto que hay muchos más, tanto en la Iglesia como en la Biblia.
Convirtámonos en mujeres dignas de admirar
Dios nos dice a través de su Palabra que seamos imitadores de lo bueno, y debemos ocuparnos en ello. No podemos quedarnos con solo admirar a alguien y con el pensamiento de “me gustaría ser como esa persona… algún día”, debemos ponernos en acción y comenzar a trabajar desde ya, en imitar las buenas virtudes de los demás. Nosotras, las señoritas, debemos ser buenos ejemplos de servicio, pero para lograr esto debemos partir por hacerlo cuanto antes.
La admiración que les damos a los “famosos”, queda pequeña ante la admiración que debemos tener por quienes buscan hacer las cosas bien y las hacen, a pesar de cometer errores.
Procuremos ser el tipo de mujer que admiramos dentro de la Iglesia. Trabajemos hoy en esto para que, en un futuro no muy lejano, nosotras mismas podamos ser ejemplos para alguien más. Heredemos las promesas que Dios nos tiene para nosotras al cumplir con nuestra parte en cuanto a hacer buenas obras de servicio.