La vida no es fácil”, alguien siempre me decía. A mí me gustaba contestarle, “si fuera fácil no aprenderíamos nada”. Él me contestaba, “si la vida fuera fácil, sería aburrida”.
Ésa era una de las formas con las que empezaban las conversaciones con mi padre, Norbert Haase. Él ahora se fue, pero quiero compartir con todos parte de la memoria que guardo.
Para mi, mi padre fue y siempre será un héroe. Era aquel, que cuando me ahogaba en problemas y me sumía en el dolor, extendía un brazo y me jalaba a la costa. En mis grandes momentos o grandes tristezas, estaba justo a mi lado. Podía sentir su calor cuando lo necesitaba. Me esperaba con brazos abiertos aun cuando había cometido la idiotez más grande.
Pasamos por todo juntos y cuando me cansaba, me tropezaba y caía, me cargaba en sus brazos llenos de fuerza a causa del duro trabajo que realizó durante toda su vida. Jamás me dejó solo. Fue él el quien me enseñó cómo caminar por la vida. Fue él quien me enseñó la dicha y la gloria de algo bien hecho.
Me enseñó a hacer un nudo de corbata. Me mostró el propósito de la vida. Me guió por la desesperanza, cuando parecía que no había salida. Al caminar por la noche más oscura, me dio fe. Extrañaré los golpes que siempre nos dábamos; pero ahora entiendo para qué eran: no sólo para fortalecer los músculos, sino también para aguantar el dolor, para que el corazón supiera cómo resistir el dolor más grande.
Recuerdo que, cuando era niño, compartíamos siempre una cena en McDonald’s con unos nuggets. Sin conversar, sin decir palabra, un calor reconfortante se apoderaba de mí. Así siguió siendo mientras crecía. Su sola presencia me daba seguridad y felicidad. Él me decía que yo podía alcanzar lo que sea, lo que quería, y le creí, porque cada vez que quería estar con él, estábamos juntos.
Un día me dijo que tenía una gran aventura preparada, un momento que cambiaría nuestras vidas. Viajaríamos a Perú. El solo nombre sonaba místico y lejano. Mi corazón latió con ahínco y mi deseo más grande era acompañarlo. Una noche tuve que tomar la decisión de dejar a mi madre, hermana, familia y amigos e ir con mi padre a ese lugar desconocido. Fue difícil, pero fue la mejor decisión que he tomado hasta ahora en mi vida, ya que el contacto con mi hermana permanece fuerte y aquí encontramos alegrías inmensas.
Perú fue la mejor decisión de nuestras vidas. Fue aquí donde pasamos los mejores momentos. Fue aquí donde conocí a una hermosa familia: nuestra Iglesia.
Una tarde, a pocos meses de haber llegado, mi padre me llevó a la playa. Me puso entre el mar y una gran montaña de rocas, imposible de escalar. Me abrazó con fuerza. Me hizo mirar a las rocas, al mar. Me hizo imaginar que un gran enemigo me atacaría y que no habría salida; que no habría salida humana. Me preguntó: “¿quién podrá salvarte?” Yo le contesté: “Tú; tú siempre has podido”. Él me sonrió y me dijo: “No; yo no podré. Habrá un día en el que yo no esté. Un día en el que deberás recordar todo lo que te he enseñado; un día en que tu papá más poderoso, que lo controla todo, asumirá la hermosa responsabilidad que por ahora me ha encargado a mí. Dios te ayudará y protegerá en los peores momentos y te acompañará hasta el fin”. En aquel día me animó mucho el concientizarme totalmente de que Dios estaría allí siempre. Fue lo mejor que mi padre me pudo haber dicho alguna vez.
Con mi padre aprendí sobre la vida, aprendí sobre el humor, sobre Dios, sobre prácticamente todo. Lo tuve 22 años junto a mí y Dios decidió que fue suficiente y estoy convencido de que todo lo que pudo haberme dado, me lo dio sin titubear.
Agradezco a Dios el que me haya dado el privilegio de otorgarme un guía como él, que no necesitaba decirme cómo hacer las cosas, porque me lo mostraba con su actuar, pero aun así me lo decía. Un hombre fuerte y diligente, que jamás se contentó con lo que era o lo que tenia; siempre aspiraba a más, conservando la humildad. Un padre que fue el más amoroso y cariñoso que jamás pude haber deseado. Espero con ansias el día en que lo volveré a ver. Verlo otra vez con fuerzas y ganas de ayudar.
Él murió haciendo lo que amaba, ayudando a los necesitados. Jamás supe cómo un corazón tan grande cabía en ese cuerpo. Siempre quiso lo mejor para todos y se entristecía cuando veía tanto dolor en el mundo. Él ahora está descansando, dio lo mejor de sí, corrió un hermoso trecho hasta llegar a la meta. Pronto despertará y verá un mundo en paz, en armonía, donde no habrá más dolor. Lo extrañaré mucho. Extrañaré su voz; el sonido del motor del auto cuando llegaba por la noche; sus fuertes abrazos y su sincera sonrisa; su hermoso español acentuado; su determinación. Extrañaré estrechar su cálida y fuerte mano. Extrañaré a mi compañero de aventuras. Danke, Norbert, mein lieber Vater.
— Por Patrick Haase