Hace unas pocas semanas en Suiza, celebré el funeral de una vieja amiga, Mireille Giauque, quien murió de cáncer. Todavía recuerdo claramente cómo ella y su esposo, Jean-Samuel, me dieron la bienvenida a mí y a otros estudiantes en su casa de piedra en el campo, hace 30 años, cuando yo trataba de incrementar mi reducido francés. Desde entonces, mi esposa, familia y muchísimos otros han sido huéspedes en su hogar. Mireille dio un maravilloso ejemplo de amabilidad, gentileza, generosidad (a ella le encantaba regalar chocolate suizo) y, por encima de todo, devoción a Dios. Vamos a extrañarla. El señor Giauque está enfrentando esta prueba con gran valor y fe.
Dios es misericordioso. El pronóstico del tiempo para el día del funeral era que iba a haber nieve y lluvia helada, pero en lugar de eso hubo un brillante cielo azul. Como dijimos en la oración final en el cementerio cubierto de nieve, el sol iluminaba el fondo de las diáfanas montañas blancas en las que a ella le encantaba caminar. Había paz y consuelo en medio del dolor de la pérdida. Mireille ha corrido fielmente la carrera y ahora duerme, esperando la resurrección de los santos.
Estos momentos de pérdida deberían ser también momentos de reflexión. La Biblia nos anima a meditar en nuestra mortalidad y en la brevedad de la vida como una forma de obtener sabiduría acerca de cómo deberíamos vivir. En el Salmo 90, Moisés reflexiona acerca de la diferencia entre el Dios eterno y los seres humanos mortales. Él le pidió a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (v. 12). En verdad es sabio recordar que tenemos un tiempo limitado en nuestro viaje. Realmente, estamos de paso.
El rey David le preguntó a Dios algo similar en el Salmo 39:4-5: “Hazme saber, Eterno, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive”. David concluyó: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti” (v. 7).
Es fácil vernos envueltos en los acontecimientos de la vida, con sus alegrías, pruebas y varias distracciones y olvidar que vivimos esta vida por una razón específica, con el fin de alcanzar varias metas. La más importante de todas es desarrollar nuestra relación con nuestro Creador y el futuro que Él nos está preparando. Nunca deben irse de nuestra mente.
El sabio Salomón registró en Eclesiastés sus conclusiones acerca de la naturaleza de la vida. Él descubrió que muchas personas malgastan su vida en lo que él definió como “vanidad de vanidades”. Actualmente tenemos más distracciones (con frecuencia una total pérdida de tiempo) disponibles que en cualquier otro momento de la historia: computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas, Internet, redes sociales, juegos irreales, cines y música, y cada día aparece otra cosa a nuestra disposición. ¿Qué hubiera dicho Salomón si pudiera ver cómo gastan el tiempo las personas en la actualidad? Probablemente diría que todo esto era un poco más de “vanidades”.
Al final, Salomón descubrió lo que en verdad vale la pena: “El fin de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13).
Jesús instruyó a sus discípulos a “buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Él explicó que si nosotros hacíamos esto, las otras cosas de la vida tendrían el lugar que merecen. Es bueno que hagamos una pausa y reflexionemos en lo que es verdaderamente importante en la vida y confirmemos que en verdad sí nos estamos concentrando en esas cosas primero que en todas las demás. Una prueba de tiempo puede ser útil. ¿En un día normal cuántos minutos invertimos en las cosas de Dios y cuántos en entretenimiento?
Cuando reflexionamos en la medida de nuestros días es algo aleccionador, pero también es animador por las promesas de Dios para el futuro. Pablo dijo en 2 Corintios 4:16-18: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque éste nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Debemos disfrutar las cosas buenas que Dios nos da en esta vida—y hay muchas—pero debemos también recordar que nuestros días están contados y no sabemos cuántos son. Tenemos que lograr cosas importantes y debemos concentrarnos en esas tareas importantes primero, utilizando al máximo cada día que Dios nos da.
—Por Joel Meeker