Según el Enuma Elish, que significa “cuando en lo alto”, que es el mito babilónico acerca de la creación del mundo, los babilonios creían que las estrellas y los planetas eran señales de los dioses más poderosos y, en algunos casos, pensaban que algunos de estos astros eran los dioses mismos.
Naturalmente, al atribuírseles una naturaleza divina a los astros y planetas, o al considerarlos símbolos de la acción y el poder divinos, los mismos se convirtieron en objetos celestes cuidadosamente estudiados y vigilados por los sacerdotes.
Conforme el tiempo fue avanzando, llegaron a anotarse y guardarse detallados registros de los movimientos y posiciones de los planetas. Estos datos, y los cálculos basados en ellos, se convirtieron en el cimiento no sólo de la astronomía, sino también de la astrología.
Al creer los babilonios y los asirios que los cuerpos celestes eran representativos de los dioses, sus posiciones y movimientos cobraron una gran significación para el desarrollo de los acontecimientos terrenales, incluyendo el curso de la vida humana.
Por estudios históricos, hallazgos arqueológicos y la Biblia misma, sabemos que alrededor del año 700 a.C. los planetas, así como el Sol y la Luna, eran cuidadosamente observados por los asirios, ya que se creía que ejercían una gran influencia sobre la vida del rey. Numerosas cartas y documentos de Estado nos cuentan de las advertencias que los sacerdotes dirigían al rey para que tomara sus precauciones y de los ritos que se llevaban a cabo para tratar de evitar los desastres vaticinados.
Augurios y adivinación en Medio Oriente
Los babilonios creían firmemente que los dioses se comunicaban con el hombre a través de una gran variedad de circunstancias y acontecimientos naturales: marcas o señales en las entrañas de un animal sacrificado; la conducta de los animales o de los humanos en las calles; la forma de un feto abortado; los dibujos trazados en el aire por el humo escapado de una lámpara de aceite y, también, por supuesto, las posiciones ocupadas por los astros y planetas en el firmamento.
Creían que todos estos hechos constituían mensajes acerca del futuro, y los llamaban augurios. El arte de buscar e interpretar estos augurios era la adivinación. Las sociedades antiguas creían que los augurios eran mensajes enviados por los dioses, en los que se revelaban acontecimientos futuros. Muchos pueblos de la antigüedad como los babilonios, asirios, egipcios, griegos y romanos, practicaron la adivinación.
Probablemente, la forma más popular de este arte, en la antigua Babilonia, era el examen de las entrañas de los animales, especialmente los corderos que eran sacrificados a los dioses. Justo antes del sacrificio, el sacerdote suplicaba a los dioses que escribieran su mensaje en las vísceras del animal. Cuando éstas eran reconocidas, toda señal extraña o poco usual era interpretada como una respuesta divina e incluso se le concedía significación a la configuración normal de los órganos del animal en cuestión.
Centenares de tablillas de arcilla han sido desenterradas en los territorios que ocuparon Babilonia y Asiria, mismas que contienen instrucciones detalladas sobre la forma en que los sacerdotes debían interpretar las marcas halladas en las entrañas de los animales sacrificados.
Esas tablillas también incluyen instrucciones para interpretar millares de otros eventos. Tales prácticas eran bien conocidas: incluso en la Biblia encontramos referencias a que el rey babilonio Nabucodonosor buscaba, en el hígado de los animales, las orientaciones y guías de los dioses para sus campañas militares contra Judea: “Porque el rey de Babilonia se ha detenido en una encrucijada, al principio de los dos caminos, para usar de adivinación; ha sacudido las saetas, consultó a sus ídolos, miró el hígado” (Ezequiel 21:21).
El origen del Zodiaco
La Enciclopedia de la Historia Mundial, de Langers, nos dice en la página 26 que los inicios de la astrología estuvieron estrechamente vinculados a la práctica de la adivinación y la magia por parte de los babilonios: “Los rasgos y características más influyentes de la religión babilónica, aparte de la mitología, fueron los elaborados sistemas de prácticas mágicas (sortilegio) y la interpretación de los augurios (adivinación), de modo particular los movimientos y posiciones de los cuerpos celestes (astrología), las acciones de los animales y las características del hígado de las víctimas sacrificadas”.
