En esta época del año, antes de la Pascua y de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, la mente de todos los verdaderos cristianos está enfocada en cómo podemos ser mejores delante de Dios. En otras palabras, todos pensamos en cómo podemos tener menos levadura espiritual en nuestras vidas, es decir, menos pecado. Aunque debemos hacer esta reflexión durante todo el año, se acentúa cuando empezamos a prepararnos para las primeras fiestas de Dios.
Todos en la Iglesia de Dios sabemos que ninguno de nosotros puede perdonar sus propios pecados. Si fuera por nosotros mismos, nuestros pecados nos seguirían a lo largo de toda nuestra vida. No hay obra ni sacrificio nuestro que pueda perdonar nuestros propios pecados. Tampoco existe otro ser humano o ángel que pueda perdonar nuestros pecados. No existe otro ser bajo el cielo por medio del cual podamos ser salvos, excepto Jesucristo (Hechos 4:12).
La importancia de la Pascua
He aquí la importancia de la Pascua. Este maravilloso evento simboliza el sacrificio de Jesucristo que hace posible el perdón de nuestros pecados. Nosotros y nuestras obras no nos ganan el perdón de nuestros pecados. Es por la fe en el sacrificio perfecto de Jesucristo que nuestros pecados son perdonados. Sin embargo, para que Jesucristo nos regale el perdón inicial de los pecados, Él mismo nos pide ciertos requisitos: que nos arrepintamos y nos bauticemos.
Nosotros somos perdonados por primera vez cuando nos arrepentimos y nos bautizamos. Hasta ese momento nuestros pecados pasados no han sido perdonados. El momento de nuestro arrepentimiento y de nuestro bautismo es clave en nuestra vida. Ese momento marca un antes y un después en la vida de un ser humano. Éste es el momento en el cual nuestros pecados pasados son perdonados por primera vez y también es el momento cuando recibimos el Espíritu Santo de Dios a través de la imposición de las manos de un ministro de Jesucristo. En ese momento clave de la vida entramos en una relación especial con nuestro Creador que es llamada por la Biblia “la gracia de Dios”.
La gracia de Dios
Entrar bajo la gracia quiere decir que por primera vez en nuestra vida y a través del arrepentimiento, del bautismo y de la imposición de manos, hemos entrado en una relación especial con Dios. Nunca antes del arrepentimiento y del bautismo habíamos sido perdonados por Dios. Pero a través de estos eventos y a través de la fe en el sacrificio de Jesucristo entramos en una relación especial con Dios en el sentido de que a partir de ese momento cada vez que nos arrepintamos seremos perdonados inmediatamente. Estar bajo la gracia no es tener el permiso para pecar. Estar bajo la gracia significa que somos perdonados inmediatamente cuando nos arrepentimos delante de Dios, porque ya tenemos una relación especial con Él. Antes de nuestro arrepentimiento y bautismo no estábamos bajo la gracia y como consecuencia nuestros pecados no habían sido perdonados.
Ahora bien, la base de todo este proceso que venimos describiendo es el arrepentimiento. El arrepentimiento es esencial para que nuestros pecados sean perdonados. El arrepentimiento es la clave para entrar en una relación de gracia delante de Dios. El arrepentimiento es la clave para permanecer en esa relación de gracia delante de Dios.
El arrepentimiento es la clave para entrar al Reino de Dios. Cristo dijo categóricamente: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). En otra parte la Biblia dice: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hechos 3:19).
El arrepentimiento es dejar de infringir las leyes de Dios, pero también es dar una media vuelta a nuestra vida pasada y empezar a vivir de una manera diferente, de acuerdo a las leyes divinas. Por eso es que la Pascua es el recordatorio de que nuestros pecados son perdonados por la gracia de Dios y por la fe en el sacrificio de Jesucristo, pero solamente cuando nos arrepentimos. En otras palabras, al tomar la pascua y al guardar la Fiesta de Panes Sin Levadura recordamos dos cosas: nos arrepentimos y nuestros pecados son perdonados por la fe en el sacrificio de Cristo, pero luego tenemos que empezar a vivir de manera diferente. En otras palabras, los cristianos no podemos aceptar el sacrificio de Cristo y seguir viviendo en una vida de pecado. No puede ser de esta manera.
