Por Saúl Langarica
La ley del diezmo es una de las doctrinas fundamentales de la Biblia. Nuestro folleto acerca de las doctrinas fundamentales dice lo siguiente: “Diezmar es ordenado por Dios. Por medio del diezmo uno honra a Dios con sus bienes materiales y ayuda a la predicación del evangelio, provee para las necesidades físicas de la Iglesia y cuida de los miembros que lo necesitan. Un diezmo especial para las fiestas hace posible que uno pueda asistir a las fiestas ordenadas por Dios” (Proverbios 3:9-10; Génesis 14:17-20; Números 18:21; Malaquías 3:8; 1 Corintios 9:7-14; Deuteronomio 14:22-29).
En la Iglesia de Dios entendemos que la Biblia habla de un diezmo que debemos entregar a Dios: Abraham entregó este diezmo a Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, quien era sin padre, sin madre, sin genealogía. El apóstol Pablo dice lo siguiente: “Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” (Hebreos 7:1-3).
La clara implicación de esta escritura es que Melquisedec era el mismo Verbo de Dios que estuvo con Dios desde siempre (Juan 1:1-3). Abraham entregó sus diezmos a Dios mismo.
Más tarde Jacob menciona el diezmo como una de las formas de adorar a Dios: “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28:20-22).
Es obvio que Jacob estaba haciendo una oración al Dios del cielo y en ella hace un pacto con su Creador, que incluía la entrega de su diezmo.
Este “primer diezmo” que entregamos a Dios tiene por objetivo hacerle a Él nuestro socio en la administración de los recursos que Él mismo nos da. Cuando diezmamos, Dios se convierte en el socio de nuestro negocio y en el defensor de nuestras finanzas. El Creador se compromete a bendecirnos físicamente. Para los seres humanos, el dinero es la parte más complicada de “dejar ir” porque es el producto de nuestro trabajo y de nuestro esfuerzo. Pero aun así Dios dice que debemos entregarle un diezmo para abrirle la puerta a Él para que nos bendiga. Dios quiere que probemos si cumple o no su palabra: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice el Eterno de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:8-10).
Otra doctrina fundamental de la Biblia es guardar las siete fiestas santas. Como sabemos, en la Fiesta de los Tabernáculos tenemos que dejar nuestra casa por ocho días, quedarnos en una morada temporal que debemos pagar y además debemos comer bien con nuestra familia durante toda esta fiesta y el resto de las otras fiestas.
Veamos el mandamiento: “Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es al Eterno nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley. Luego les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo del Eterno es vuestra fuerza… Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado” (Nehemías 8:9-10, 12, énfasis añadido).
¿Cómo podía el pueblo de Dios guardar las siete fiestas santas dejando de trabajar, viajando y además comiendo y bebiendo de calidad, de acuerdo a la orden de Dios? El Creador tenía previamente preparada la forma de financiar estos gastos: “Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Y comerás delante del Eterno tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer al Eterno tu Dios todos los días” (Deuteronomio 14:22-23, énfasis añadido). Aquí Dios está hablando de un diezmo diferente. Por eso en la Iglesia llamamos a éste, el “segundo diezmo”.
Como podemos ver, este segundo diezmo es también un mandato de Dios y tiene por objetivo que guardemos las fiestas santas y que aprendamos a temer al Eterno todos los días.
¿Por qué aprendemos a temer al Eterno todos los días si guardamos este segundo diezmo? Porque este dinero lo guardamos nosotros, tenemos acceso a él, es de “nuestra propiedad”, pero no lo podemos gastar en lo que queramos… es solamente para guardar las fiestas de Dios. Cada día quizás surgirá una razón para gastar ese dinero, pero al negarnos a nosotros mismos gastarlo porque es para las fiestas santas, entonces estaremos aprendiendo a temer a Dios cada día.
Estamos empezando un nuevo ciclo después de regresar de la Fiesta de los Tabernáculos. ¿Queremos que Dios sea el socio de nuestras finanzas y que nos bendiga en nuestros emprendimientos? Entonces entreguemos el primer diezmo a Él.
¿Queremos guardar las fiestas santas de Dios holgadamente este año que viene y además aprender a temer al Creador de todas las cosas? Entonces guardemos cuidadosamente el segundo diezmo.
Que Dios nos dé un excelente año. CA