Una parte desértica en el sur de África es conocida como Kalahari (La Tierra de la Sed). Esta tierra reseca fue una vez un lugar de lagos y ríos, y como consecuencia fue una de las zonas más húmedas de África. Con el tiempo el clima fue cambiando y el exuberante paisaje se fue convirtiendo en un desierto de arena. Algunas especies vivas todavía permanecen, pero con mucho esfuerzo. Los habitantes de la región deberán adaptarse o se extinguirán.
En un valle del Kalahari, un pequeño grupo de animales resisten atrincherados en contra del frío de la noche y del extremo calor del día y por increíble que parezca, varias de estas criaturas lograrán sobrevivir. Me refiero a los “Meerkats”, más conocida como la Familia Suricata. Una pequeña cría Suricata que tiene tres semanas de vida ha vivido en la oscuridad de su madriguera durante su corta vida. Con la ayuda de su madre aprenderá a sobrevivir de la misma manera como lo aprendió su propia madre y sus hermanos adultos. Su madre es la guía del grupo, pero la familia entera, tíos, tías, hermanos y hermanas cuidarán del nuevo bebé y le enseñarán a protegerse del peligro del desierto. El bebé tiene un hermano un año mayor de edad y es quien más se encarga de ayudarlo.
El águila marcial es el mayor enemigo de la Familia Suricata. Los ojos de esta ave depredadora constantemente buscan presas desprevenidas. Esta águila llega a tener más de dos metros de envergadura y con sus afiladas garras es uno de los peores enemigos de las suricatas.
La primera lección que el nuevo cachorro de la Familia Suricata tiene que aprender es no alejarse del resto de la familia. Debe mantenerse atento, pues el peligro acecha en todos lados en el desierto. Sobrevivir será un desafío para este nuevo bebé. Muchos de ellos no lograrán llegar a la vida adulta.
Bajo la supervisión de alguien de su familia, el cachorro Suricato finalmente puede salir a jugar. La madre tendrá en el lapso de su vida más o menos 70 cachorros. Un tercio de sus hijos morirán en los primeros meses de vida por el ataque de los depredadores, las enfermedades y el hambre. Si los bebés logran superar los primeros seis meses de vida, tendrán muchas posibilidades de llegar a adultos. La madre tendrá que disciplinarlos a todos para educarlos a sobrevivir por si se encuentran solos en el desierto.
Los miembros de esta familia viven en una red de túneles subterráneos, a unos seis metros bajo tierra. Esta casa las profundidades es como un santuario que protege a la familia del sofocante calor del día y del frío terrible de la noche.
El primer día de verano durante la mañana la temperatura supera los 40ºC de calor a la sombra. A pleno sol y más tarde durante el día las temperaturas son insoportables. La supervivencia final de la familia dependerá de una sola cosa, “la lluvia”.
La infancia del cachorro llega a su fin. El bebé ya ha crecido y esto ha sido un triunfo para toda la familia. Ahora este joven Suricato tendrá la oportunidad de ayudar a otro bebé a sobrevivir.
Ahora el joven Suricato podrá cuidar y educar a otros pequeños, de la misma manera que sus hermanos y su madre lo hicieron antes con él.
Crecer no es fácil en el desierto y menos aun en el caluroso y polvoriento Kalahari. Pero el joven Suricato ha crecido y ahora sabe que ya tiene edad para cumplir su deber de proteger a su familia y enseñarle a sobrevivir a la nueva generación.
Cuando llega un nuevo miembro a la Iglesia de Dios, nosotros, los que llevamos un tiempo en este Camino de Vida, debemos cuidar al nuevo miembro que ha llegado: “Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. Si Alguno dice: yo amo a Dios y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿Cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (I Juan 4:7, 20-21). Necesitamos ayudar a las personas nuevas a afianzarse en el camino de Dios con paciencia y con bondad.
Los que hemos llegado a la Iglesia de Dios antes que otros, tenemos el deber de hacerles sentir a los nuevos que son parte de nuestra familia. Necesitamos ayudarles para que fortalezcan su propia relación con Dios y con otros miembros de la Iglesia: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en las tinieblas, y anda en tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (I Juan 2:9-11).
Cuando en los anuncios nos piden oraciones por los enfermos, tenemos la responsabilidad personal de pedir a Dios por ellos para que Él los sane y los fortalezca. Debemos llamar a los enfermos y necesitados de la Iglesia por teléfono para animarlos cuando no puedan estar en los servicios por alguna emergencia. Debemos protegernos mutuamente como la familia de Dios que somos.
Debemos ayudarnos de verdad unos a otros sin hacer acepción de personas: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos, el que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es un homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que El que puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano con necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿Cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua sino de hecho y en verdad. Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (I Juan 3:14-18, 23).
Para poder perseverar a nivel espiritual en los tiempos difíciles del fin de esta sociedad, el amor de hermanos nos fortalecerá, nos protegerá y nos ayudará a prepararnos para servir a otros a sobrevivir espiritualmente también.
Aprendamos de la Familia Suricata. Seamos responsables al ayudar y fortalecer a los hermanos de la Iglesia para que ellos y nosotros podamos llegar al final de nuestra carrera espiritual.
— Por Patricio Martínez