Por Jorge Iván Garduño
Acabamos de celebrar las últimas dos fiestas de Dios —Tabernáculos y el Último Gran Día— y ha sido maravilloso compartir con nuestros hermanos por ochos días el aprendizaje de su Palabra, así como actividades y reuniones en familia. Ahora nos encontramos en un tiempo en el que la emoción y la fortaleza espiritual nos impulsan para asegurar que nada nos hará desviarnos de este camino de vida, y continuar obedeciendo fielmente a nuestro Creador.
Ahora que estamos fortalecidos física y espiritualmente, gracias a los mensajes que nos han dado durante las fiestas de Dios, debemos hacernos conscientes del peligro de los meses que están por venir, ya que es un período frío y oscuro debido a las fiestas de este mundo: Halloween, con todas sus celebraciones equivocadas; el día de la virgen de Guadalupe, cuando se rinde culto a la “reina del Cielo” el 12 de diciembre; después, los familiares, amigos y vecinos festejan un tiempo de posadas y conmemoran una fecha en que supuestamente nació Jesucristo, lo cual es sólo la excusa perfecta para emborracharse y gastar el poco o mucho dinero que tienen y regalar obsequios puestos al pie de un árbol vestido de luces. Luego celebrarán el inicio del año romano. Después, en muchos centros de trabajo compartirán roscas de reyes, que incluyen pequeños muñecos de plástico en su interior y así engañarán nuevamente a los niños diciéndoles que hay tres personajes que vienen del Oriente a obsequiarles juguetes… y así vienen muchas más fiestas sin sentido.
Por tanto, debemos ser conscientes de que es posible que esta energía y fortaleza espiritual que ahora sentimos pueda disminuir, corriendo el riesgo de que nuestra luz cristiana se apague… o se opaque.
Estemos preparados para la oscuridad
Todos lo hemos experimentado… llegamos a casa en la noche y en la oscuridad buscamos el interruptor, pero en lugar de que la habitación se ilumine se produce una ráfaga de luz, un “chasquido” y luego sólo hay oscuridad. La bombilla se fundió… y nos ponemos a pensar: ¿por qué tuvo que suceder esto precisamente ahora?
En estos días de fabricación en serie, una bombilla fundida se reemplaza fácilmente… pero comparado con la vida cristiana, es mucho más difícil reemplazar a alguien que ha sido especialmente escogido y llamado por Dios para que sea una luz en este mundo, ya que lamentablemente los cristianos, al igual que las bombillas, podemos dejar de alumbrar este mundo oscuro.
“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:5-7).
Debemos estar conscientes de que las cosas de este mundo nos apartan de Dios y nos envuelven en una oscuridad espiritual. Pero, si nos mantenemos en la verdad de Dios, andaremos en sendas de luz.
¿Qué hacer si nos damos cuenta de que nuestra luz comienza a menguar?
Démonos mantenimiento periódicamente
Un fenómeno psicológico muy común entre personas dedicadas a su trabajo y llenas de motivación, es que su deseo de servir a otros puede extinguirse. Repentinamente, quizá sin esperarlo, empiezan a perder el interés en su trabajo y ya no lo desempeñan bien.
Desgraciadamente este repentino desajuste es un problema que suelen padecer médicos, agentes de policía y enfermeras de psiquiatría. Estas carreras requieren mucha dedicación y sacrificio. Un cristiano también puede ser víctima de este fenómeno psicológico, puesto que el camino cristiano también exige sacrificio, dedicación y esfuerzo.
Investigadores han tratado de averiguar cómo ayudar a individuos que en un tiempo eran dedicados en su trabajo, pero que han perdido el ferviente deseo de desarrollarlo. Los síntomas de este fenómeno psicológico varían de persona a persona. Algunas se vuelven apáticas, otras renuncian a sus empleos, algunas más se vuelven hostiles y en algunos casos hay quienes han llegado a suicidarse.