Romanos 6:1-2 dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.
Por lo tanto, surgen las siguientes preguntas muy importantes: ¿qué se necesita para que un cristiano deje de pecar? ¿Cómo podemos vencer al pecado? ¿Puede el ser humano por sí solo vencer los pecados?
Como ya dijimos, cuando nosotros fuimos bautizados y el ministro nos impuso las manos, nuestros pecados fueron perdonados y además recibimos el don del Espíritu Santo.
La obra del Espíritu Santo
Es muy importante entender que el Espíritu Santo es el poder de Dios en nosotros, pero este Espíritu no nos manipula, ni nos obliga, ni nos presiona a hacer aquello que nosotros no queremos. El Espíritu Santo es el poder de Dios y hace su poderosa obra solamente cuando nosotros hacemos nuestra parte para echar mano de ese poder. Este Espíritu también pone dentro de nuestras mentes las palabras de Dios y sus leyes (Hebreos 10:16).
Por medio del Espíritu Santo nosotros adquirimos parte de la mente de Dios. Las leyes de Dios empiezan a ser parte de nuestra forma de vivir. Pero debemos recordar que el Espíritu Santo no nos presiona, ni nos fuerza, ni nos obliga a actuar de determinada manera. El tener el Espíritu Santo por sí mismo no es una garantía de que nuestras vidas serán mejores delante de Dios. En otras palabras, los cristianos también estamos sujetos a pecar igual que todos los seres humanos.
Aquí estamos hablando de una clave del verdadero arrepentimiento: el carácter. El carácter es la libre decisión que nosotros debemos tomar para hacer lo correcto por encima de lo incorrecto. El carácter es la decisión de escoger el bien por encima del mal. El carácter es la decisión de escoger obedecer la ley de Dios en lugar de quebrantarla. Cuando el cristiano ha tomado la decisión correcta, entonces y sólo entonces, el Espíritu Santo aplicará su inmenso poder para ayudarnos a no pecar. Si no entendemos este proceso, será muy difícil esperar que el Espíritu Santo venza al pecado por nosotros. La decisión de no pecar y de oponernos a las acciones incorrectas tiene que ser nuestra, y luego el Espíritu Santo hará su parte y nos dará la fuerza necesaria para poder vencer. Recordemos: la decisión de vencer el pecado tiene que empezar por nosotros.
Veamos lo que dice Isaías 33:14-15: “Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala”.
Algo muy importante que debemos entender en este proceso de vencer el pecado es que aun la decisión de no pecar es inspirada por Dios, pero Él no nos manipula. El ser humano natural no piensa en las cosas de Dios, ni puede pensar en las cosas de Dios (Romanos 8:7).
Tenemos que oponernos al pecado
Para oponernos al pecado es absolutamente necesario que tengamos una relación con Dios por medio de la oración, el ayuno, el estudio de la Biblia, congregarnos con la Iglesia, etc. Si acaso no estamos cerca de Dios, es prácticamente imposible que siquiera pensemos en rechazar el pecado. Pero cuando tenemos una relación con Dios, entonces Dios mismo nos inspira para tomar la decisión de arrepentirnos. Pero dicha decisión la tenemos que tomar nosotros. Su benignidad nos guía—no nos presiona—al arrepentimiento (Romanos 2:4).
Cuando estamos orando diariamente es mucho más fácil tomar la decisión de oponernos al pecado, es decir, es más fácil dar el primer paso hacia el arrepentimiento. Y cuando hemos tomado la decisión de no pecar, entonces el Espíritu Santo nos da la fortaleza para lograr esa meta.
