Desde que Dios sacó a su pueblo de Egipto, en camino a Canaán usó la misma simbología del pan que hoy tenemos, la cual contiene grandes lecciones. Su vital enseñanza aún se encuentra encerrada en lo que representa para nosotros actualmente el pan ázimo.
La tierra prometida que fluía leche y miel sonaba muy bien a los oídos de los israelitas, pero el camino para llegar hasta ella tenía tremendas dificultades y duras pruebas. La tierra era difícil y la región estaba llena de dunas, altiplanicies de rocas y montañas de granito; algunas de éstas de casi tres mil metros de altura sobre el nivel del mar. La desértica región cuenta con muy pocas fuentes de agua; es una tierra en la que no crecen frutas, vegetales ni granos. Sin alimento todos los israelitas pudieron haber perecido en el desierto; sin embargo Dios tenía una gran lección en mente para todos nosotros.
El alimento fue suplido al pueblo de Dios de modo sobrenatural en forma de pan; un pan misterioso y desconocido, pero con tantos nutrientes que los mantuvo vivos y sanos durante cuarenta años en el desierto.
Dios le dijo a Moisés: “He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día…” (Éxodo 16:4). Les dijo además: “Y te acordarás de todo el camino por donde te he traído el Eterno tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habrías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca del Eterno vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:2-3).
Esta es la lección fundamental, aun para nosotros hoy en día. Dios desea que aprendamos que Él es la fuente de la vida, la salud, el bienestar y finalmente: la vida eterna.
El maná era un alimento desconocido para todos los israelitas, así como para muchos de nosotros lo era la Palabra de Dios antes de conocer a nuestro Creador. El nombre que le dieron al sustento fue “maná”, que es el significado de lo que expresaron cuando lo vieron por primera vez, diciendo: “¿Qué es esto?”. El maná era como pequeñas y redondas semillas de culantro (o cilantro) tan finas como escarcha. Tenía el color del bedelio, un blanco aperlado. El pueblo podía cocinarlo como grano (molerlo en piedras de molino o machacarlo en un mortero y luego cocerlo en sartenes o hacer pasteles). Su sabor era como de aceite nuevo o como de hojuelas de miel (Números 11:8; Éxodo 16:31). Era un alimento totalmente balanceado, nutritivo y bueno para mantenerlos vivos y saludables.
Cuando nosotros probamos por primera vez de la Palabra de Dios, también decimos: ¿Qué es esto? ¿Cómo se come? Pero, a través de los años vemos que esas palabras cobran cada vez más sentido y por medio de ellas vamos creciendo espiritualmente en conocimiento y gracia.
Cuando Jesús les enseñó a orar a sus discípulos “…el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, parecía estar haciendo una referencia directa a la provisión de maná (Mateo 6:11). El pan que se consumía en los días de Jesús era un pan muy saludable. Eran panes densos, integrales, muy oscuros y pesados; hechos de granos enteros. El pan tenía además una gran concentración de aceites naturales polinsaturados. Así como el maná que caía del cielo en el desierto después de un día criaba gusanos y apestaba (excepto el sábado), el pan integral del tiempo de Jesús seguramente debía de consumirse el mismo día para que no se volviera mohoso o rancio. Comer el pan a diario era una gran ayuda para tener una vida saludable.
La analogía para nosotros es clara. Así como el pan que Dios hizo caer del cielo en el desierto ayudó a que el pueblo se mantuviera físicamente sano y fuerte por largo tiempo, nosotros podemos hoy mantenernos espiritualmente fuertes y saludables si tomamos del verdadero pan que descendió del cielo, la Palabra de Dios.
Si diariamente comemos de las divinas palabras que salen del aliento de Dios (2 Timoteo 3:16), también podremos mantenernos vivos, saludables y nutridos espiritualmente.
La lección importante para nosotros es que el pan debe consumirse a diario. Leer nuestra Biblia es algo que debemos integrar a nuestra vida de la misma forma en que comemos diariamente el pan. Así como diariamente necesitamos del alimento físico también necesitamos del alimento espiritual; y tal vez resulte más indispensable tener salud espiritual.
Ésta es la lección que Jesucristo nos enseña justo antes de iniciar su ministerio. Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Satanás inmediatamente trató de aprovecharse de su debilidad física tentándolo con las cosas materiales que necesitaba y más hubiera deseado en ese momento: el pan para el sustento físico. Sin embargo, cuando Satanás le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”, Jesús respondió citando directamente del libro de la ley en Deuteronomio 8:3, y dijo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:1-4).
La declaración de Jesucristo a Satanás fue una cita de la ley en la que Moisés recordó a los israelitas por qué Dios les había dado el maná. La tentación de Satanás estaba dirigida a la necesidad física más inmediata de Jesús: el alimento para su supervivencia física. Pero la respuesta de Jesús se enfocó en la más básica de las preguntas espirituales: ¿preferiría vivir según sus impulsos y necesidades naturales o de acuerdo a principios espirituales?
Jesús nos mostró y nos enseña hasta el día de hoy que el pan (el que nutre las necesidades físicas) es vital para mantener el cuerpo vivo por un tiempo limitado; pero el pan del cielo (el que nutre el espíritu y las necesidades espirituales) es más importante, porque nos mantendrá vivos para toda la eternidad.
Durante los días de panes ázimos Dios nos vuelve a recordar que comer el pan consistente—sin aire, sin relleno, sin los espacios vacíos que son creados por la levadura (que representa el pecado)—es vital; nos recuerda que ese pan sin levadura representa su Palabra, y ésta nos mantendrá vivos para siempre.
Tengamos pues en mente que “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
— Por Lauro Roybal