Actualmente, es fácil leer una revista, un libro, el periódico o simplemente tener acceso a algún otro medio de información. Hace algunos siglos esto no era posible, y menos aun con la facilidad que lo hacemos en la actualidad.
El hombre, dentro de la sociedad, ha realizado grandes obras literarias en las que se nos exponen muy variados temas. Existen textos y artículos acerca de las enfermedades y pobreza que prevalecen sobre la faz de la tierra, y también de los grandes descubrimientos científicos y tecnológicos que cada día realiza el ser humano; de toda una gran recopilación de datos y conocimientos acumulados a lo largo de la historia, al incontable número de biografías y autobiografías que se han escrito sobre los personajes más destacados de la misma.
Por todo lo anterior, podemos afirmar que existe una gran diversidad de libros y artículos de sumo interés y complejidad; sin embargo, y a pesar del conocimiento que lo ha llevado a conquistar otros planetas, el hombre sigue siendo incapaz, después de sus casi 6.000 años de historia, de comprender la Biblia y conocer a Dios nuestro Creador.
¿Por qué la humanidad sigue creyendo que puede ser feliz gracias a sus propios razonamientos? ¿Por qué no se da cuenta de que la verdadera felicidad está más cerca de lo que imagina y obtenerla es más fácil de lo que cree?
Cuando el hombre rechazó a Dios en el huerto del Edén y tomó del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, se aisló de Dios; esa comunión que tenía el hombre con Dios se rompió a causa del pecado. El hombre mismo fue quien hizo que Dios se aislara de nosotros luego del pecado que cometieron Adán y Eva (Génesis. 3:6,22-24), y hemos continuado repitiendo ese camino hasta hoy.
El hecho es que el pecado nos aísla de Dios: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar… pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías. 59:1-2).
A pesar del pecado del hombre, Dios tiene un plan y un propósito con la humanidad. Si nos arrepentimos y cambiamos nuestra forma de vivir, Dios nos limpia de todo pecado (Isaías 1:18).
Pero para tener acceso al perdón y las bendiciones de Dios, debemos creer en Él y en sus promesas, y actuar conforme a su palabra: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19).
El razonamiento de este mundo ha apartado al ser humano de su Creador. La actitud y planteamientos que dominan en la sociedad da como resultado personas que se jactan de ser sabios en muchas ciencias, pero que en realidad son necios, ya que niegan a Dios nuestro Creador, permitiendo que Satanás y la naturaleza humana gobiernen la conducta individual y colectiva (Romanos 1:20-24).
Debemos reconocer que nuestros pecados nos apartan de Dios y nos convierten en sus enemigos. Hay que estar conscientes de que en todo momento nuestras malas acciones y deseos crean una barrera entre él y nosotros; pero no olvidemos que en su misericordioso amor: “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, ésta es la buena noticia. Dios nos ofrece vida eterna por medio de su hijo Jesucristo, “porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:8, 10).
La muerte de Cristo no nos salva, únicamente nos reconcilia con Dios por nuestros pecados. Lo que realmente nos salva es la vida de Cristo, ya que somos “salvos por su vida”.
Todos hemos cometido faltas y en nuestro camino a la santidad ocasionalmente las cometeremos (Eclesiastés 7:20), pero debemos reconocer nuestros pecados delante de Dios, sin permitir que el pecado se vuelva habitual en nosotros y se convierta en nuestra forma de vida (1 Juan 1:8-10).
No dejemos que los afanes de este mundo caótico nos aparten de Dios, nuestro Creador. No permitamos que los conflictos nos desanimen apocando el espíritu. No permitamos que nuestro amor por los hermanos y la palabra se enfríe, más bien dejemos que la sabiduría de Dios y su conocimiento guíe nuestro camino porque el Eterno “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).
Fuimos creados por Dios, a su imagen, con un propósito. Creámosle a nuestro Creador y dejemos que Él guíe nuestra forma de pensar y de vivir a través de su Espíritu y Palabra transformando nuestra vida. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
—Por Jorge Iván Garduño