Los babilonios también fueron los inventores del Zodiaco.
Sus astrónomos dividieron el firmamento en secciones para poder conocer la hora durante la noche y también para determinar las estaciones del año. Al principio, hubo 36 secciones o áreas, que se correspondían con las diversas estrellas o constelaciones. Posteriormente el número se redujo a 12: una constelación por cada mes del año. Algunas de las constelaciones de los babilonios tenían los mismos nombres que tienen en la actualidad.
Por ejemplo, el “toro de Anu” babilonio es la constelación o signo de Tauro; “los Grandes Gemelos” son la constelación de Géminis; “el león” es Leo, y “el escorpión” es obviamente Escorpión. A otros signos, sin embargo, varios siglos más tarde los astrólogos griegos les dieron diferentes nombres. Los nombres “modernos” de los signos del Zodiaco son realmente de origen griego o latino.
La mayoría de las constelaciones del Zodiaco babilónico fueron figuras mitológicas, acerca de las cuales podemos informarnos leyendo los grandes mitos y épicas de Babilonia. Por ejemplo, el “toro de Anu” fue enviado por la diosa Ishtar a castigar al héroe Gilgamés. Los planetas y las estrellas eran considerados seres divinos: el dios Shamash era el Sol; el planeta Venus (Dilbat para los babilonios) era la “estrella” de la diosa Ishtar.
Hacia el año 450 a.C., los planetas, las estrellas y el Zodiaco estaban ya organizados en un sistema cósmico de los dioses que, según se suponía, controlaban la vida del individuo aquí en la Tierra o, por lo menos, la influían.
No es por casualidad que esa misma haya sido la época en que se produjeron los primeros horóscopos de que tenemos noticia. Estos horóscopos, escritos en los caracteres cuneiformes de los babilonios, que se han preservado en tablillas de arcilla, se formulaban al tiempo del nacimiento de la persona, al igual que se sigue haciendo hoy con los horóscopos modernos. De la misma forma en que éstos, los de aquella época también precisaban las posiciones exactas de los planetas en el Zodiaco y vaticinaban cómo influirían sobre la vida del recién nacido.
El primer horóscopo que se conoce data del año 410 a.C. Se encuentra en una tablilla que se conserva en la Universidad de Oxford y dice lo siguiente: “El mes de nisán, la noche del día decimocuarto… hijo de Shumausur, hijo de Shuma-iddina, descendiente de Deke, fue nacido. En ese momento, la Luna estaba debajo del Cuerno del Escorpión; Júpiter en Piscis; Venus en Tauro; Saturno en Cáncer; Marte en Géminis; Mercurio, que se había ocultado por última vez, continuaba invisible… las cosas serán buenas para ti” (Journal of Cuneiform Studies, [Periódico de Estudios Cuneiformes] 1952, p. 54).
Se conocen varios otros horóscopos, muy similares a éste, aparentemente de la misma época. Resulta claro, teniendo en cuenta estos testimonios históricos, que los horóscopos astrológicos, aplicados a los humanos al tiempo de su nacimiento, fueron una invención babilónica.
Alrededor del año 400 a.C., los científicos y filósofos griegos viajaban a través del mundo mediterráneo. A partir de la época de Alejandro Magno, los griegos comenzaron a aprender las creencias y la ciencia de los babilonios, egipcios, etc. Con la ayuda del sacerdote babilonio Berossus, cuyo tratado de astrología llegó a Grecia alrededor del año 250 a.C., los griegos se apropiaron del sistema babilónico de astrología y lo modificaron. Mantuvieron los nombres de algunos signos zodiacales, pero a otros les dieron nombres nuevos. Sin embargo, siempre se reconoció que las predicciones e interpretaciones astrológicas continuaban estando basadas en la mitología babilónica pagana.
