Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios” (Lucas 14:15). Después de oír estas palabras, Jesucristo comenzó a relatar una parábola que debemos recordar. Es la parábola de un hombre que hizo una gran cena y convidó a muchos. La parábola explica cómo este hombre, que representa a Dios, después de haber preparado todo, llamó a sus invitados. Sin excepción, todos se excusaron; uno porque debía probar una recién comprada yunta de bueyes; otro porque se acababa de casar. Todos tenían una excusa “válida” para no asistir.
Una de las lecciones que podemos aprender de esta parábola es que Dios es quien hace la invitación. Dios es quien nos llama a participar en su gran plan de salvación. Al rechazar la invitación no estamos despreciando la cena, sino a quien hizo la invitación; en este caso Dios mismo.
Ya estamos en el umbral de las fiestas santas de Dios. Ya está preparado el sitio de la fiesta y las invitaciones han sido enviadas. ¿Cuál será nuestra excusa para no obedecer a Dios y guardar sus fiestas? Tal vez nuestra excusa es no habernos preparado con el segundo diezmo o tener algo “más importante” que hacer. Tengamos cuidado de no caer en la misma categoría de quienes despreciaron la invitación en la parábola.
¿Qué puede ser más importante que observar las fiestas de Dios? Si somos sinceros, tendremos que admitir que no hay nada más importante. Tal vez algunos crean que existen otros asuntos “más importantes”, pero no lo son.
En Lucas 14:26, un poco después de haber hablado de la parábola antes descrita, Jesucristo dice algo que debería resonar en nuestros oídos si estamos considerando no asistir a la fiesta: “Si alguno viene a mí, y no aborrece (ama menos) a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
Qué importante es para Dios que estemos dispuestos a ponerlo primero a Él en nuestra vida; estar dispuestos a dejarlo todo, “hasta nuestra propia vida”, por buscarlo a Él, por obedecerlo y amarlo para ser sus discípulos. Por buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia.
Hoy, en víspera de las fiestas, preguntémonos: ¿iremos a celebrar las fiestas de Dios? ¿Nos hemos preparado? ¿Hemos aprendido a temer al Eterno todo el año, guardando fielmente el segundo diezmo? ¿Podemos aceptar la invitación de Dios para celebrar uno de los eventos más inspiradores del año junto con nuestros hermanos?
¡Nuestra vida es muy corta! Santiago la describe así: “Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). No la desperdiciemos buscando servir a otro amo; nadie puede servir a dos amos porque amará a uno y menospreciará el otro (Mateo 6:24). No dejemos de obedecer a Dios y observar sus maravillosas fiestas, no menospreciemos la invitación de Dios.
Si lo hacemos estaremos poniendo otra cosa antes que a Dios. Le estaremos demostrando que sí le obedeceremos, siempre y cuando no interfiera con nuestra vida personal; porque a fin de cuentas resulta más importante que Dios. No nos engañemos a nosotros mismos con palabras vanas; los demonios también creen a Dios, pero no le obedecen (Santiago 2:19).
Tengamos cuidado de no permitirnos despreciar al Creador del universo con excusas, por negligencia, inconstancia y autoengaño. Es importante que celebremos las fiestas de Dios cuando y donde Él nos ordene hacerlo. No nos dejemos deslizar por las aguas de la indolencia buscando lo más conveniente, según nuestro propio criterio. Obedezcamos a Dios “hasta con nuestra propia vida”. Ése es el precio.
Leamos de nuevo las palabras de Dios y reflexionemos: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26, versión de la Biblia Dios Habla Hoy).
¿Estará Dios llamándonos? ¿Escucharemos su llamado: “Vengan a cenar”? ¿Qué responderemos? Aceptemos la invitación, obedezcamos a Dios y tengamos nuestra mejor Fiesta de Tabernáculos. ¡No existe nada más importante que podamos hacer!
—Por Lauro Roybal