En la introducción de la primera parte de este artículo (De Común Acuerdo, febrero, 2012), se plantearon dos preguntas sobre la historia de la Biblia: 1. ¿cómo podemos saber la extensión exacta de los libros inspirados que conforman las Sagradas Escrituras? Y 2. ¿se han podido transmitir fielmente los libros de la Biblia tal como fueron escritos por sus autores?
La primera interrogante se enfocó abarcando tópicos que ayudan a explicar la historia del canon bíblico y las circunstancias que hicieron que la colección de libros que conforman nuestra Biblia llegara a ser los 66 que tenemos hoy.
Debido a que para responder a la segunda pregunta debemos explicar varios tópicos , este artículo se extenderá a una tercera parte. En la presente sección hablaremos sobre el origen de las variantes o errores tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento. Para finalizar, en el próximo artículo describiremos los principales manuscritos, enfocándonos particularmente en el estudio de la transmisión del texto bíblico, revisando bajo qué condiciones ha llegado a nosotros el texto.
Si establecemos una cronología de la historia de la Biblia, la secuencia podría ser de la siguiente forma: 1) Dios inspiró a sus siervos (ministros) para escribir los libros de la Biblia y estos hombres escribieron los textos conocidos como autógrafos; 2) se realizaron copias de los autógrafos para que pudieran circular en otras sinagogas o iglesias; 3) posteriormente se transcribieron copias de las copias y así por cientos o miles de años. La pregunta razonable que se desprende de esta cronología es: ¿pudo haber existido algún tipo de error en esos cientos de años de copias tras copias?
Sin duda los textos originales de la Biblia no contienen errores porque fueron ordenados e inspirados por Dios, pero lamentablemente no podemos decir lo mismo de las copias que se hicieron posteriormente o de las traducciones que se han hecho de éstas. Los orígenes de estos errores (también conocidos como variantes) se deben principalmente a que las copias debían ser transcritas a mano y como bien menciona Neil Lightfoot en su libro Comprendamos cómo se formó la Biblia: “ninguna mano es tan exacta ni ningún ojo es tan agudo para evitar la posibilidad de un error”. Aunque existen “variantes” en ambos testamentos sus “orígenes” provienen de diferentes caminos.
Variantes en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento los encargados de copiar o transcribir las Escrituras lo hacían en forma manual, a través de la copia directa del manuscrito. Dependiendo de la época, estos copistas fueron llamados Escribas, Soferines y Masoretas. La característica común de éstos era el alto grado de santidad que otorgaban a las Sagradas Escrituras, ya que entendían que éstas provenían de Dios y por ello debían ser consideradas sagradas y santas. Ya en la preparación misma para el copiado debían cumplir con una serie de requisitos: la piel y la tinta en la que se escribía debían tener características especiales, durante el copiado no se podía anotar nada de memoria sin que hubieran visto el manuscrito original.
Incluso idearon métodos matemáticos para evitar errores, calculando el verso en medio de los Salmos y de la TANAK. Además, calculaban el verso, la palabra y la letra en medio del Pentateuco.
Si durante el copiado existían varios errores, el manuscrito debía ser descartado. Una vez que las Escrituras cumplían su periodo de utilización (principalmente por desgaste) eran llevadas a una sepultura ceremonial con el propósito de impedir el uso inapropiado del material donde había estado el nombre sagrado de Dios. Esta costumbre tuvo como consecuencia la reducción en forma drástica de los manuscritos que se preservan hasta hoy, especialmente si se comparan con los manuscritos del Nuevo Testamento (5.300 aproximadamente).
Aunque parezca paradójico, esta “altísima” reverencia (en algunos textos definida como supersticiosa) hacia el nombre de Dios fue la responsable de las principales “variantes” o “errores” que se traspasaron al texto actual. Los Soferines, por temor a blasfemar si nombraban el nombre de Dios, reemplazaron el nombre propio YHWH por el título Adonay (Señor).
También se realizaron cambios para evitar antropomorfismos que atribuían características humanas a Dios que se suponían “ofensivas”. Por ejemplo, en Génesis 18:22 el texto sin corrección dice “pero YHWH estaba aún delante de Abraham”, el verbo utilizado en este caso denota mantenerse de pie en la actitud del siervo, lo que se consideró indigno para referirse a Dios y fue cambiado a “Abraham permaneció delante de YHWH”. En Job 32:3 el texto sin corrección dice “habían dejado a Dios por culpable” fue cambiado por “habían dejado a Job por culpable”. Aunque estas variantes son “mínimas” comparadas con la rigurosidad de los escribas, es conveniente saber que existen y debemos tenerlas en cuenta.
