Una amiga muy querida que no es de la Iglesia y que estaba pasando por una decepción me dijo: “Ahora me volveré mala y haré lo mismo que me hicieron”.
Ésta es una reacción normal para alguien que no conoce las leyes de Dios. A nosotros como hijos de Dios no nos está permitido hacer el mismo mal que otros nos hacen.
Me he dado cuenta de que frecuentemente las aflicciones vienen como consecuencia de nuestros propios pecados y errores. Otras aflicciones son provocadas por circunstancias fuera de nuestro control, como la enfermedad o la muerte. Otras más nos vienen por el mundo perverso y competitivo en donde vivimos.
Hay otras que llegan a nuestra vida por la acción de nuestro cruel enemigo Satanás, el diablo. Sea cual fuere la causa de nuestras aflicciones, debemos volcar nuestra mirada al único que nos puede librar de ellas.
Samuel le dijo al pueblo de Israel: “pero vosotros habéis desechado hoy a vuestro Dios, que os guarda de todas vuestras tribulaciones y angustias…” (1 Samuel 10:19). Samuel le estaba diciendo al pueblo escogido de aquel entonces que habían desechado a Dios y por eso estaban en tantas tribulaciones.
¿Y qué sucede con nosotros hoy? Cuando tenemos luchas, enfermedades o angustias de cualquier índole ¿nos olvidamos también de Dios, o buscamos que Él nos dé la salida a través de las herramientas que tiene disponibles en su Palabra?
Jesucristo nos dice: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Al inicio de este mismo versículo Cristo también nos dice: “Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz”. Dios nos está diciendo que aunque tengamos angustias y aflicciones, sí es posible tener paz mental y emocional.
La mente humana por sí sola no pude generar paz genuina, menos en momentos de dificultad y angustia. Dios sabía esto, por eso puso a nuestra disposición las herramientas para lograrlo cada vez que lo necesitemos. Él, como el Padre amoroso que es, espera que sus hijos acepten su ofrecimiento de ayuda.
Una promesa muy animadora para mí es la siguiente: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará el Eterno” (Salmos 34:19). Muchas, no pocas aflicciones tendríamos, dice el salmista; pero podemos ser librados de todas ellas si buscamos con diligencia a nuestro Libertador.
En la Biblia encontramos muchos ejemplos de personas fieles que fueron libradas de todo tipo de aflicciones: Ana estaba afligida por no tener hijos (1 Samuel 1:15), Job estaba agobiado por una horrible enfermedad (Job 2:7), Israel huía y empobrecía a causa de los enemigos que los odiaban, como los Madianitas y los Amalecitas (Jueces 6:1-7).
Si leemos estas historias nos daremos cuenta que cuando las personas afligidas se volvieron y clamaron a Dios en su angustia, al final de la historia fueron libertados. Nosotros también podemos ser libertados de nuestras aflicciones. Dios dice: “Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre” (Salmos 4: 11).
Ciertamente, si confiamos en Dios y le obedecemos con todas nuestras fuerzas, Él nos defenderá en nuestras aflicciones y podremos regocijarnos aun en esta vida física.
— Por Carolina Díaz
Carolina Díaz es un miembro de la Iglesia y asiste a la congregación de Talca, Chile.