En el mundo existe confusión acerca de lo que significa ser santo. Existen muchas imágenes de personajes fallecidos y supuestamente santos que las personas cuelgan en sus paredes y que son objeto de adoración. Las personas fabrican estos supuestos santos de madera, de piedra, de yeso o de otros materiales más costosos y los tienen en alta estima.
En la Biblia, Dios prohíbe que tengamos en nuestra casa esas imágenes y que las adoremos, pero también prohíbe que llamemos santo a aquello que no lo es. Pero, ¿existen, desde el punto de vista de la Biblia personas, lugares o tiempos santos?
Si. La Palabra de Dios afirma que existen personas, lugares y tiempos santos, porque son apartados por Dios para un propósito especial. En otras palabras, una persona es santa, un lugar es santo y un tiempo es santo debido a la presencia especial de Dios. Él es el único que puede hacer santo a algo o a alguien por medio de su presencia.
Hay lugares que son santos
Primero, analicemos cómo un lugar puede llegar a ser santo. Moisés el patriarca, creció y fue educado en el palacio de Faraón de Egipto durante los primeros cuarenta años de su vida. Pero Dios tenía un propósito muy grande para Moisés y con el fin de prepararlo para ese propósito el Creador permitió que Moisés se fuera al desierto de Madián durante los siguientes cuarenta años de su vida. Durante estos años en el desierto, Dios probó a Moisés de formas extrañas y difíciles.
Al final de estos cuarenta años de prueba, el patriarca ya no era el mismo personaje que salió del palacio de Faraón cuarenta años atrás. Por medio de esta prueba, Moisés llegó a ser el hombre más humilde de la tierra en aquel entonces. Ahora el patriarca estaba preparado para ser utilizado por Dios poderosamente.
Fue así como al final de los cuarenta años en el desierto de Madián, estando Moisés pastoreando las ovejas de su suegro Jetro, llegó al monte Sinaí. Ahí el Verbo mismo—quien llegó a ser Jesucristo—se le apareció personalmente y veamos lo que le dijo:
“Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel del Eterno en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo el Eterno que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Éxodo 3:1-6).
La presencia personal de Dios—en este caso el Verbo—era lo que hacía santo aquel lugar. Aun en la actualidad, el lugar o los lugares en donde esté la presencia del Dios Verdadero es santo.
Hay personas que son santas
En segundo lugar, la Palabra de Dios afirma que existen personas que son santas debido a la presencia de Dios, por medio del Espíritu que mora en la persona. Obviamente existen requisitos para recibir el Espíritu Santo. Dichos requisitos se describen también en la Biblia en forma clara, como en las siguientes escrituras: Hechos 2:38, Hechos 5:32.
Tenemos que aclarar aquí que el Espíritu Santo no es un ser independiente dentro de la deidad. El Espíritu Santo es el poder de Dios, es el carácter de Dios, es la mente de Dios, es la esencia de Dios y es la naturaleza de Dios.
En palabras más concretas, el Espíritu de Dios es como la “genética de Dios”. Por ejemplo: mi esposa y yo tenemos dos hijos maravillosos que comparten nuestro ADN. De la misma manera, Dios comparte su “ADN espiritual” con ciertos seres humanos cuando pone en ellos su Espíritu Santo y en tal caso esa persona es santa no solamente por la presencia del Espíritu, sino porque también su comportamiento es conforme a los mandamientos del Creador. Veamos un ejemplo:
“Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tito 1:7-9).
Las personas en quienes mora el Espíritu de Dios son tan especiales para el Creador que aun los hijos de estas personas son consideradas santas por Él. Estos hijos no están cortados en su relación con Dios, pero tampoco tienen el Espíritu Santo dentro de ellos, más bien Dios los hace santos por medio de su Espíritu “con” ellos, hasta que ellos mismos tomen la decisión de cumplir con los requisitos para tener el Espíritu Santo dentro de ellos (1 Corintios 7:13-14, Juan 14:17).
También hay tiempos que son santos
Finalmente debo decir que existen determinados días que son santos debido también a la presencia especial de Dios.