Una gran evidencia sobre la consistencia de la transmisión del texto hebreo lo constituye su “invariabilidad” a lo largo de cerca de 900 años de transcripción. Antes de 1947 los manuscritos más antiguos de la Biblia Hebrea databan del siglo X y XI (Códice de Alepo y Códice de Leningrado), lo que significaba una brecha de cerca de 1500 años entre éstos y el último autógrafo (el libro de Malaquías fue escrito entre el 430-420 a.C.).
Sin embargo, en 1947 se realizó un gran descubrimiento conocido como “Los rollos del mar muerto” o “Los rollos de Qumram”. En marzo de 1947, en las escarpadas colinas de la zona de Qumram (trece quilómetros al sur de Jericó en la costa oeste del Mar Muerto), un joven pastor beduino buscando una cabra extraviada lanzó una piedra a una cueva y en vez de oír a la cabra, escuchó el ruido de una vasija. Al bajar a investigar se encontró con varias jarras de gran tamaño que contenían rollos de pieles (pergaminos) envueltos en tela de lino.
Después de deambular, en 1948 estos pergaminos llegaron a manos de eruditos en Belén, quienes anunciaron el descubrimiento de los manuscritos más antiguos de la Biblia hebrea. En este grupo de siete pergaminos se encontraba en forma completa el “rollo de Isaías” (la copia más antigua de un libro del Antiguo Testamento jamás encontrada). El resto de los pergaminos correspondían a literatura religiosa de la secta judía llamada de los Esenios. Posterior a estos descubrimientos se iniciaron numerosas campañas de excavación, encontrando cerca de 200 pergaminos o porciones de ellos de diferentes libros del Antiguo Testamento.
Lo que es conveniente resaltar de esta historia es que los manuscritos encontrados están fechados entre el siglo II a.C. y el I d.C. lo que muestra una diferencia de 900 años entre ellos y la copia más antigua del Antiguo Testamento existente hasta ese entonces, y pese a la brecha temporal entre ambos, la diferencia textual entre ellos es casi inexistente, resaltando nuevamente la labor detallada de los escribas hebreos.
Variantes en el Nuevo Testamento
Los manuscritos del Nuevo Testamento también eran copiados en forma manual, pero además de la transcripción directa desde el manuscrito, también podían hacerse dictados durante los cuales uno o varios escribían mientras una persona leía el manuscrito desde una banca. A pesar de existir más de 5000 manuscritos griegos, no existen dos iguales. Estas divergencias se deben principalmente a la dificultad de la escritura griega y a que no existieron las salvaguardas que tomaron los escribas hebreos. Desde el análisis de los textos se han identificado dos tipos de errores:
1) Errores no intencionales:
a) Errores de ojo. En los manuscritos griegos más antiguos no existen capítulos ni versículos y tampoco existe separación entre oraciones, ni hay división entre las palabras. Un ejemplo muy ilustrativo fue tomado del libro de Ralph Earle (Cómo nos llegó la Biblia) y es: TUSOBRAS, PUESTOQUE, estas frases podrían leerse de la siguiente forma: “Tu sobras” o “Tus obras”; y, “Pues, toque” o bien, “Puesto que”. Este tipo de dificultad se veía aumentada a medida que crecían las oraciones.
Por ejemplo:
PUESTOQUEYAMUCHOSHANTRATADODEPONERENORDENLAHISTORIADELASCOSASQUEENTRENOSOTROSHANSIDOCIERTISIMAS.
También podían existir errores de pasar por alto alguna línea cuando dos líneas consecutivas comenzaban o terminaban con la misma palabra.
b) Errores de oído. Esto ocurría cuando se copiaba mediante un dictado y se confundían palabras de pronunciación similar pero con diferente significado (homófonos). Como ejemplo se puede citar una variante en Apocalipsis 1:5 “…nos lavó de nuestros pecados…” (RV 1960) y “…nos libertó de nuestros pecados…” (BTX). La diferencia entre lavó (lousanti) y libertó (lusanti) es una letra y las dos palabras suenan parecidas.
