Una de las experiencias de la vida que todo ser humano enfrenta, es la enfermedad. ¿Habrá un propósito detrás de la enfermedad? Y, si es así, ¿qué lecciones podemos aprender?
Enfermarse es una experiencia universal que toca la vida de cada persona en algún momento, incluidas aquellas que han puesto su fe en Dios. Para muchos cristianos, enfrentar una enfermedad puede generar preguntas profundas, tales como: ¿Por qué yo? O ¿por qué ahora?
Cuando una enfermedad se nos detecta, lo asociamos de inmediato con una pésima noticia. A veces decimos que nuestra fe debería elevar nuestro ánimo en las adversidades, pero la realidad es diferente.
En este artículo explicaremos algunas razones por las cuales los cristianos, al igual que todos, nos enfermaremos, entendiendo que estas experiencias son parte de la vida y que siempre tendrán un propósito.
El porqué de las enfermedades
Lo primero que hay que entender es que las enfermedades nos afectan a todos, en cualquier rincón del mundo. En países modernos como en tribus lejanas, hombres, mujeres y niños se enfrentan a las enfermedades, así como a la muerte. No hay un plan de salud perfecto ni suficiente que pueda librarnos de contraer alguna enfermedad.
También, las enfermedades graves pueden llegar repentinamente. Estas enfermedades pueden debilitar al más fuerte y desanimar al más entusiasta. La mente se puede ver sobrepasada por emociones de pena y dolor.
El Rey Salomón mencionó este principio universal: “Todo acontece de la misma manera a todos; un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno, al limpio y al no limpio; al que sacrifica, y al que no sacrifica; como al bueno, así al que peca; al que jura, como al que teme el juramento” (Eclesiastés 9:2).
Este principio es transversal, y no hay excepción alguna… ni para los cristianos. Las enfermedades son un mal que aqueja a todos los hombres.
Sin duda, todos quisiéramos morir tras una buena vejez y en lo posible mientras dormimos. Sin embargo, la Biblia menciona que la vida tiene un límite y que buena parte de ella dependerá de nuestro propio cuidado personal. “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Salmos 90:10).
Por lo tanto, teniendo en cuenta el principio universal establecido en la Palabra de Dios, podemos mencionar tres puntos importantes en relación a la enfermedad.
1. Los cristianos también se enferman
Dios permite que los cristianos también nos enfermemos. Lo permitió en el caso de Job, quién era un “varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8). Satanás estaba convencido de que Job renegaría en contra de Dios, debido a la prueba: “Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. Pero extiende ahora tu mano, y toca su hueso y su carne, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (Job 2:4)
Dios permitió que Satanás probara a Job, al decir: “He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida” y “salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza” (Job 2:7).
El patriarca Job fue probado de muchas maneras, incluyendo la enfermedad, a fin de que desarrollara un carácter firme, pese al sufrimiento. Sin embargo, la historia de Job no es el único relato que hay en la Biblia donde Dios permite o aprueba el sufrimiento de un creyente.
El apóstol Pablo también sufrió de una enfermedad. Dirigiéndose a los gálatas les dijo: “Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo” (Gálatas 4:13-14).
Pablo mencionó el propósito que tenía Dios con esa enfermedad: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Corintios 12:7).
Cómo podemos darnos cuenta, Dios permite la enfermedad y prueba a ciertos cristianos para el perfeccionamiento de su carácter.
2. Hay enfermedades que son producto del pecado
Salmos 32:10 dice: “Muchos dolores habrá para el impío”. Ésta pequeña frase confirma las consecuencias que puede tener el pecado en nuestras vidas. El rey David pasó por esto, reconoció sus pecados y tuvo que sufrir los efectos derivados de sus faltas en contra de la Ley de Dios: “Eterno, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; Ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado” (Salmos 38:1-3).
El rey David supo que el dolor físico a veces se origina en el pecado. También David menciona un dolor emocional que se expresaba en: lamento, humillación, debilidad y gran conmoción; tanto en su mente, como en su corazón. David exclamó: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí. Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera a causa de la conmoción de mi corazón” (Salmos 38:4-8).
Aunque es lamentable, a veces Dios nos corrige cuando pecamos. Por lo tanto, en ocasiones, las enfermedades y el dolor emocional se hacen presentes al pecar.
Desde un comienzo, Dios advirtió que tendríamos bendiciones por la obediencia y maldiciones por la desobediencia: “Y el Eterno enviará contra ti la maldición… el Eterno traerá sobre ti mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella. El Eterno te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía, con calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta que perezcas” (Deuteronomio 28:20-22).
Sí, algunas veces los pecados nos pueden conducir a enfermedades.
3. Cuidado con las leyes naturales
Dios nos dotó de un cuerpo. También, Él nos da el Espíritu Santo cuando somos bautizados. Él quiere que cuidemos nuestro cuerpo, que es el templo de su Espíritu: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16-17).
A veces nos enfermamos por descuido hacia el cuerpo y hacia la mente que Dios nos dió. Nuestro Creador señala que incluso podemos “destruir el templo de Dios”. Nuestro Hacedor nos insta a cuidar lo que comemos, a hacer un poco de ejercicio, a dormir suficiente, a cuidar lo que ponemos en nuestra mente, etcétera.
Una reflexión final
Entonces, ¿Por qué yo? O ¿por qué ahora? Responder estas preguntas implica variadas respuestas… y no sabemos todas las respuestas. Entonces, decir que cada vez que nos enfermamos es por un pecado, no es la única respuesta.
Cuando estaba Jesús con los apóstoles, ellos le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:2-3). Por lo tanto, podemos deducir que, aunque hay razones válidas por las cuales nos enfermamos, el propósito de Dios está más allá de nuestra comprensión.
Algunos autores cristianos, como Tim Keller, han enfatizado que, en lugar de buscar culpables, debemos enfocarnos en cómo podemos glorificar a Dios a través de nuestras dificultades. Este escritor mencionó en su libro titulado “Caminando con Dios a través del dolor y el sufrimiento”, que: “El sufrimiento puede ser una forma de estar más cerca de Dios. Nos ayuda a ver nuestra fragilidad y nuestra necesidad de Él y, a menudo, puede ser la forma en que Dios nos transforma”.
El sufrimiento que viene a través de alguna enfermedad puede ser un medio por el cual Dios revela su poder, transformando nuestras vidas y las de quienes nos rodean, para un propósito mayor.
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