Es muy claro en la Biblia que no todos los días de la semana son santos. Por otro lado, el hecho de que alguien haya nacido o haya muerto en determinado día no hace que ese día sea santo. Tampoco ha dicho Dios en su Palabra que existe “una semana santa” en los días en que el calendario romano lo dice. Mucho menos que el primer día de la semana es santo. Y menos aún dice la Biblia que el día en que supuestamente nació Jesucristo es santo. Tampoco dice la Escritura que el día en que nacieron o murieron los apóstoles son santos.
Si realmente creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, entonces no tenemos otra alternativa que creer que existen determinados días que son santos desde el punto de vista de Dios; y estos días casi en ningún caso coinciden con los días supuestamente santos en los que nuestra sociedad cree.
El Creador de todas las cosas ha establecido un día de cada semana y siete días más en el año a los cuales Él mismo ha santificado con su presencia. Esos días santificados por Dios no son para llevar a cabo nuestros planes, ni nuestros negocios, ni nuestros trabajos y ni siquiera para nuestros pensamientos. Estos días que Dios ha determinado como santos son para adorar a nuestro Creador en todo lo que hacemos. En otras palabras, estos son días para dedicarlos a Dios.
Vale la pena estudiar detenidamente el capítulo 23 del libro de Levítico. En este capítulo revelador, Dios menciona sus días santificados debido a su presencia especial: los sábados de cada semana, la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura, el Día de Pentecostés, el Día de las Trompetas, el Día de Expiación, la Fiesta de los Tabernáculos y finalmente el “Octavo día de la Fiesta”, o el “Último Gran Día”.
Notemos lo que Dios dice en relación a estos días especiales y santos para Él: “Estas son las fiestas solemnes de Jehová, a las que convocaréis santas reuniones, para ofrecer ofrenda encendida a Jehová, holocausto y ofrenda, sacrificio y libaciones, cada cosa en su tiempo, además de los días de reposo del Eterno, de vuestros dones, de todos vuestros votos, y de todas vuestras ofrendas voluntarias que acostumbráis dar a Jehová” (Levítico 23:37-38).
¿Qué vamos a hacer al comprender esto?
Dentro de poco tiempo estaremos celebrando la tercera y última temporada de las fiestas santas en la que se incluyen las últimas cuatro fiestas de Dios. El pueblo de Dios que quiere hacer la voluntad del Creador debe esforzarse al máximo por guardar estos días ordenados y santificados por Dios.
Debemos recordar que los seres humanos no somos salvos por las obras que hagamos, pero fuimos creados para hacer buenas obras (Efesios 2:10). Estas obras tienen que ver con la obediencia a los mandamientos de Dios.
Los cristianos verdaderos, quienes quieren hacer la voluntad de Dios, deben guardar las fiestas santas aplicando su máximo esfuerzo. Cristo guardó estos días especiales no porque era judío, sino porque era el Creador mismo de las fiestas santas, las cuales Él creó para nuestro beneficio eterno. Por esa razón, Cristo no escatimó esfuerzos ni dedicación para guardar Él mismo dichas fiestas, aun con el peligro de morir.
Veamos lo que nuestro Creador en la carne hizo: “Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle. Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos… Y habiéndoles dicho esto, se quedó en Galilea. Pero después que sus hermanos habían subido, entonces él también subió a la fiesta, no abiertamente, sino como en secreto” (Juan 7:1-2, 10).
La Fiesta de los Tabernáculos—y por ende el resto de las fiestas—era tan importante a los ojos de nuestro Creador en la carne que arriesgó su propia vida para ir al lugar escogido por Dios para guardar dicha fiesta.
¿Seremos nosotros capaces de hacer lo mismo? En el tiempo actual, aún no hemos sufrido hasta la muerte por obedecer a Dios. Nuestro Creador no nos está pidiendo todavía que arriesguemos nuestra vida por guardar sus fiestas santas, pero la enseñanza es obvia: debemos poner nuestro máximo esfuerzo y dedicación por guardar los días santos de Dios. ¿Lo haremos?
—Por Saúl Langarica