Alguno de nosotros tal vez respondería la pregunta de arriba diciendo: “para hacernos más humildes”. Pero en realidad es sólo un recordatorio anual de que debemos tener la actitud de servicio hacia los demás. Como Cristo hizo cuando peregrinó en la Tierra también nosotros debemos peregrinar.
En tiempos antiguos se acostumbraba lavar los pies como muestra de bienvenida y hospitalidad a la persona cuando llegaba y cuando iban a comer, pues calzaban sandalias y los caminos eran polvorientos. En un hogar promedio, el anfitrión ponía un recipiente con agua a disposición del visitante para que se lavara los pies. En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada tenía sirvientes que lo hacían, pues se consideraba una tarea servil. También recibían al visitante con un beso o untaban aceite en su cabeza.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra y visitó a Simón el fariseo, éste no tuvo ningún gesto de hospitalidad. Fue por ello que cuando una pecadora derramó sus lágrimas en los pies de Jesús, los enjugó con su cabello, los besó y los untó con aceite perfumado, Jesús le echó en cara a Simón su desatención. Luego dijo a la mujer: “tus pecados te son perdonados” (Lucas 7:36-48).
La noche antes de morir, Jesús lavó los pies de sus discípulos para enseñarles una lección y dejarles un ejemplo (Juan 13:4-15). Después de que Jesús les lavó los pies, los apóstoles tuvieron una acalorada discusión sobre quién sería el mayor (Lucas 22:24-27); no obstante, no olvidarían lo que Jesús había hecho.
Ninguno de los apóstoles se prestó para realizar la servil tarea en beneficio de los demás. Cristo les demostró cuál es la actitud de un verdadero siervo de Dios, y Él sabía que su Padre había puesto todas las cosas en sus manos. “Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Juan 13:3-5).
Consideremos esto: ¡cuánto poder! ¡Cuánta autoridad y dominio eterno! ¿Acaso nosotros serviríamos a los demás si estuviéramos en una posición de autoridad semejante?
Los discípulos estaban en una actitud arrogante de competencia, discutiendo quién sería mayor en el Reino de Dios. Nada cambió en sus mentes ni en sus corazones después del ejemplo que Cristo les dio al lavarles los pies. Pedro, sabiendo que lavar los pies correspondía a un esclavo, no quería permitir que se lo hiciera Aquél que él reconocía como su Maestro y Señor. ¡Qué vergüenza! Pero Jesús sabía que lo que Él haría en aquella última Pascua, sus discípulos lo entenderían hasta después de su resurrección: “Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:6-7).
Jesucristo, nuestro Señor y Maestro, les demostró a sus discípulos y a nosotros nos dejó también una enorme enseñanza: que cada uno debe servir a los demás con un espíritu humilde; buscar maneras prácticas de demostrar amor a los demás para su bienestar y no el nuestro.
“Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:12-17).
Lavarnos los pies unos a otros durante la ceremonia de la Pascua es un mandamiento y un recordatorio de que a nosotros también se nos está ofreciendo una posición importante en el Reino de Dios y tendremos el poder para ejercerla. Debemos aprender y esforzarnos ahora para desarrollar la actitud de servicio, este vital rasgo de carácter que estuvo también en la mente y corazón de nuestro Señor.
Jesucristo no instituyó el nuevo ritual en cualquier fiesta; lo puso en la primera y más sobria de todas: la Pascua. ¿Acaso lavarnos los pies nos hará más humildes? La respuesta es ¡no! El solo hecho de lavarnos los pies una noche al año no cambia nuestra actitud como por arte de magia. La humildad es cuestión del corazón. Emana de un corazón convertido y sumiso a Dios. El deseo de servir genuinamente a los demás es algo que sólo Dios nos puede dar. Él nos dejó el ejemplo. Nos mostró que es algo que debemos hacer si deseamos estar en el Reino de Dios bajo su autoridad. A nosotros nos toca —antes, durante y después de tomar la Pascua— pedirle en oración que nos ayude a vencer nuestra naturaleza humana y cambiar nuestro corazón engañoso (Jeremías 17:9).
Tengamos en mente el riesgo en que incurrimos. Si al lavarnos los pies no recordamos que debemos esforzarnos en servirnos con humildad y limpio corazón, así como Jesús le dijo a Pedro, podría decirnos también a nosotros: “no tendrás parte conmigo”.
Meditemos en esto antes de tomar la Pascua.
—Por Lauro Roybal