Muchas veces hemos oído hablar del “pecado original” de nuestros primeros padres Adán y Eva. Hay mucha especulación en relación a cuál pudo haber sido dicho pecado. De hecho, superficialmente hablando, se ha enseñado que el pecado de nuestros primeros padres fue el haberse “comido la manzana.”
Es necesario detenerse en el relato bíblico para darnos cuenta que la Biblia no dice el tipo de fruta que Adán y Eva se comieron. Tampoco menciona el lugar exacto en donde el Jardín de Edén se encontraba. Pero lo que la Palabra de Dios sí enseña es que el pecado de nuestros primeros padres fue mucho más que solamente comer del “fruto prohibido”. El relato bíblico del Jardín de Edén en realidad nos enseña la profundidad de las reacciones de la naturaleza humana que todos nosotros llevamos dentro. Analicemos el relato a la luz de la Biblia.
El relato
Génesis 2:8-9. “Y el Eterno Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y el Eterno Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”.
Podemos ver que en el Jardín de Edén habían muchos árboles frutales, pero el énfasis se concentra en dos de ellos: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. La Biblia no dice qué tipo de árboles eran estos, porque esto es irrelevante. Estos dos árboles representaban dos opciones, dos caminos y dos formas de vivir. Lo que Dios quería hacer con Adán y Eva era darles la opción de los dos árboles para que ellos mostraran, por medio del ejercicio de su libre albedrío, el tipo de carácter que ellos querían edificar.
Si ellos escogían voluntariamente—con libre albedrío—del árbol de la vida, esto implicaría que ellos obedecerían los mandamientos de Dios y entonces recibirían las bendiciones de Dios y las transmitirían a su descendencia. Pero si escogían—también con libre albedrío—del árbol de la ciencia del bien y del mal, entonces ellos estaban decidiendo no involucrar a Dios y a sus mandamientos en sus decisiones y como consecuencia ellos y sus descendientes tendrían los resultados negativos de la desobediencia. El ejercicio de este libre albedrío implicaba que Dios no intervendría para presionar a nuestros primeros padres para que tomaran una decisión u otra.
Más tarde Dios explica de una manera más clara acerca de las dos opciones que Adán y Eva tuvieron delante de ellos y que todos nosotros tenemos también.
Los dos árboles y el libre albedrío
“Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames al Eterno tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y el Eterno tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella (el árbol de la vida). Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os protesto hoy que de cierto pereceréis (el árbol de la ciencia del bien y del mal); no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella. A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:15-19).
Dios presenta de una forma sencilla las dos opciones en la encrucijada que Adán y Eva tuvieron que enfrentar y que nosotros tenemos que enfrentar también. En este sentido el futuro de Adán y Eva estaba en sus manos dependiendo de la decisión que tomaran.
En ese mismo sentido el futuro nuestro también está en nuestras manos dependiendo de la opción que tomemos. Dios quiere—pero nunca presiona—que tomemos del árbol de la vida, que es su sistema de vida, para que podamos entrar al Reino de Dios. Ahora volvamos al relato.
Génesis 2:15-17. “Tomó, pues, el Eterno Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó el Eterno Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.
Había una completa libertad para que Adán y Eva tomaran del fruto de todos los árboles del huerto, menos uno: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero la naturaleza humana siempre quiere hacer aquello que le prohíben. La naturaleza humana no quiere reglas ni leyes ni prohibiciones, especialmente las prohibiciones de Dios. Nuestra naturaleza humana siempre quiere escoger por sí misma lo que le parece bueno o malo y rechaza que le digan lo que tiene que hacer, rechaza la corrección. Adán y Eva decidieron comer del árbol que se les dijo que no comieran, aun cuando podían comer infinidad de otros frutos.
La realidad es que solamente Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos ayuda a ser sumisos a sus propias leyes y a su corrección, y aun así tenemos que decidir nosotros obedecer lo correcto, es decir, tenemos que decidir tomar del “árbol de la vida”.
La naturaleza humana
Como dijimos, la naturaleza humana no quiere someterse a Dios. Ningún esfuerzo humano puede cambiar dicha naturaleza, pero Dios sí nos puede ayudar a cambiarla. En otras palabras, Dios nos puede ayudar a tomar las decisiones correctas, aunque igual tenemos que decidir por nosotros mismos (Romanos 8:7, Jeremías 17:9-10).
Génesis 3:1-5. “Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que el Eterno Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”.
Podemos ver que Adán y Eva minimizaron la gran astucia de la serpiente—Satanás el diablo. Nuestros padres no se detuvieron a pensar en la verdadera capacidad de manipulación de la serpiente ni razonaron que tal vez estaba equivocada. Eva se dejó llevar por sus sentidos físicos y por la vanidad. Curiosamente, Eva detectó una de las grandes mentiras de la serpiente cuando dijo: “¿Con que Dios os a dicho no comáis de todo árbol del huerto?” Eva rápidamente corrigió esta aseveración engañosa de la serpiente. ¡Pero Eva siguió escuchando a la serpiente a pesar de que se dio cuenta de la mentira! Al captar la mentira Eva debió alejarse, pero no lo hizo.