Estos tipos de alteraciones, aunque pueden ser muchas son de poca importancia textual o de fácil reconocimiento debido al gran número de manuscritos.
2) Errores intencionales:
Estos tipos de errores presentan mayor complejidad para los expertos. En estos casos el escriba intenta “corregir” lo que parece ser un error en el texto o “aclarar” un párrafo que puede parecer confuso. Esto es aun más delicado cuando existen cambios para producir una armonía doctrinal. El ejemplo más notorio de este tipo de incorporaciones se encuentra en la segunda parte de 1 Juan 5:7, “…el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno”, y en la primera parte de 1 Juan 5:8, “Y tres son los que dan testimonio en la tierra…”.
Ambos textos sólo aparecen en dos manuscritos tardíos del siglo XIV y XV. Se especula que esta inserción fue un intento para fortalecer el concepto teológico de la Trinidad, el cual se debatía en esa época. Pese a que toda la evidencia apunta a que éstos son versículos apócrifos, se siguen incorporando en la mayoría de las ediciones de la Reina Valera de 1960 y 1995, sin anotaciones al margen sobre su procedencia. Por el contrario, las versiones que no se basan en el Textus Receptus (tratado en la III parte de este artículo), como La Biblia Textual (BTX) y la Nueva Versión Internacional (NVI) no lo incluyen.
Debido a estas divergencias o cantidad de variantes, particularmente las presentadas en los manuscritos del Nuevo Testamento, surge la Critica Textual como la ciencia bíblica que busca restaurar o acercarse lo más posible a las palabras originales de los autógrafos, comparando y contrastando las numerosas copias existentes, considerando su antigüedad y procedencia. Éste es un tema fascinante y de mucha ayuda para entender la procedencia de las distintas versiones de la Biblia, por esta razón el tema será tratado nuevamente en un próximo número de De Común Acuerdo.
Materiales de escritura de los manuscritos
En la Biblia se mencionan diversos materiales usados para la escritura, entre ellos: piedra (Deuteronomio 27:2,3), arcilla (Jeremías 32:14), madera con cera (Ezequiel 37:16,17) y metal (Éxodo 28:36).
Se cree que el material más usado en el tiempo en el que se escribieron los autógrafos y copias tempranas fue el papiro. Este material proviene de la planta del mismo nombre, originario de Egipto, Siria y Palestina. El papiro se elaboraba cortando láminas y entretejiéndolas de forma horizontal y vertical, pegándolas mediante su goma natural y aplicando presión hasta obtener un tamaño parecido a nuestra hoja de imprimir. Estas hojas se unían para formar un rollo cuyo tamaño promedio generalmente era de diez metros de largo (longitud del libro de Lucas).
El uso del papiro como material de escritura ya estaba en práctica entre los egipcios desde el 3000 a.C. y se extendió como material universal hasta la época post-apostólica. De hecho, la palabra biblos era un término griego para referirse al papiro. No hay duda de que los autógrafos del Nuevo Testamento fueron escritos en papiro. Por ejemplo, en 2 Juan 12 la palabra “papel” se refiere a papiro.
A fines de la era apostólica comenzó la práctica de encuadernar las hojas de papiro formando un libro como los de hoy en día, conocido como códex o códice. Pese al uso extendido del papiro, su fragilidad presentaba un gran inconveniente, ya que su vida útil se calcula en 10 años. Dicha vida útil podría haber sido reducida por el uso y el traslado de iglesia a iglesia (las cartas apostólicas eran copiadas y reenviadas). Debido a esta fragilidad, los autógrafos podrían haber desaparecido en el transcurso máximo de un par de décadas.
Poco a poco, dada su resistencia y durabilidad, el pergamino o vitela (cuero tratado para servir como superficie de escritura) fue reemplazando al papiro, aunque su uso se masificó en el siglo II a.C. Existen registros de que este material ya era usado en los tiempos apostólicos para las copias del Antiguo Testamento (2 Timoteo 4:13).
Los principales manuscritos de ambos testamentos, preservados hasta hoy, son de pergamino, aunque en las últimas décadas se han descubierto papiros de gran importancia para el Nuevo Testamento (los más antiguos conocidos) que fueron preservados gracias a las condiciones climáticas propias del desierto.
— Por Sergio Arriagada