En el siglo primero a.C., el historiador griego Diodoro Sículo escribió las siguientes palabras acerca de la astrología caldea: “Bajo el curso en el cual se sitúan los movimientos de los planetas, de acuerdo a ellos, 30 astros, que ellos designan como ‘dioses consejeros’; de estos, una mitad supervisa las regiones situadas encima de la Tierra, y la otra mitad, las situadas debajo, teniendo bajo su vigilancia los asuntos de la humanidad y también aquellos pertenecientes a los cielos… 12 de estos dioses, dicen ellos, poseen la máxima autoridad, y a cada uno de estos, los caldeos les asignan un mes y uno de los signos del Zodiaco, según le llaman. Y a través del ambiente de estos signos, dicen ellos, el Sol y la Luna y los cinco planetas siguen su curso…” (Diodoro, II, 30, 30).
Los astrólogos griegos modificaron mucho y “embellecieron” el sistema astrológico que habían ideado los sacerdotes caldeos a cargo de la adivinación. Los griegos organizaron los métodos astrológicos en un complejo sistema de casas, aspectos, signos y planetas con docenas —y hasta centenares— de reglas y variaciones.
El principal de los astrólogos griegos fue el astrónomo y matemático Claudio Ptolomeo, de Alejandría. Su obra astrológica Tetrabiblos se convirtió en el manual en el cual se basa toda la astrología posterior. Sin embargo, aun en esta obra “científica”, todavía aparecen importantes huellas de la mitología babilónica y griega. Notemos, por ejemplo, los comentarios de Ptolomeo acerca de la influencia del planeta Marte (en la mitología griega y romana, Marte es el dios de la guerra): “Marte… produce guerras, revueltas civiles, prisiones, esclavitud, alzamientos, la ira de los jefes y muertes súbitas que se derivan de tales hechos…” (Tetrabiblos, II, 8).
Muchas de las interpretaciones celestes de Ptolomeo parten de las creencias astronómicas —erróneas— vigentes en su época, y resulta claro que gran parte de su astrología está basada, en última instancia, en la mitología pagana, la que en muchos aspectos se remonta a los mitos y creencias de la antigua Babilonia. Más aún: el elaborado sistema astrológico concebido por Ptolomeo es la base de una gran parte de la astrología moderna.
Ante tales pruebas es innegable que la práctica de la astrología se originó en la magia y en las supersticiones de los sacerdotes que estaban a cargo de las adivinaciones en las antiguas Babilonia y Asiria.
Consultando a los astros
¿Tiene la astrología una base racional y científica? ¿Es concebible imaginar alguna forma en que la ubicación de los astros, planetas y nebulosas en el firmamento, al tiempo de nacer un individuo, puedan influir sobre la personalidad, la salud, el matrimonio, la carrera y otros eventos de la vida personal?
¿La astronomía produce verdaderos resultados? ¿Debemos consultar el horóscopo?
Hasta el siglo XVI, se creía que la Tierra era el centro del Universo, y que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas giraban en torno a ella.
Pero el universo heliocéntrico de Copérnico (1543) se sobrepuso al universo geocéntrico. Desde entonces en adelante, los nuevos conocimientos astronómicos han ido progresivamente quitándole a la Tierra toda posición privilegiada en el vasto universo.
El mismo Sol ha sido relegado a una situación inconspicua dentro de una galaxia común y corriente, que a su vez forma parte de un reducido grupo de galaxias en un Universo formado por miles de millones de estrellas.
Observando el inmenso Universo, se hace cada vez más difícil creer que el firmamento haya sido creado para tener una influencia específica sobre la Tierra y sobre las vidas particulares de los seres humanos. ¿Cómo podría realizarse semejante influencia? ¿A través de la gravedad? ¿O de la radiación?
Meditemos, las inmensas distancias con que nos encontramos en el Universo, generalmente medidas en años luz, descartan la posibilidad de que tales influencias existan. La atracción creada por la fuerza de la gravedad, con respecto al médico que está de pie junto a la mesa de partos, sería mayor que el influjo de la gravedad con relación a cualquier astro o galaxia, en lo que concierne a la vida del recién nacido.