Además, la serpiente dijo una segunda mentira cuando expresó a Eva: “no moriréis”. Y aun así, Eva siguió escuchando. Luego la serpiente apeló a la vanidad de Eva al decirle: “seréis como Dios sabiendo el bien y el mal”. En este punto Eva había llegado a un punto de no retorno. Había pecado contra Dios. Eva se dejó llevar por las características físicas del “fruto”, por las emociones y por la vanidad.
Génesis 3:6. “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.
Los tres pecaron
Notemos las palabras usadas por Dios para describir las emociones experimentadas por Eva al tomar esta decisión trascendental: el fruto era “bueno para comer, agradable a los ojos y codiciable”. La otra parte triste de este relato es que Adán “comió del fruto” sin presentar ningún tipo de oposición a su esposa. Adán tomó una decisión confiando absolutamente en que su esposa estaba tomando la decisión correcta y pecó también a pesar de que ambos habían recibido las mismas instrucciones de Dios.
Adán no hizo nada para oponerse a la decisión equivocada de su esposa probablemente para evitar “pelear con su cónyuge” o para “mantener la armonía matrimonial”. Pero, ¿acaso es correcto lograr “armonía matrimonial” o “evitar peleas” a costa de una decisión trascendental?
Adán debió tener firmeza para ayudar a su esposa a no tomar una decisión equivocada y por supuesto que debió ser firme para no dejarse llevar y pecar él también. Lamentablemente, a veces es necesario ir en contra de la propia familia para hacer lo que es correcto delante de Dios (Mateo 10:35-37).
Génesis 3:11-13. “Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces el Eterno Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí”.
Una vez más vemos la naturaleza humana en su apogeo: Nadie reconoció su culpa. Adán y Eva estaban bien ante sus propios ojos. El pecado que ellos cometieron fue la culpa del otro. Menos mal que Dios no hizo la misma pregunta a la serpiente porque ella seguramente hubiera culpado al gusano, o a la cebra. Pero preguntémonos nosotros: ¿quién de los tres era el culpable del pecado?
Cada uno en lo particular era culpable por su propio pecado: la serpiente mintió y engañó. Eva comió del “fruto” basándose en sus propios sentidos y en sus propias emociones. Adán se dejó llevar y “comió” sin razonar si quizás su esposa estaba equivocada. Ante Dios los tres eran igualmente culpables y los tres tendrían las consecuencias ineludibles de su decisión. La obediencia a los mandamientos de Dios—tomar del árbol de la vida—ineludiblemente trae bendiciones (Deuteronomio 28:1-2). Por otro lado, la desobediencia a los mandamientos de Dios—tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal—también, ineludiblemente, traerá sus consecuencias (Deuteronomio 28:15).
Génesis 3:21-24. “Y el Eterno Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. Y dijo el Eterno Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó el Eterno del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”.
Adán y Eva escogieron tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir, decidieron vivir su vida sin Dios, sin sus leyes y sin sus “prohibiciones”. Como consecuencia Dios cerró la entrada al Jardín de Edén a ellos y a sus descendientes para que no tomaran del árbol de la vida en este tiempo. Todos los descendientes de Adán quedarían cortados temporalmente del acceso al Jardín de Edén. Por eso Cristo les habló por parábolas a todas las personas que le seguían, para que no entendieran, para que no vieran la verdad, para que no se arrepintieran y tuviera que perdonarlos. Al mismo tiempo, Dios decidió dar la opción de los “dos árboles” solamente a unos pocos llamados especialmente para tener la opción de entrar al Reino de Dios (Marcos 4:10-12,34).
No están perdidos para siempre
Por otro lado, Dios en su maravilloso plan hará que toda la descendencia de Adán y Eva resuciten a vida física eventualmente para darles a escoger entre “los dos árboles” y así ofrecerles la opción de ingresar al Reino de Dios.
Cuando Jesucristo se ofreció a sí mismo en sacrificio, el día de la Pascua del año 31 d.C., el velo del templo se rasgó en dos y simbólicamente fueron quitados los querubines y la espada que se revolvía y guardaba el camino del árbol de la vida. Debido a este sacrificio perfecto y debido también al arrepentimiento y bautismo de las personas que cuidadosamente Dios llamó a su camino, estas personas tienen ahora acceso al trono de Dios. Si estas personas perseveran hasta el final, escogiendo y comiendo del “árbol de la vida”, entonces, cuando suene la séptima trompeta podrán ingresar literalmente y nunca salir del maravilloso y eterno Reino de Dios (Hebreos 10:19-23).
—Por Saúl Langarica