Aproximadamente cada tres meses visitamos las congregaciones de la Iglesia en Bolivia. En este país existen dos congregaciones: una en La Paz y otra en Santa Cruz.
En esta última visita, del 27 de junio al 1 de julio, tuve nuevamente el privilegio de visitar ambas congregaciones. El sábado estuve en La Paz, donde nos reunimos con los nueve miembros de la Iglesia y tuvimos un día muy productivo.
Ese día disfrutamos de los servicios por medio de la “sala
” a la cual los hermanos de la región ya están acostumbrados. Esta “sala” consiste en tener los servicios en vivo al mismo tiempo entre varias congregaciones de la zona.
La dirección de himnos y el sermoncillo fueron presentados desde Santa Cruz. El sermón fue presentado desde La Paz. La música especial fue presentada desde Buenos Aires y Santa Cruz. Este tipo de servicios en vivo con participación de diferentes ciudades permite la interactividad y también el entusiasmo y la unidad en toda la región.
El sábado por la noche viajé a Santa Cruz a pesar de un retraso en el vuelo. No es fácil viajar rápidamente desde La Paz, a una altura de unos 4.000 metros, hasta Santa Cruz, con una altura de menos de 500 metros sobre el nivel del mar. El cambio de presión y de clima entre ambas ciudades es bastante brusco, pero este cambio se aminora totalmente al ver a los hermanos deseosos de las visitas.
Estuve con los hermanos de Santa Cruz —23 de ellos, incluyendo niños— desde el sábado por la noche hasta el martes.
El domingo nos reunimos primeramente para almorzar un rico asado de cordero y después de ello tuvimos un estudio bíblico. El siguiente día, lunes, nos reunimos otra vez por la tarde para un estudio bíblico y después de ello cenamos todos juntos nuevamente en la casa de la familia Zagal. El martes, los miembros adultos de la congregación nos juntamos para almorzar en un restaurante y a la vez poder ver uno de los partidos de la Copa Mundial. Del restaurante viajé directamente al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a Santiago.
Es triste cada vez que tengo que despedirme de los hermanos en las congregaciones en donde no hay un ministro residente. Aunque queremos visitarlos lo máximo posible, no creo que sean suficientes para los hermanos estas visitas esporádicas. Gracias a Dios, tenemos el Internet que tanto nos ayuda en la comunicación constante.
Finalmente, no quiero dejar pasar esta oportunidad para agradecer a la familia Urquidi y a la familia Zagal por prestar sus casas para los servicios de la Iglesia. Gracias también a todos los hermanos en el área que tienen los servicios en su casa. Estoy seguro que Dios les recompensará su servicio al pueblo de Dios. A todos los hermanos dispersos de la Iglesia les agradezco muchísimo su fidelidad a Dios a pesar de su soledad. ¡Ustedes merecen nuestro respeto!
—Por Saúl Langarica