Cuando estaba en mis últimos años en la secundaria, me pidieron que hablara en la graduación. Era una pequeña escuela al nororiente de Arkansas; pero para ese pequeño pueblo la graduación de bachillerato era un suceso importante al que asistía un gran porcentaje de los residentes locales. El gimnasio siempre estaba repleto durante ese evento.
Éste sería mi primer discurso en público ante una gran audiencia. Como estudiante de último año de secundaria, me había sido permitido participar en el Club de Oratoria de la Iglesia, pero eran pequeños grupos de entre 20 y 30 personas. La graduación de secundaria tendría una audiencia de 200 a 300 personas de la comunidad local. Me acuerdo que tuve problemas pensando en el tema, y escribí virtualmente cada palabra que iba a decir. Esto era lo opuesto de lo que me habían enseñado en el Club de Oratoria, en donde se nos animaba a ser oradores que hablaban del corazón y no leyendo un texto.
Ahora, más de 40 años después, tengo recuerdos borrosos del suceso y francamente no me acuerdo de qué hablé. Lo único que tengo en mente es que mencioné el concepto apertura y que nuestra graduación era el comienzo y no el fin del viaje.
Sé que esto era importante para mí en el momento de adquirir una educación. Mis tíos, tías y muchos de mis primos nunca terminaron la escuela secundaria. Era una comunidad agrícola y lo más importante no era obtener una educación formal sino ser un buen agricultor. Al fin y al cabo, ¿no era más importante “el sentido común” que aprender de los libros?
Como miembros de la Iglesia de los años de 1960 (y actualmente también) sentíamos que las instituciones de gran nivel intelectual eran un fracaso total. Y eso eran y eso son cuando de valores se trata. Pero estos hermanos que deciden asistir allí no van a estas instituciones buscando aprender acerca de los valores. Esos los aprendemos de la Palabra de Dios y de la Iglesia de Dios. Decidí entonces continuar mi educación en la Universidad Ambassador y nunca me arrepentí de hacerlo. Tuve otras oportunidades, aun me ofrecieron becas; pero nunca me sentí defraudado con la educación que recibí en la Universidad Ambassador.
A medida que nuestros jóvenes se gradúan de secundaria y los años básicos de universidad, espero que podamos hacerles ver la importancia de la buena educación. Como miembros de la Iglesia de Dios estamos comprometidos a servir a otros. De hecho, nuestra vida está basada en el principio de servir. Pero, además del espíritu de servir, también necesitamos conocimiento—el conocimiento que nos va a ayudar a ganarnos la vida o a comenzar una carrera y el conocimiento de cómo funciona el mundo—ciencia, matemáticas, historia, etcétera. No necesitamos aceptar los valores que el mundo está tratando de “pasarnos” para aprender estas cosas.
Quisiera felicitar a todos los que se gradúan y desearles un buen “comienzo”, un buen comienzo en una carrera o una profundización de su educación.
Más importante aun, espero que como cristianos consideren seriamente vivir una vida de servicio. También quisiera añadir una palabra de advertencia. El apóstol Pablo le escribió a Timoteo acerca de un mundo que lo rechazaría y le dijo a qué se parecería: “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:7).
La educación más valiosa nunca la van a recibir de ninguna universidad; es de la Palabra de Dios. El conocimiento sin Dios es hueco y no puede llenar el vacío espiritual que existe en la mayoría de las personas en la actualidad.
Pongan primero a Dios en su vida sin olvidar la importancia de una buena educación. Y analicen cada paso, cada logro, cada graduación, como algo que forma parte del comienzo de un camino para convertirse en mejor persona, dedicada a servir a los demás.