Por Lauro Roybal
“Así dijo el Eterno: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy el Eterno, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice el Eterno” (Jeremías 9:23-24).
¿Conoce usted a Dios? En realidad, nuestra experiencia con Dios comienza cuando, por medio del arrepentimiento y el bautismo, recibimos el regalo del Espíritu Santo. Hoy en día muchos creen que Dios es una Trinidad. Se conforman con creer lo que otros enseñan acerca de Él en vez de dedicar tiempo a la búsqueda personal para descubrir qué y quién es Dios verdaderamente. La única forma de conocer a Dios es leyendo su Palabra para que Él mismo se revele a nosotros.
Una de las cosas que Jesucristo hizo cuando vino a la Tierra fue revelarnos al Padre. Felipe, uno de sus discípulos, esperaba escuchar de Jesucristo una gran revelación acerca de Dios cuando le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Juan 14:8). La respuesta que obtuvo tiene que haberlo pasmado. Jesucristo le contestó: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos al Padre?” (Juan 14:9). Jesucristo esperaba que Felipe comprendiera que Él y el Padre eran iguales en todo, menos en autoridad. Entonces, al conocer a Jesucristo, por medio de la Biblia, conocemos al Padre también.
Desde el principio, la Biblia nos muestra que Dios es una familia compuesta por dos seres íntimamente ligados, con el mismo propósito y pensamiento. El evangelio de Juan comienza con esta maravillosa verdad: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Juan 1:1-2). El Ser que conocemos como el Verbo fue aquel que después se convirtió en Jesucristo y vivió entre los hombres. Antes de convertirse en Jesucristo era el Verbo y estuvo con Dios, siendo también Dios. En Juan 1:14 leemos: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.
Aquel Verbo se hizo hombre —Jesucristo— y Dios se convirtió en su Padre. Por eso Jesucristo también se conoce como Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. El Verbo era, hasta ese momento, el segundo miembro de la Divinidad. Habitó entre los hombres como Jesucristo y al resucitar volvió a Dios el Padre, como miembro de la familia divina.
Cuando leemos acerca de otro comienzo (posterior al del relato de Juan 1) en el libro de Génesis, encontramos a los mismos dos seres espirituales involucrados en la creación del mundo. En Génesis 1:1 leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. La palabra “Dios” traducida del hebreo (idioma en que fue escrito el Antiguo Testamento) es “Elohim”, la cual es una palabra uni-plural que significa más de un ser. En Génesis 1:26 leemos cómo la familia Dios expresa su voluntad al decir: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (énfasis añadido). Aquí vemos claramente que Elohim (Dios) involucra a más de un ser. Los seres humanos no evolucionamos, sino que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios mismo. Nos parecemos a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo.
La Biblia nos muestra cómo el Verbo, quien se convirtió en Hijo de Dios por medio del poder del Espíritu Santo, oraba continuamente al Padre. Leemos en Juan 17:1-5: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste, y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera. Ahora pues, Padre glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.
Este pasaje es revelador. Nos muestra a Jesucristo orando al Padre, y antes de nacer como hombre, ambos habían compartido la misma gloria. Claramente vemos que el Verbo y Dios se convirtieron en Jesucristo y el Padre.
Cuando Jesucristo enseñó a orar a sus discípulos, en lo que se conoce comúnmente como el “Padre Nuestro”, les dijo que oraran al Padre y que lo hicieran en el nombre de Jesucristo. Cristo vino a revelar a Dios el Padre, el principal integrante de la familia divina.
Jesucristo dijo: “no se haga mí voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Vemos entonces que había dos seres independientes, dos voluntades: la de Él mismo, que no deseaba morir, y la del Padre. Cristo se sujetó a la voluntad del Padre y aceptó morir por la humanidad, como estaba previsto desde el principio del mundo (Apocalipsis 13:8). También leemos: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:7-8).
Una y otra vez, a través de las páginas de la Biblia, vemos a la familia divina siendo mencionada. Dios nos invita, a quienes decidamos obedecerle y seguir sus mandamientos, para que tengamos una relación de familia con Él. Dios promete darnos de su Santo Espíritu para que lleguemos a ser sus hijos y formemos parte de su familia espiritual. Romanos 8:15-17 dice: “No hemos recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que hemos recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Lo que heredamos como hijos de Dios Padre y hermanos de Jesucristo es la vida eterna y además un galardón. Como sus hijos, Él nos ofrece vivir en su familia para siempre.
Todos los que tengamos el Espíritu Santo y hayamos permanecido fieles hasta el fin (Mateo 24:13) recibiremos la vida eterna por medio de la resurrección, como lo leemos en 1 Corintios 15:51-53: “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”.
Llegará el momento cuando podremos ver a Dios tal como Él es, porque seremos semejantes a Él (1 Juan 3:2). Lo podremos ver en su estado espiritual porque nosotros también seremos seres espirituales.
Dios ahora mismo está engendrando hijos por medio de su Santo Espíritu. Tenemos el increíble potencial de llegar a formar parte de su familia y vivir eternamente. Dios nos ofrece su Santo Espíritu para que podamos conocerlo ahora, porque las cosas espirituales “se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Al recibir de Dios el don del Espíritu Santo tendremos su mente, y entonces podremos entender en realidad qué y quién es Él.
Busquemos y ejercitemos el Espíritu de Dios en nosotros. Busquemos conocer a Dios y amarlo profundamente, y pongamos nuestra mira en llegar a formar parte de su familia divina y eterna. CA
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