Nací y crecí en el centro de la ciudad de San Luis Potosí, México, en el seno de una familia muy numerosa. Gracias a los esfuerzos de mis padres nunca nos faltó alimento, pero sí, tuvimos muchas carencias, entre ellas: los juguetes.
Uno de mis sueños cuando yo tenía unos ocho o nueve años era tener una muñeca. Este sueño se desvanecía y se volvía cada vez más lejano, ya que éramos 13 hermanos y mis padres tenían prioridades más importantes que un juguete. Yo soy la novena y me siguen cuatro hermanos menores, y todos deseábamos ansiosamente juguetes.
Yo solía pararme en una juguetería que quedaba en el camino de la escuela a mi casa y me ponía a observar todos los juguetes; un día de esos, algo atrajo mi mirada en el mostrador: era una linda y hermosa muñeca de cuerda con cabellos rubios, que al darle cuerda hacía sonar una cajita de música y su cuerpecito empezaba a balancearse como si estuviera en los brazos de su madre arrullándose para dormir. Estaba hermosa, era como un bebé. Me enamoré de la muñeca. Entré a la juguetería hipnotizada y le dije a la empleada que me mostrara la muñeca. La sacó del mostrador y dándole cuerda me la prestó, la tomé en mis brazos. Le pregunté el precio y con una gran melancolía tuve que regresar la muñeca ya que era inalcanzable para mí. No podía dejar de pensar en ella. Así que regrese a casa y me fui directamente hacía donde trabajaba mi madre, era un puesto de venta de frutas.
Mi madre era y la recuerdo así, muy trabajadora; ella siempre fue comerciante de frutas, fue muy visionaria. Nunca desistió de sus propósitos, aun cuando se casó a los 14 años con mi papá, que entonces tenía 18. Siempre tenía que empujar a papá para salir adelante. Uno de sus propósitos fue darnos una carrera universitaria a cada uno de sus hijos y así fue. De los 13 hermanos, sólo dos no quisieron estudiar, por más que mi mamá les rogó, ya que siempre, siempre nos decía: “lo único que puedo dejarles como herencia es hacerlos hombres de bien y profesionales para que puedan superarse y salir adelante en esta vida tan difícil”.
Me puse enfrente de ella y le dije emocionada: “Mamá, en la juguetería vi una muñeca muy bonita. ¿Me la compras?” Ella, mirándome fijamente a los ojos, se agachó a mi altura y me dijo: “¿Así que quieres una muñeca?” “Sí”, le contesté muy emocionada pensando que me la iba a comprar. “Mira, te voy a dar más que una muñeca. Vas a vender esta caja de limones en la plazuela del mercado; a mí me pagarás sólo el costo de la caja y lo que te sobre vas y apartas la muñeca, y así sucesivamente hasta que termines de pagarla, y entonces la obtendrás”. Por el momento no entendí nada, pero le hice caso en todo. Así que caja tras caja vendida iba a abonar a la juguetería la ganancia que obtenía de cada caja. Observaba mi muñeca apartada esperando a que llegara por ella. Hasta que llegó el día tan esperado después de mucho esfuerzo y muchas cajas de limones, logré completar el costo que tenía.
Fui por ella y me la entregaron, no podía creer que ya era mía. Aún la conservo porque ahora entiendo la lección que mi madre me enseñó. Ella no podía darme tan fácilmente la muñeca, pero me enseñó a trabajar y esforzarme cada día para alcanzar una meta, un sueño. Y con ello comprarme más que una muñeca: adquirir fortaleza y carácter en mi vida. Gracias doy a mi madre y la recuerdo con añoranza, pero más agradecida estoy con mi Padre Eterno por haber resguardado a mi madre para que supiera cómo guiar a sus hijos y hacerlos hombres de bien.
Mis hermanos y yo damos gracias a Dios por habernos dado una madre tan valiosa y luchadora.
Concluyo que esforzándote y sin desfallecer puedes alcanzar el sueño más preciado de tu corazón. “Deléitate en el Eterno y Él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmo 37:4).
—Por María Yolanda Gutiérrez Robles
María Yolanda Gutiérrez Robles es miembro de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial en San Luis Potosí, México.