En cuanto a la radiación, la emitida por la más brillante de las estrellas sería miles de veces más débil que la procedente de un solo foco eléctrico de la sala de partos.
Conclusión: ninguna fuerza conocida, emanada de las constelaciones en el firmamento, puede tener una influencia única y duradera sobre la vida de un ser humano.
Aun cuando admitiéramos que los astros ejercen una sutilísima influencia en el momento del nacimiento de una criatura, ¿hay alguien que pueda creer seriamente que esa influencia es trascendente si la comparamos con la multitud de fuerzas ambientales poderosas que directamente afectan nuestras vidas?
Toda forma de vida sobre la Tierra está afectada por los cambios periódicos que suceden en el medio ambiente. Tales variaciones cíclicas a menudo son tomadas como base para explicar los ritmos naturales de los así llamados “relojes biológicos”. El ejemplo más obvio lo tenemos en la salida y la puesta del Sol, un ciclo diario de luz y oscuridad que afecta directamente las actividades de casi todas las plantas y animales.
Las estaciones, motivadas por el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol, también ejercen una notable influencia anual sobre los seres vivientes. Lo mismo podemos decir de las mareas, regidas básicamente por la atracción gravitacional de la Luna. Esas mareas con sus cambios, que ocurren cada doce horas, tienen una continua influencia sobre las criaturas marinas.
Recientes investigaciones realizadas por la Comisión Europea han demostrado que el ser humano también puede ser perceptiblemente influido por las radiaciones solares y lunares, y por la fuerza de la gravedad, o por ambos factores a la vez.
Sin embargo, estos “ciclos celestes” se dejan sentir sobre todos los hombres por igual, sin importar en qué fecha o en qué lugar hayan nacido. De hecho, el reajuste del reloj biológico de cada individuo después de un cambio ambiental —como los que ocurren cuando se viaja en avión de oeste a este, o viceversa— nos demuestra que tales ciclos biológicos no están inalterablemente fijos, por el contrario, el reloj biológico de cada persona puede ser revisado y reajustado numerosas veces a lo largo de toda la vida del individuo, cada vez que se producen cambios ambientales.
Los ritmos biológicos son a menudo vinculados a los movimientos solares y lunares. Pero esto no justifica, en modo alguno, la creencia en que los signos astrológicos y las posiciones del Sol, la Luna, los planetas o las estrellas, al momento de nacer, puedan ser tomados en cuenta para predecir el futuro de la persona.
La adoración del firmamento está calificada como idolatría por Dios en la Biblia: “Guardad, pues, mucho vuestras almas… no sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas…” (Deuteronomio 4:15,19).
Por supuesto, los adeptos a la astrología siempre pueden argumentar que ellos no son adoradores del firmamento. Simplemente se refieren a los astros para obtener ciertas informaciones “importantes”, pero lo cierto es que la astrología carece de base científica, y lo más importante ante todo argumento: es desechada por Dios nuestro Creador.
El profeta Daniel encontró astrólogos en la corte del rey Nabucodonosor: “Y vinieron magos, astrólogos, caldeos y adivinos, y les dije el sueño, pero no me pudieron mostrar su interpretación” (Daniel 4:7).
Daniel mismo se dio cuenta de que los astrólogos no resolvían gran cosa, y a esa misma conclusión llegan los modernos estudios científicos. Muy a menudo sucede que el astrólogo es más capaz de leer los deseos de su cliente que de predecirle el destino que supuestamente le deparan los cuerpos celestes. Por desgracia en el mundo en que vivimos, los creyentes todavía insisten en que la astrología, en alguna forma misteriosa, nos dice la verdad.
El ganador del Premio Nobel de Química (1954) y de la Paz (1962), Linus Pauling dijo al respecto: “Es obvio que millones de personas creen en la astrología, y creo que vale la pena insistir en que la astrología no tiene absolutamente nada que ver con los hechos científicos”.
La evidencia señala abrumadoramente que la astrología no es mucho más que una forma de entretenimiento, una superstición seudo disfrazada de sabiduría.
“Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto el Eterno tu Dios” (Deuteronomio 18:14). CA
—Por Jorge Iván Garduño