Hablando espiritualmente, estos síntomas pueden aparecer en el cristiano: ya no ora con la frecuencia debida, se vuelve laxo en la observancia del sábado, en diezmar y en el estudio de la Biblia. Se pierde el interés en la obra de Dios. Se aleja del compañerismo fraternal y deja de participar en las actividades de la Iglesia. Se corre el riesgo de volverse criticón y negativo. En este punto, es posible que el cristiano pueda seguir asistiendo a los servicios, pero su corazón no está entregado a Dios… poco a poco se aleja de la Iglesia.
¿Cómo podemos ayudar a otros a evitar que su luz se apague?
Cualquiera que tenga un automóvil sabe que es mejor y más barato darle mantenimiento periódico que tratar de repararlo después de que algo dejó de funcionar. Un buen mecánico comprende que los elementos del auto pueden averiarse y sabe cómo evitarlo. Mantiene la cantidad apropiada de aceite en el motor, líquido en los frenos, aire en los neumáticos, etcétera.
Nosotros los cristianos debemos reconocer que algo puede empezar a andar mal en nuestra vida. La lucha, el combate y la labor espirituales son actividades arduas. Si hemos de continuar hasta la final trompeta, debemos cuidar de nosotros mismos, como lo haríamos con un automóvil que esperamos que funcione bien.
La Biblia nos enseña medidas preventivas, como el contacto continuo con Dios y con la Iglesia. El Espíritu Santo puede ser apagado por el descuido, y cuando éste es apagado, es sólo cuestión de tiempo antes de que nuestra luz cristiana sea totalmente extinguida.
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuando veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:23-25).
Necesitamos de la ayuda mutua
Existe otra manera en que podemos protegernos de la extinción de nuestra luz cristiana. Los investigadores han descubierto que la apatía y el decaimiento experimentados por muchos profesionales no son inevitables, entonces, ¿cómo le hacen frente a esta situación? Los investigadores encontraron que algo que estos individuos tienen en común es la habilidad de compartir sus debilidades y sentimientos de fracaso e impotencia con otros que los comprenden. Los médicos, agentes de policía y consejeros que tienen éxito, se infunden ánimo y vigor los unos a los otros. Han aprendido lo valioso que puede ser el apoyo emocional de otros.
¡Cristo sabía que sus seguidores necesitarían esta clase de relación interpersonal!
No existe tal cosa como un miembro inútil de la Iglesia —uno que pueda dejarse “extinguir” y no ser echado de menos. Dios no llama a personas que no desea dentro de su Iglesia. El cuerpo de Cristo necesita de la ayuda mutua “según la actividad propia de cada miembro”. El Nuevo Testamento nos instruye a no dejar de congregarnos, exhortándonos y sobrellevando los unos las cargas de los otros.
Para alguien que nunca lo ha experimentado, es difícil describir lo tranquilizante y alentador que es tener un amigo que nos diga, con genuina compasión y comprensión: “sí, me imagino cómo te sientes, y es algo que de verdad me preocupa”, y que después tome el tiempo para ayudarnos a librarnos de nuestro desánimo. No porque se sienta obligado a hacerlo, sino porque realmente lo desea. Esas amistades pueden desarrollarse, si permitimos que Dios nos enlace por medio de su Espíritu.
Quizás parezca demasiado simplista, pero ésta es una de las mejores defensas que tenemos contra las asechanzas del maligno: cultivar amistades fuertes con nuestros hermanos dentro de la Iglesia.
El compañerismo y la amistad de los hermanos no es sustituto del Espíritu Santo y el contacto con Dios, pero es un complemento. Así como el Espíritu Santo podría considerarse como un anticipo de lo que con el tiempo tendremos (Efesios 1:13-14), las amistades que ahora podemos tener con otros hermanos constituyen un anticipo de las relaciones estrechas, espirituales y familiares que compartiremos por la eternidad.
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:8-10).
Si tenemos presente que los miembros del cuerpo de Cristo necesitamos ayuda mutua, nos brindaremos apoyo para no caer en la apatía espiritual, estaremos preparados para ese “chasquido” que se escucha cuando la ampolleta se funde… entonces podremos decir sin temor: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.
¡Sigamos firmes y adelante, hermanos, hasta la próxima fiesta de Dios, y así, hasta la eternidad! CA