El Espíritu de Dios es una ayuda y consuelo en la vida de su pueblo. Pero algo más milagroso aún es cómo Dios utiliza su Santo Espíritu para llevar a cabo su plan de salvación.
¿Ha recibido usted el regalo perfecto—justo lo que necesitaba—en el momento justo? Si usted es un cristiano, un miembro del cuerpo espiritual de Cristo, la respuesta es: ¡Sí! La Palabra de Dios nos dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).
Él le ha dado a su pueblo escogido muchas dádivas. Él abrió nuestros ojos a la verdad de su Palabra. Él nos llamó de las tinieblas a la luz. Él nos ha dado arrepentimiento. Dio a su único hijo como sacrificio por el pecado. Él nos perdonó nuestros pecados y quitó la pena de la muerte eterna. Pero Él sabía que esto no era suficiente. Él sabía que nosotros, como seres humanos, no teníamos el poder para resistir la constante influencia de Satanás el diablo, y esto nos llevaría nuevamente a quedar bajo pena de muerte. Necesitábamos el poder para vivir sometidos a Dios.
El día de Pentecostés fue dado al antiguo Israel como una celebración de la cosecha temprana, la primera de las dos cosechas anuales en Palestina. Dios ha utilizado las temporadas de cosecha para hacer un esbozo de su plan de salvación para la humanidad. Él le dio a Israel siete días de fiesta anuales, y cada una de éstas tendría un futuro cumplimiento espiritual.
Esta cosecha temprana, pequeña, revela una verdad maravillosa y nos da una perspectiva única de la vida humana en nuestra época. Nos muestra que Dios no está tratando de convertir a todas las personas en este momento. En lugar de ello, Él está llamando a una “manada pequeña” (Lucas 12:32), preparándola para servir en la gran cosecha—virtualmente de toda la humanidad—durante el reinado milenial de Jesucristo y el juicio del Gran Trono Blanco (Hebreos 8:10; Apocalipsis 20:4, 12). Estos períodos son representados por la Fiesta de Tabernáculos y el Último Gran Día. La Biblia indica que en estos dos espacios en el tiempo la inmensa mayoría de todos los que han vivido alguna vez sería enseñada en la verdad de Dios y le sería ofrecida la salvación.
“Cuando llegó el día de Pentecostés”, pocos días después de que Jesucristo ascendiera a los cielos, Dios envió el Espíritu Santo a los discípulos de Cristo, en una demostración maravillosa de su poder milagroso. “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4). Aunque algunos de los patriarcas y profetas antiguos habían recibido anteriormente el Espíritu Santo a nivel individual, la nación de Israel nunca lo recibió. Pero ahora, a un nuevo cuerpo de personas se le había dado colectivamente este maravilloso don, uniéndolos con un vínculo de unidad (vea Efesios 4:1-6). En la actualidad reconocemos que este suceso es la fundación de la Iglesia de Dios del Nuevo Testamento.
Este milagro comenzó a cumplir la profecía a Israel en la que Dios dice: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27). El apóstol Pablo, al hablar a los hebreos de su generación, parafrasea la profecía de Jeremías de esta forma: “Por lo cual, éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo” (Hebreos 8:10).
No es difícil creer que el Espíritu Santo puede cambiar el comportamiento humano, dándonos el poder para resistir los fieros dardos del maligno y amar la ley de Dios. Es más profundo el descubrimiento de que por medio del Espíritu Santo en nuestras mentes, nos convertimos en los hijos engendrados de Dios.
Esta verdad está presente en todo el Nuevo Testamento, pero un par de afirmaciones de Pablo en el libro de Romanos, lo resume así: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (8:14). “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo” (8:16-17).
Sí, nos convertiremos en herederos con Cristo de todo lo que Dios le va a dar en ese día. Dios dice que Él está “llevando muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10). Pero en esta época Él ha llamado sólo a unos pocos a su Iglesia. El resto será llamado en épocas futuras. Nosotros somos la cosecha temprana, creciendo y preparándose para el cambio a hijos espirituales de Dios cuando Cristo regrese. Porque Él dice: “porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:52).
Celebremos la Fiesta de Pentecostés con gran regocijo y dando gracias a Dios por sus innumerables e inescrutables dones.
—Por Larry Salyer