Veamos lo que la Biblia dice en Deuteronomio 30. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que este capítulo de la Biblia es el capítulo del carácter. Veamos:
Deuteronomio 30:11-14: “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas”.
El cristiano que se ha arrepentido, se ha bautizado y ha recibido la imposición de manos del ministro de Dios, puede estar seguro de que sus pecados han sido perdonados y ha recibido el Espíritu Santo. No puede ser de otra manera, porque Dios cumple sus promesas.
Es por medio del Espíritu Santo que Dios coloca sus leyes en nuestras mentes. Por medio de su Espíritu, Dios nos ha dado un corazón de carne que tiene impregnadas las leyes y los pensamientos de nuestro Creador. Pero Dios no nos da la obediencia a sus mandamientos en forma automática. Nosotros tenemos que decidir conscientemente dejar de pecar. Y luego con la ayuda del Espíritu Santo debemos oponer resistencia al pecado. Eso es el carácter. Nosotros tenemos que dar el primer paso para cumplir los mandamientos de Dios. Después de esto, tenemos que seguir oponiendo resistencia cada vez que el pensamiento del pecado llegue a nuestras mentes.
Deuteronomio 30:15: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal”.
Tomar la decisión de no pecar, oponerse al pecado y vencerlo con la ayuda del Espíritu Santo es un tema de vida o muerte.
Deuteronomio 30:16: “Porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella”.
Aunque Dios nos ha dado libre albedrío, Él también nos ha dado a los cristianos todo lo necesario para poder vencer el pecado. El anhelo de Dios es que tomemos la decisión correcta y tengamos una vida física satisfactoria y también tengamos vida eterna.
Deuteronomio 30:17-20: “Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella. A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar”.
Dios es respetuoso del libre albedrío
Dios respeta lo que nosotros queramos decidir. Él nos da todo lo que necesitamos para poder vencer los pecados, pero nunca nos va a manipular, ni a presionar, ni a obligar a obedecerle. El libre albedrío es una inmensa bendición que Dios dió a los ángeles y a los seres humanos. Pero este libre albedrío también se convierte en una maldición cuando decidimos mal. Los ángeles que no obedecieron se convirtieron en demonios y ahora ya no pueden cambiar de nuevo. Para nosotros los cristianos el momento de decidir lo correcto delante de Dios es ahora. Esta es nuestra oportunidad de vencer el pecado y de llegar a ser salvos. Veamos otra escritura fundamental para entender este tema:
Santiago 1:12-15: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.
El proceso del pecado empieza en la mente. Los pensamientos de pecado vienen de Satanás y de sus demonios. Estos pensamientos vienen además de este mundo lleno de tentaciones y también vienen de nuestra propia mente carnal. Nosotros por naturaleza somos enemigos de Dios y como consecuencia, en forma natural, no podemos oponernos al pecado ni vencerlo. Por naturaleza queremos retener los malos pensamientos malos en nuestra mente hasta que el pecado termina su proceso: la muerte. Por eso es que el ser humano, por su propia naturaleza no quiere ni puede oponerse al pecado, ni tampoco tiene el carácter para vivir correctamente delante de Dios.
Los cristianos necesitamos conocer este proceso y esforzarnos por vivirlo, para poder vencer los pecados. Debemos buscar estar cerca de Dios para que Él nos guíe a querer vencer el pecado. Luego debemos rechazar rápida y conscientemente los pensamientos de pecado. En ese momento Dios, por medio de su Espíritu Santo nos dará las fuerzas para resistir el pecado. Entonces nuestra resistencia al pecado se verá apoyada con el poder del Espíritu de Dios y “juntos lo podremos vencer”. Que Dios nos ayude a vencer cada vez más al pecado y así poder ser cada vez más parecidos a nuestro Padre en los cielos. Que tengamos la mejor Pascua y Fiesta de Panes Sin Levadura.
— Por Saúl Langarica