En la Biblia encontramos historias que solemos contar a los niños para captar su atención; en un libro de historias bíblicas para niños se daban varias sugerencias para “entretener” a los mismos, entre ellas las más conocidas eran “La Creación”, “El Diluvio y el Arca de Noé”, “David y Goliat”, “Daniel y sus Amigos” y “Jonás y el Gran Pez.” Ciertamente son historias que van a captar la atención de nuestros niños, pero ¿captarán nuestra atención? ¿Podemos ver las lecciones que Dios quiere transmitirnos con estas narraciones? Estas historias tienen lecciones valiosas para todos, no son solo para entretener a los niños. Veamos algunas lecciones que podemos sacar de la historia de Jonás.
Dios no tolera el pecado y a su tiempo va a intervenir para corregirlo
“Vino palabra del Eterno a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí.” (Jonás 1:1-2)
Dios es paciente, pero en su momento va a tomar medidas para corregir la maldad, lo ha hecho en el pasado en muchas ocasiones; una de ellas la encontramos en el libro de Génesis: “Y vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió el Eterno de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo el Eterno: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (Génesis 6:5-7); lo hará en el futuro: “Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades.” (Apocalipsis 18:4-5).
Quizás podemos pensar que debido a que Dios no interviene inmediatamente para corregir, el pecado no le importa, o no es algo serio para Él. No confundamos paciencia con consentimiento. La historia de David nos muestra que Dios sí va a intervenir para corregirnos, el hecho de que no lo haga inmediatamente, al instante, no implica que esté de acuerdo o que no le importe. David cometió una maldad, adulteró con Betsabé, planificó la muerte de su esposo Urías y al quedar ella viuda, David la llevó a vivir con él. Quizás pensó que todo estaba arreglado siendo ella viuda, pero Dios intervino en su momento para corregir esto. Dios envió al profeta Natán para hacerle saber a David que él no tolera el pecado, que no lo acepta, que sí es importante corregir la maldad. Esta historia la encontramos en el capítulo 12 del segundo libro de Samuel.
Otro ejemplo lo tenemos con Nabucodonosor. Él tuvo un sueño que lo turbó y nadie lo pudo interpretar excepto Daniel, el mensaje fue: “Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere…Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad.” (Daniel 4:25, 27). Como no se cumplió inmediatamente el sueño, ¿qué hizo Nabucodonosor? Nada. Quizá, después de un tiempo, hasta se olvidó del sueño, pero, “Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor…” (Daniel 4:29-33)
Necesitamos desarrollar un sentido de urgencia en cuanto a detectar y sacar el pecado de nuestra vida. Dios inspiró a Pedro a darnos la siguiente exhortación: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación…” (2 Pedro 3:13-15).
No podemos ocultarnos de Dios
“Y Jonás se levantó para huir de la presencia del Eterno a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Eterno” (Jonás 1:3).
Muchas veces pensamos que podemos escondernos de Dios; estar dentro de cuatro paredes y bajo un techo o en oscuridad nos da una falsa sensación de seguridad, de privacidad y de que lo que hagamos no será visto o no se sabrá; “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20) Tal vez eso sea verdad en cuanto a otros seres humanos, pero no ante Dios. “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aún allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz” (Salmos 139:7-12).
Nuestro pecado también afecta a otros
“Pero el Eterno hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave…Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia del Eterno, pues él se lo había declarado” (Jonás 1:4,10).
Vemos cómo estas personas fueron puestas en riesgo por la desobediencia de Jonás. En muchas ocasiones pensamos que nuestro pecado es algo que nos corresponde sólo a nosotros pero entendamos que no somos una isla, es cierto que cada uno de nosotros rendirá cuentas en forma personal por su pecado; “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Lo que a veces no tenemos en cuenta es que nuestro pecado va a tener un efecto en otras personas. Nuestra familia va a sufrir, nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestros padres, la congregación. En la historia de David vemos lo que Dios dijo: “Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer. Así ha dicho el Eterno: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol” (2 Samuel 12:10-12).
Nuestro pecado puede ser un motivo de desaliento para alguien que esté intentando acercarse a Dios. “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2:21-24). Dios espera que seamos la luz del mundo (Mateo 5:14) y no causa de tropiezo.
El arrepentimiento nos vuelve a la vida
“Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida. Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza… Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jonás 3:4-6, 10).
Dios es un padre de misericordia, está esperando nuestro arrepentimiento para volvernos a la vida. En el caso de Nínive, vio su arrepentimiento y les preservó la vida física en ese tiempo, para nosotros es mucho más importante porque se trata de nuestra vida espiritual, eterna, no la física. La solución es la misma, arrepentirnos, aceptar y confesar nuestro pecado ante Él; pedir su perdón. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). También 1 Juan 2:1-2 dice “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”
Algo que sí es necesario tener en cuenta es que el verdadero arrepentimiento no borrará automáticamente las consecuencias de nuestro pecado. Hay una ley que Dios ha puesto en marcha y la vemos expresada en Gálatas 6:7, “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”
David se arrepintió sinceramente pero pagó la consecuencia de su pecado (2 Samuel 12:13-14).
El amor y misericordia que Dios tiene por nosotros es algo que todavía está mucho más allá de nuestro entendimiento
“Y preparó el Eterno Dios una calabacera, la cual creció sobre Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza, y le librase de su malestar; y Jonás se alegró grandemente por la calabacera. Pero al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. Y aconteció que al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hirió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte, diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida. Entonces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte. Y dijo el Eterno: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (Jonás 4:6-11).
Jonás estaba muy enojado, ¿las razones? Quizá estaba pensando en su reputación, él había estado afirmando que Nínive iba a ser destruida y ahora eso no iba a suceder. ¿Qué pensaría la gente de él? Jonás sale de la ciudad y se pone a observar para ver si es que era destruida, no podía entender que el amor de Dios alcanzaba también a aquellas personas que no eran parte del pueblo escogido de Dios en ese tiempo (tendrán su oportunidad en el futuro). Cuidémonos de no tener un enfoque auto justo frente a personas que todavía no han recibido su oportunidad de salvación. Dios también los ama, y tendrán su oportunidad a su tiempo. Jesucristo también murió por ellos. Nuestro Padre envió a su Hijo para ser sacrificado también por ellos; “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
No es nuestra responsabilidad juzgar en forma condenatoria a nadie, hacer eso es asumir una prerrogativa que es de Dios: “¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Romanos 14:4). Santiago 4:12 dice: “Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?”
Acerquémonos profundamente agradecidos a Dios por el amor y misericordia que tiene hacia nosotros al habernos llamado en este tiempo y esperemos con alegría el día en que esta oportunidad se dé para toda la humanidad.
Éstas son sólo algunas de las lecciones que por el espacio, quería presentar y les dejo con la pregunta: ¿qué otras lecciones puede usted sacar de esta fascinante historia? Tengamos siempre presente que esta narración no es únicamente para entretener a nuestros niños, sino, parafraseando a Pablo, para dejarnos lecciones importantes para quienes hemos alcanzado el fin de los siglos.
—Por Manuel Quijano